Construir la paz en condiciones adversas. Jefferson Jaramillo Marín

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Construir la paz en condiciones adversas - Jefferson Jaramillo Marín

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los profesores del eje 1, “Estado, sociedad y desarrollo”, del Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas de la Pontificia Universidad Javeriana.

      Inicialmente nos situamos en una perspectiva histórica desde 1940 para comprender los procesos de configuración socioespacial y poblacional de este territorio y su relación con los tejidos organizativos. Para fines analíticos, y siguiendo en parte las propuestas de Rincón (2018) y González, Castañeda y Barrera (2016), se presentarán cuatro cortes cronológicos en los casi ochenta años de trayectoria de esta zona del país (1940-2017).

      POBLAMIENTO COLONO INCIPIENTE DE LA ZONA Y CONFIGURACIÓN DE LAS PRIMERAS ASOCIACIONES DE COLONOS (1940-1970)

      El municipio de La Macarena se configuró como un territorio de poblamiento tardío y disperso, con dinámicas de asentamiento todavía muy recientes. Por ejemplo: caqueteños con identidades políticas afines al Partido Liberal, que exportaron con relativo éxito el modelo ganadero de doble propósito y que se ubicaron al occidente del casco urbano, más conectados con las dinámicas económicas y políticas de San Vicente del Caguán, Florencia y Neiva; santandereanos en el casco urbano y las veredas más cercanas, con identidades políticas afines al Partido Conservador; y un poblamiento de origen diverso, que se ubica al oriente del municipio, en las zonas altas y medias del río Guayabero, en las que, si bien existe un predominio de la ganadería, al tener un menor desarrollo tecnológico (básicamente, ganadería de engorde), no les reporta beneficios materiales significativos a las comunidades.

      El municipio se configuró como un territorio de retaguardia de la guerrilla. Entre 1953 y 1959, luego de las amnistías otorgadas, allí se constituyeron proyectos de localización de guerrilleros desmovilizados. Más hacia los años ochenta, grupos armados como las FARC-EP, regularon algunos aspectos básicos de la vida comunitaria, pero encontraron dificultades para consolidar un control social de mayor cobertura territorial. También fue un territorio caracterizado por soberanías fragmentadas y segmentadas entre actores: la militarización del casco urbano por parte de la fuerza pública contrastó con una presencia de las FARC-EP en algunas zonas rurales (Rincón, 2018; González, Castañeda y Barrera, 2016).

      Para entender las organizaciones comunitarias de la región amazónica occidental, es necesario comprender que estas nacieron tanto en el marco de las primeras alianzas y solidaridades que acompañaron el proceso de reasentamiento de los campesinos en su proceso de colonización forzado como también gracias a la iniciativa y empuje de los líderes agrarios de orientación ideológica comunista, quienes llevaron consigo a la selva “la experiencia de lucha por la tierra” (Salgado, 2012, p. 201).3 Una de estas experiencias fue precisamente la Asociación de Colonos de La Macarena, creada en los años setenta, la cual tuvo el objetivo de defender a la población de los especuladores comerciales y promover la construcción de la carretera hasta Vistahermosa, para conectar La Macarena con Villavicencio (Rincón, 2018). Esta asociación también influyó en el control de precios de las mercancías en la zona.

      El trabajo organizativo adelantado por estos líderes agrarios, basado en la promoción e impulso de juntas de acción comunal, asociaciones de colonos y sindicatos de pequeños agricultores, marcó ideológicamente las luchas y resistencias del campesinado en esta área. En un trabajo organizativo cotidiano, los líderes de las nacientes organizaciones construyeron su propia legitimidad; con sus acciones y prácticas discursivas fueron socializando los objetivos planteados por sus organizaciones y ganando consenso en torno a los medios requeridos para lograr el éxito de los propósitos perseguidos (Leal, 1995).

      Desde el trabajo comunitario, los líderes agrarios comenzaron a tener una fuerte incidencia en las comunidades y, de manera progresiva, fueron ganando el respaldo político de sus propuestas, lo que amplió su cobertura geográfica y estableció un trabajo coordinado a nivel interveredal, intermunicipal e interregional. Estos líderes no solo trabajaban con los campesinos hombro a hombro en la resolución de sus problemas más inmediatos y cotidianos, sino que también mostraron una gran capacidad de ser interlocutores válidos e informados frente a las autoridades estatales, civiles y militares. Se trataba de líderes que tenían la destreza de manejar varias gamas y formas del lenguaje; cuando dialogaban con las comunidades, predominaba un manejo de códigos lingüísticos propios de los campesinos, y cuando se sentaban en una mesa de negociaciones con funcionarios del Estado, utilizaban códigos lingüísticos mucho más elaborados (Bourdieu, 2001).

      COLONIZACIÓN COCALERA, REGULACIÓN Y APROPIACIÓN TERRITORIAL DE LAS JUNTAS DE ACCIÓN COMUNAL Y EXPANSIÓN DE LAS GUERRILLAS (1970-1990)

      Desde sus inicios, las organizaciones campesinas se constituyeron en autoridad política local y entraron a suplir en la región amazónica occidental colombiana la precaria institucionalización y territorialización del Estado colombiano (Leal Buitrago, 1994). Los campesinos encontraron en estas organizaciones un espacio para exponer sus problemas, sus quejas, sus conflictos interpersonales, sus anhelos y sus sueños. Así, desde el principio se constituyeron en instituciones legitimadas para ejercer en nombre de la comunidad los controles, la representación frente a las autoridades locales y regionales y la defensa de los derechos de los campesinos. Estas fueron vistas por los mismos campesinos como organizaciones que sabían representar y dimensionar la problemática campesina y asumir la vocería para argumentar y luchar por sus derechos ante las autoridades estatales del orden local, regional e incluso nacional.

      Sin embargo, la expansión de la coca en el agro amazónico impuso un nuevo ritmo en la región: las organizaciones campesinas se debilitaron, los tiempos de los campesinos se alteraron y las mercancías inundaron el área. En el predio campesino se perdió un espacio importante para la producción de alimentos, la estructura familiar sufrió cambios en su interior y el control del tiempo que tenía el campesino para sí y su familia también se vio afectado. El narcotráfico impuso su lógica en el territorio, y el campesino perdió su libertad y autonomía. El territorio amazónico fue usado para los fines lucrativos del narconegocio y la dinámica socioeconómica de los pueblos y veredas se organizó en función de su mercancía. El campesino se insertó en la dinámica impuesta por el narcotráfico y su economía doméstica campesina se empezó a constituir en una empresa familiar al servicio de este capital (Jaramillo, Mora y Cubides, 1986), es decir, el narcotráfico empezó a monopolizar el territorio amazónico y, con ello, se apropió de la renta de la tierra, haciéndola funcional para la producción de coca.

      Eliane Tomiasi y Rosemeire Aparecida de Almeida (2010, p. 45) explican que el capital puede monopolizar el territorio sin que exista una territorialización en el momento en que, pese a que el capitalista no es el propietario de la tierra, se crean las condiciones necesarias para apropiarse de la renta de la tierra y generar una total dependencia del pequeño o mediano agricultor con respecto a la industria procesadora del producto agrícola, en este caso, del narcotráfico, que es la empresa que transforma la hoja de coca en pasta básica de cocaína y en clorhidrato de cocaína. Esto fue precisamente lo que sucedió, es decir, aunque la producción de hoja de coca no se daba en condiciones típicamente capitalistas y los campesinos no habían sido despojados de su tierra (separados de los medios de producción), los narcotraficantes ejercían el monopolio total de la circulación de esta mercancía, determinando su cantidad y su precio.

      La pérdida de autonomía del campesinado y su absoluta dependencia con respecto a la economía coquera se hizo evidente durante la crisis de los años 1983 y 1984. El campesino ya no era quien organizaba el espacio, ni administraba su tiempo; así, quedó inserto en la lógica del mercado y puso en riesgo a su familia, al perder la esfera de producción de alimentos, que es una esfera sagrada en el orden moral del campesino.

      Las características que los identificaban como campesinos y que eran las que les habían dado la fuerza para intentar una vez más asentarse estaban seriamente golpeadas

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