Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro
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La unión, la integración, o en un lenguaje más actual, la cohesión social se lograría, siguiendo la alegoría del matrimonio, a través de la «convivencia voluntaria, la armonía, el buen entendimiento, la comunión de concepciones, ideales y metas». Uno podría pensar que todo esto se encamina a una imagen comunitarista y no es una explicación contraria a aquella de la igualdad, que todo ese buen entendimiento requiere precisamente igualdad. Pero aquí vemos que la alegoría delata al autor, porque Rüstow aclara pocas líneas más adelante algo en dirección contraria:
Ya en el pequeño matrimonio, la unidad no tiene una estructura tan simple y tan evidente como puede parecer. Las leyes estructurales de la unidad en «el gran matrimonio» tienen aún más necesidad de ser especificadas. Aquí vale, en general, el principio de la jerarquía, de la construcción piramidal, y este requisito se vuelve tanto más importante en cuanto la comunidad es más grande, en cuanto la división del trabajo es mayor, es decir, en cuanto el nivel cultural es más elevado (CWL: 469).
La cohesión entonces depende de una jerarquización social, construction pyramidale, igual que el matrimonio. Aunque esta concepción marital tiene cierto sabor, y hasta cierto humor, el tema aquí es el desplazamiento de una concepción igualitaria a la reafirmación de un principio de jerarquización. Es una reafirmación del orden mucho más que de la comunidad, o de lo segundo como fruto de lo primero. Foucault ha comentado algo relacionado, en el sentido de que el principio de igualdad sería modificado ya por los ordoliberales en un principio de desigualdad necesario para la competencia. Se trata de algo que atestigua la gran mayoría de los estudios que aquí se han mencionado. Pero en las concepciones de Rüstow se ven dos elementos adicionales y muy importantes. El primero es una sociología altamente conservadora, muy diferente al ideal de progreso al que aludía Lippmann, por ejemplo, en la alocución. Una forma de entender «lo social» y de teorizar la cohesión social. Lo segundo es que hay un tipo de liberalismo, que no se opone solo al manchesterianismo —estado de ánimo general del comienzo del coloquio— y que podríamos considerar como una posición progresista; sino que se opone directamente al liberalismo republicano y sus posibilidades. El argumento de Rüstow, de una retórica abiertamente pastoral, remata con la mayor solemnidad:
En el desarrollo de los pueblos occidentales, la exigencia de unidad y construcción jerárquica que ella implica fueron realizadas hasta el siglo xviii en el Estado y en la sociedad como en la religión, la moral, etcétera. Pero esta realización tuvo un carácter completamente feudal, señorial; ella estaba en contradicción con el otro requisito fundamental, el de la libertad. Esta es la razón de las revoluciones de los siglos xviii y xix contra el régimen feudal. Esto es el origen del liberalismo, pero también del error nefasto que dio lugar a una falsa posición. En lugar, específicamente, de reemplazar el escalonamiento artificial y forzado del señorío feudal por el escalonamiento voluntario y natural de la jerarquía; se desechó lo bueno y lo malo, se negó el principio de escalonamiento en general y se puso en su lugar el ideal, falso e incorrecto, de la igualdad y el ideal, parcial e insuficiente, de la fraternidad; porque, en la pequeña como en la gran familia, más importante que la relación de hermano a hermano es la relación de padres a hijos, que asegura la secuencia de las generaciones que mantiene la corriente de la tradición cultural (CWL: 469).
El liberalismo de Rüstow quiere corregir entonces el ideal republicano, no solo el manchesterianismo como exceso del siglo xix, sino aquella marca de origen del liberalismo. Por supuesto esto no es restauracionista en el sentido del antiguo régimen; pero hay una sociología estamental, que quiere restaurar el programa de una sociedad jerarquizada en relación al programa de una sociedad igualitaria. Y es contrarrevolucionario, en el sentido de modificar el ideal republicano. Hablando fuera del coloquio este es uno de los rasgos de las propuestas de Eucken que Ptak comenta con mayor énfasis respecto a las características autoritarias del ordoliberalismo (2009). Y también aparece con mucha claridad en los textos de Röpke51. Creo que esto no debe pasarse de largo, especialmente ante una interpretación excesivamente binaria que, como explicaba, tiende a exaltar el ordoliberalismo frente al anarcocapitalismo. El vínculo entre liberalismo y autoritarismo, tal como se aprecia en las posiciones de Rüstow, no solo puede ayudarnos a repensar este mismo consorcio en el presente; sino también debería llevarnos a tomar distancia de la interpretación binaria del coloquio, y sus proyecciones que ven un momento progresista y una recomposición autoritaria posterior. Aquí observamos un caldo complejo en lo que respecta a tecnologías de poder, incluso en el ordoliberalismo, hay una convivencia marcada de posicionamientos autoritarios, incluso mucho más claros que posicionamientos progresistas o gubernamentales. El rechazo al totalitarismo no implica la renuncia a un proyecto de sociedad autoritaria, al contrario. Sorpresivamente Rougier va a añadir a esta idea un cariz más profundo y de alta actualidad. Rougier no se había plegado antes a la posición de Rüstow contra Mises, como una interpretación muy binaria podría suponer; pero curiosamente en este punto profundiza el conservadurismo de Rüstow. Para Rougier, se trata de corregir la idea de democracia y mostrar con qué tipo de democracia se puede relacionar el liberalismo.
La palabra democracia contiene un terrible equívoco. Hay dos concepciones de la democracia. La primera es la idea de la democracia liberal fundada sobre la limitación de los poderes del estado, respeto a los derechos del individuo y del ciudadano, la subordinación del poder legislativo y ejecutivo a una instancia jurídica superior. La segunda es la idea de democracia socializante fundada sobre la noción de la soberanía popular. La primera procede de los teóricos de derecho de gentes, de los intelectuales protestantes, de las declaraciones americana y francesa y afirma el principio de la soberanía del individuo; la segunda procede de Rousseau y afirma el principio de la soberanía de la masa. La segunda es la negación de la primera; ella conduce fatalmente a la demagogia y, por la demagogia, el estado totalitario (CWL: 482).
La intervención de Rougier continúa señalando la educación obligatoria y el sufragio universal (CWL: 482) como los mecanismos por los cuales las masas terminan en virtud de su número entregando el poder a los demagogos socialistas. Estos comentarios de Rougier apoyan nuevamente la idea de una sociedad jerarquizada, con enormes limitaciones a los mecanismos de participación e incluso de instrucción. El sistema liberal dibujado por estos comentarios corresponde a una sociedad de élite, un programa con añoranzas claras de distribución estamental y en sus condiciones más radicales con limitaciones claras a nivel político para las masas que no forman parte de la élite.
Habría entonces que tener cuidado con mirar estas ideas de renovación con un exceso de entusiasmo o identificarlas en el abanico de la socialdemocracia. Este nuevo y verdadero liberalismo, que propone intervenciones del Estado no se orienta a una sociedad igualitaria, o democrática en tal sentido. Ni es homologable al liberalismo republicano, por ejemplo del ideario de la revolución francesa. La crítica al manchesterianismo hay que asumirla como crítica a su ingenuidad política, que desecha los mecanismos del Estado, siendo estos tremendamente útiles. Por otro lado el cuidado de las masas, la visión de justicia, que Detoeuf afirma por ejemplo, no se orienta a distribuir la riqueza, sino a paliar los efectos sociales de tal distribución, en el mejor de los casos. La sociedad cohesionada de Rüstow aparece especialmente como una sociedad apaciguada y altamente jerarquizada. Sobre todo la idea de democracia puesta en juego por Rüstow y Rougier pone una brecha sustancial respecto al republicanismo y nos interroga no solo sobre la relación instrumental del neoliberalismo con la democracia, sino que debería situarnos frente al problema de la disputa de la idea misma de democracia.
6. Conclusiones
Seguramente por tentación academicista hemos tendido a ver en el neoliberalismo una doctrina, un sistema de ideas. Esta forma de mirar el fenómeno tiene variantes, es decir, se puede considerar un sistema homogéneo de ideas, o al contrario