Chiribiquete. Carlos Castaño-Uribe
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SOBRE EVIDENCIAS, MÉTODOS Y EXCAVACIONES EN CONTEXTOS PREHISTÓRICOS. El método y las técnicas que empleamos para estudiar las evidencias de pobladores humanos en Chiribiquete, nacen de nuestra experiencia personal y de la formación que recibimos de la escuela de antropología norteamericana, con algo de fusión de técnicas arqueológicas de la escuela francesa de prehistoriadores del paleolítico europeo. La técnica llamada décapage –que literalmente significa “descapotar” o excavar pisos topográficos culturales– que ideó el reconocido arqueólogo francés André Leroi-Gourhan para excavar las cavernas donde convivieron neandertales y Homo sapiens hace decenas de miles de años, es de donde surge nuestro sistema de trabajo. Desde el comienzo se hizo evidente la necesidad de escoger un método riguroso de excavación capaz de delimitar áreas e identificar los niveles donde hay rastros de actividades humanas. Al excavar estas áreas, el arqueólogo va dejando todos los materiales que encuentra en el mismo lugar donde los halló, con el fin de aplicar un principio básico de interpretación: se llama el principio de asociación, es decir, que busca la información potencial que hay encerrada en las relaciones espaciales entre los objetos que aparecen en un nivel cultural. En contraposición con las técnicas más clásicas de la arqueología, que buscan unas cuantas muestras representativas de lo existente en un sitio arqueológico mediante la excavación de pozos, cuadrículas o calas, y que centran su atención en la localización de objetos en estratos naturales del suelo, la décapage busca registrar toda la actividad que ocurrió en el pasado en un momento específico de tiempo en un espacio dado.
Para cualquier arqueólogo, Chiribiquete presenta retos inesperados, retos para los cuales la disciplina arqueológica no ha desarrollado aún técnicas específicas. Aquí, la realidad sobre el terreno muchas veces no se compadece con la teoría académica. Por eso, nuestra excavación es distinta de otras. Cuando se llega a un yacimiento de actividades humanas milenarias y recientes, hasta ahora aislado y por eso mismo intangible, se sabe que es auténtico e inalterado. Casi todos sus suelos son rocosos, no cubiertos por tierra como es lo usual en la mayoría de los yacimientos arqueológicos, sin acumulación de materia orgánica y sin ningún tipo de agente externo cultural que los modifique. Aquí, el paso del tiempo no se ve acumulado en capas o estratos geológicos naturales y por ello puede haber evidencias de actividades muy antiguas o muy recientes expuestas a flor de superficie, unas junto a las otras: es decir, milenios aparte que comparten hoy un mismo piso cultural y topográfico, un mismo espacio. Es todo un acertijo para la arqueología y por ello hemos tenido que desarrollar una técnica especial.
Durante el Paleoindio y el Arcaico Americano, los cazadores recolectores aprovecharon las cuevas y los abrigos rocosos para guarecerse y, ocasionalmente, para actividades relacionadas con el uso pictórico y de petrograbado en general, con propósitos espirituales. Mucha de la evidencia de estos períodos está relacionada con el empleo de estos sitios como campamentos transitorios, donde llevaban a cabo rutinas domésticas. Chiribiquete, a pesar de las cuevas y abrigos rupestres, no dejó huellas o evidencias de este tipo. Fotografía: Jorge Mario Álvarez Arango.
Nuestra arqueología es un trabajo “forense”: busca identificar vestigios que se hallan en la superficie, dejados allí como resultado de actividades humanas presentes y pasadas. Recuperar esta información es una labor sistemática. Esta información se encuentra en forma de objetos o artefactos producidos por humanos, o huellas de actividades, como podrían serlo rastros de hogueras, fragmentos de colorantes, o huesos y palos usados como herramientas de trabajo. Todo esto es invaluable para comprender hechos, actividades o movimientos en este entorno natural y cultural. En Chiribiquete, tratamos de dilucidar si todo ello está asociado a los murales, su diseño, realización y uso continuo. Es muy probable que estos abrigos de roca con tanto arte pictórico nos conduzcan a demostrar que aquí se realizaban –y se siguen realizando– actividades rituales. Todos los sitios que hemos documentado hasta el momento están inalterados porque no ha existido presencia de actividades humanas diferentes a las realizadas exclusivamente por grupos indígenas. El fin de este lugar era, y sigue siendo, exclusivamente ritual y ceremonial.
Además de la arqueología detallada, complementamos nuestros datos con etnoarqueología, una disciplina cuyo objeto es el estudio de sociedades actuales con el fin de que sirvan de modelo para acercarnos al pasado, es decir, observamos hechos actuales que podrían apoyar la interpretación de algunos contextos arqueológicos (Hodder y Hutson, 1983). Como veremos más adelante, la interpretación de las expresiones pictóricas de los murales de Chiribiquete se tiene que basar en esta aproximación conceptual. La expresión, el estilo y el contenido explícito de sus pinturas rupestres se prestan para tal análisis.
SOBRE LOS ESTUDIOS GENÉTICOS Y LAS MIGRACIONES HUMANAS A LA AMÉRICA.Recientes estudios de paleogenética nos ayudan a entender la enorme complejidad y variabilidad biológica de las poblaciones humanas que llegaron por primera vez a las Américas hace veinte milenios. Los datos obtenidos por los especialistas en este campo, poco a poco, empiezan a descubrir un panorama fascinante de aquel lejano pasado que nos ayuda a entender el fenómeno de penetración y dispersión de los primeros grupos humanos en nuestro continente. Con el avance de las investigaciones, tarde o temprano identificaremos el grupo ancestral de lo que llamaremos la Tradición Cultural de Chiribiquete. Sus primeras manifestaciones parecen ser muy antiguas en la historia del desarrollo cultural americano. Los avances en los últimos 20 años han sido notorios y gratificantes, aunque no exentos de dificultades, pues buscamos responder a un sinnúmero de preguntas mediante el estudio del ADN antiguo, que la lingüística, la etnología y la arqueología no han logrado contestar. Los resultados arrojados por los análisis de ADN mitocondrial (mtADN) sugieren diferencias morfológicas significativas entre los restos humanos arqueológicos más antiguos hallados en América y otros más recientes, lo que propondría que el continente se pobló no por una, sino por varias, migraciones, seguramente, asiáticas. De hecho, la conexión genética entre los primeros paleoamericanos y los nativos actuales está comprobada, pero aún falta mucho trabajo antes de poder llegar a datos más exactos. Los restos humanos arqueológicos antiguos a los que la ciencia arqueológica tiene acceso son muy escasos.
La mayoría de los abrigos rupestres de Chiribiquete se encuentran en la parte central de los escarpes abruptos de los tepuyes. Esto significa que los suelos que sirven de apoyo al panel con pinturas, son rocosos, estrechos y con caídas profundas, lo que determina que no existan muchos suelos encima de ellos y que la evidencia sea muy superficial y muy vulnerable a desaparecer. Fotografía: Carlos Castaño-Uribe.
A comienzos de 2001, se publicaron los resultados de algunas investigaciones muy sugerentes en este campo por Cooper, Rambaut, Willerslev y otros (2001) en prestigiosas revistas científicas (Science y Nature, entre otras). Estos trabajos presentaron un panorama notablemente ampliado de las migraciones tempranas al continente, que en los albores del siglo xx proponían una secuencia cronológica lineal de movimientos humanos entre un continente y el otro –algo que a la época calaba bien dentro del pensamiento evolucionista unilineal de Aleš Hrdlička (modelo tradicional –blitzkrieg–) y de un centenar de investigaciones más que se habían realizado sobre el tema del poblamiento americano. Ahora, los análisis realizados en fósiles, huesos, coprolitos (materia fecal seca) y cabello humano, permitieron establecer que muchas poblaciones nativas americanas