Corazones rotos. Amy Chan
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Una ruptura genera muchas emociones. No sólo estás lidiando con la separación y el dolor que conlleva el final de la pareja, sino también con las emociones reprimidas y no resueltas que persisten de tu pasado. Entonces, en lugar de agregar más emociones reprimidas o inexploradas, ¡vamos a enfrentarlas, de una vez por todas!
Necesitamos limpiar nuestra deuda emocional y vivir una vida en la que podamos procesar correctamente nuestros sentimientos, para no terminar en la indigencia emocional. Existen muchas formas disfuncionales en las que manejamos las emociones, incluyendo evitarlas, exagerarlas o transformarlas en algo socialmente aceptable.
LA ÚNICA SALIDA ES A TRAVÉS
DE SENTIR TUS SENTIMIENTOS
Vivimos en una sociedad en la que se nos enseña a distraernos, anestesiarnos y ocultar nuestro dolor. En una cultura de “sólo supéralo”, comúnmente dejamos de lado que las emociones tienen un ciclo de vida y necesitan la oportunidad de ser sentidas y procesadas. Pero si evadimos nuestras emociones, éstas se acercarán sigilosamente en algún momento. Sólo se necesita una decepción, crítica o rechazo, y la bomba de tiempo emocional estalla. De repente, te abruman no sólo los sentimientos de abandono del último novio, sino también los del anterior e incluso los de tu novio de la secundaria. Es como un efecto dominó que agrava el trauma. Si no conoces la verdadera fuente de tu intenso dolor, te resultará más fácil señalar a la persona o relación en cuestión. Pero el dolor siempre proviene de algo más profundo.
La sanación comienza cuando podemos enfrentar nuestras emociones a medida que surgen, y el primer paso es hacer una pausa cuando percibimos ese sentimiento incómodo. Por lo general, actuamos con rapidez para dejar de sentirnos incómodos porque así es como estamos programados culturalmente. Etiquetamos los sentimientos como “buenos” o “malos” y nos juzgamos por sentir, en lugar de aceptar que somos seres humanos teniendo una experiencia humana.
Hay otra forma en que evadimos nuestras emociones, y es un comportamiento que he presenciado en la mayoría de las mujeres que asisten a Renew. Está relacionado con ser cuidadoras de todos menos de nosotras mismas.
Tracy, de cuarenta y un años, era madre soltera. Dos años después de su divorcio, conoció a alguien nuevo, se enamoró locamente y se comprometió. Su prometido era rico y encantador, y la cortejaba con romántica intensidad. Junto con su título de supermamá, después de salir con su nuevo Príncipe Azul, Tracy retomó un papel que sabía interpretar: la futura superesposa. Se ajustó a la agenda de su prometido y dónde quería vivir (incluso cuando eso significaba desarraigarse de la ciudad en la que había estado durante una década) y atendió sus necesidades como una ajetreada emprendedora. Cuando no estaba al pendiente de su hombre, dedicaba cada minuto a darle a su hija una vida perfecta. Incluso en momentos de angustia, cuando su tanque estaba casi vacío, ella otorgaba su última pizca de energía a las personas que amaba.
“Es lo único que sé hacer”, refirió durante una sesión de grupo.
Tracy, igual que muchas mujeres, fue condicionada para cuidar y atender las necesidades de los demás desde su niñez. Crecemos pensando que dar sin parar nos convierte en una gran novia, esposa o madre. Incluso cuando estamos padeciendo nuestro último aliento, primero les ponemos la máscara de oxígeno a los demás. Pero mientras intentamos ganar la insignia honorífica de mártir, no nos damos cuenta de que simplemente estamos evitando lidiar con nuestras propias cosas.
Verás, cuando estás ocupándote de las emociones de los demás de manera constante, no tienes que enfrentarte a las tuyas. ¡Qué conveniente!
Éste no es un tipo saludable de dar o cuidar. Viene de la intención malsana (así seas consciente de ello o no) de evitar la incomodidad de tus sentimientos. Cuidar a los demás como una forma de evasión puede ser tan adictivo como beber alcohol o alguna otra sustancia.
Tienes que sentir las emociones para procesarlas. En este proceso de sentir, aceptar y reflexionar aprendes lecciones críticas necesarias para tu crecimiento y para dejar ir.
EJERCICIO: Identifica tu reacción emocional
En el momento en que sientes una emoción incómoda (tristeza, ira, anhelo o algo similar), ¿qué haces?, ¿cómo reaccionas al impulso?, ¿te automedicas buscando alcohol, drogas, comida o la validación de los otros?, ¿reprimes tus sentimientos y te distraes con el trabajo?, ¿exageras la emoción con un pensamiento catastrófico, enalteciendo los elementos negativos y minimizando los positivos? Anota a continuación cómo evades o te distraes de sentir y procesar tus emociones:
NO ALIMENTES A TU MONSTRUO EMOCIONAL
Hay una diferencia entre sentir las emociones y alimentarlas. Lo primero significa estar presente con lo que estás sintiendo, aceptarlo y dejarlo pasar. Lo último requiere entregar más de aquello que quiere la emoción para que crezca. La emoción quiere crecer en intensidad, tamaño y frecuencia, y su alimento preferido son tus pensamientos, lenguaje corporal y acciones. No es tu yo sensato el que repite una canción melancólica de Coldplay mientras lloriqueas en posición fetal. No, ¡ése es tu hambriento monstruo emocional!
La vida fisiológica de una emoción en el cuerpo y el cerebro es de noventa segundos, según una investigación de la neurocientífica Jill Bolte Taylor.10 Así es, el incremento de adrenalina, el calor en el rostro, la opresión en el pecho, los latidos rápidos del corazón, todas esas sensaciones naturalmente se elevarán, alcanzarán su punto máximo y se disiparán en sólo un minuto y medio. Entonces, ¿qué hace que las emociones permanezcan?
La historia que unen.
En lugar de tener conciencia de que las sensaciones de emoción desaparecerán naturalmente en cuestión de minutos, nos identificamos con el sentimiento y nos quedamos atascados en cómo la persona o situación que lo causó está mal y cómo debería ser, en lugar de aceptar lo que es. Los seres humanos tenemos una tendencia a vincular historias con emociones porque, desde una perspectiva evolutiva, las historias sirvieron como señales de alerta para evitar amenazas peligrosas, lo que ayudó a mantener vivos a nuestros antepasados. Cuando estamos predispuestos a sentir emociones negativas (tristeza, ansiedad, vergüenza, culpa o enojo), las vías neuronales correspondientes se vuelven más fuertes y, por lo tanto, es más fácil desencadenar esas emociones y las historias correlativas.
La caída emocional empeora cuando repetimos esa historia una y otra vez, caminando, o corriendo, en un círculo vicioso que no va a ninguna parte. Ésta es la trampa mental de los pensamientos obsesivos: la historia se vuelve borrosa, sin principio ni final.
Por ejemplo, después de mi ruptura, me sentía de mal humor después de las inquietas noches de insomnio. Mi cuerpo no se encontraba en un estado saludable, y mi mente tampoco, lo que me volvía propensa a una extorsión emocional. Un día me sentía particularmente sola y comencé a ver las redes sociales de mi ex. Vi una foto donde él estaba en una fiesta, sonriendo con sus amigos, bebida en mano. Parecía que la estaba pasando en grande. Sentí una oleada de ira. De repente, mi mente comenzó a correr…
¿Conoció a alguien más?
¿Cómo se atreve a estar pasando un buen rato, como si nada hubiera sucedido? ¡Él no siente dolor alguno, mientras yo estoy aquí, sola, deprimida y sufriendo!