Los juegos de la política. Marcela Ternavasio
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Esa desconfianza mutua impera en las tratativas diplomáticas que se desarrollan en Madrid. En la negociación, el gobierno español se ve en la posición más débil –es el que solicita ayuda de su aliado– y seguramente por ello Fernando VII parece dispuesto a restituir Olivenza, aunque espera igual gesto por parte de Portugal respecto de los territorios americanos meridionales anexados a Brasil luego de los tratados de 1777 y 1778; al menos así lo expresa el citado reporte que el 12 de octubre envía a Río de Janeiro su embajador. Los contactos continúan y el 10 de diciembre de 1814 Sousa le informa a su ministro de Estado que en España hay mucha expectativa “para recuperar las importantes provincias del Río de la Plata”, aunque advierte que “la estación haga temer que no sea inmediata la partida de la expedición”.[57] Sin embargo, tres días antes de finalizar el año, le escribe al ministro Aguiar para ponerlo al tanto de un informe reservado reciente sobre la secreta decisión de cambiar el destino de la expedición. Según ese reporte, Morillo desembarcaría en Cartagena o Portobelo, atravesaría el Istmo de Panamá para dirigirse a Perú y unirse a las tropas del general Joaquín Pezuela; llegada la primavera, se aprontaría otra expedición, esta vez sin escalas, hacia el Río de la Plata.[58]
No se sabe cuán fiable puede ser la fuente reservada que Sousa no menciona, ni cuándo arribará el informe a Brasil y la relevancia que le dará el príncipe regente. Sin embargo, la sospecha sobre el cambio de rumbo de la expedición de Morillo no se corresponde con la versión que circula en España y comienza a difundirse en América. Tampoco coincide con la versión de los contactos hispanos transatlánticos, como el que entabla el rey de España con su hermana mayor, Carlota Joaquina, casada con el príncipe regente de Portugal y residente con su esposo en Brasil. En una serie de misivas a la infanta, Fernando VII le pide “buena acogida para la expedición que saldría de Cádiz en dirección a Buenos Aires, debiendo hacer escala en Río de Janeiro”.[59] En el mismo sentido, el marqués de Casa Irujo –embajador español en Río de Janeiro entre 1809 y 1812– le escribe a Carlota a fines de diciembre de 1814 para solicitar, por su intermedio, “el auxilio de D. João para la expedición que saldría de Cádiz, bajo el comando del General Pablo Morillo, para combatir a los insurgentes en la región del Plata”.[60]
El rumor transmitido por Sousa difiere de las instrucciones reservadas extendidas a Salazar a fines de 1814, antes de su partida a Brasil, y de la nota “muy reservada”, fechada el 22 de noviembre, que el ahora secretario de Estado Pedro Cevallos –que acaba de reemplazar en el cargo al duque de San Carlos– le dirige al encargado de negocios de España en Brasil, Andrés Villalba, y que Salazar debe entregar en sobre cerrado. En esa nota, Cevallos comunica a Villalba el objetivo de la misión: conocer la situación del Plata ante la inminente expedición “que Su Majestad ha determinado dirigir contra Buenos Aires y Montevideo”, averiguar cuál es el punto más ventajoso para encaminar las operaciones y qué recursos pueden hallarse en los dominios portugueses y, sobre todo, procurar “con la prudencia y [el] pulso convenientes, el modo de pensar de los portugueses, y su disposición con respecto a nosotros y a los insurgentes de Buenos Aires”.[61] Salazar queda a la espera de su pronto embarque hacia Brasil.
Al mismo tiempo, las tratativas se desarrollan en otro escenario. El Congreso de Viena, reunido en octubre de 1814 tal como estipulaba el Tratado de París que puso fin a la guerra entre Francia y la Sexta Coalición, se convierte en un foro para dirimir los asuntos ibéricos. Las potencias vencedoras deben urdir allí los destinos del mapa europeo, trastocado desde la Revolución Francesa; un mapa que pretende restaurar, en la medida de lo posible, las monarquías destronadas y las antiguas fronteras y establecer un equilibrio que invoque como fundamento el principio de legitimidad dinástico. Las negociaciones se despliegan en un marco de gran fastuosidad, como describe la archiduquesa Leopoldina de Habsburgo, hija del emperador de Austria Francisco I, a su hermana mayor, María Luisa, confinada en el palacio de Schönbrunn y excluida del protocolo por haber sido esposa del ahora vencido Napoleón Bonaparte: “Nuestra vida no me agrada en nada: desde las diez de la mañana a las siete de la noche estamos continuamente en vestido de gala, de pie, pasando el día en saludos y ociosidad. Todos los días hay una cena de treinta y cuatro platos que comienza a las cuatro y dura tres horas”.[62] Se calcula que asisten más de cien mil forasteros en calidad de actores y espectadores a la apertura del Congreso y que la mesa imperial cuesta alrededor de 50.000 florines diarios. Una comisión de fiestas se encarga de evitar que el ocio diplomático sea una mala influencia para los negocios. La sociabilidad alterna, así, conferencias bilaterales, negociaciones cruzadas y acuerdos informales con opíparos banquetes, bailes de máscaras, espectáculos teatrales, conciertos musicales, partidas de lotería y paseos en trineo.[63]
España, la principal afectada en sus dominios ultramarinos por la guerra contra Francia, aspira a incidir en el Congreso de Viena para obtener el apoyo de las principales potencias a la hora de reprimir las insurgencias americanas y evitar el colapso de su imperio. Portugal también quiere incidir en el nuevo tablero internacional desde una posición que, por el momento, se presenta como excepcional: su sede sigue siendo Brasil. Ambas coronas deben disputar su lugar en el concierto de potencias que, por el momento, parece decidido a concentrar las decisiones en los delegados de Gran Bretaña, Austria, Prusia y Rusia. España y Portugal se encuentran entre los aliados antifranceses más débiles, como potencias consideradas de “segundo orden” que tienen un interés directo en la cuestión americana.[64]
Pedro Gómez Labrador es el representante español acreditado en el Congreso, mientras que su contraparte portuguesa está liderada por Pedro de Sousa Holstein, conde de Palmela, avezado diplomático procedente de la familia del embajador en Madrid (entre 1809 y 1812 se desempeñó como titular de la legación en Cádiz).[65] Arriban en septiembre a la capital austríaca para las reuniones preparatorias y pronto inician sus gestiones. Al comienzo, no dan buenas señales de entendimiento. Los representantes de Portugal le informan a su colega en España que Gómez Labrador se obstina en impedir la restitución de Olivenza y sugieren desplazar esa negociación a la corte de Madrid. Sin embargo, le previenen que “jamás ofrezca ni prometa para eso la devolución a España de las Siete Misiones, ni de ningún territorio al sur de Brasil por ser esta cesión diametralmente opuesta a las vistas de S. A. R. y sus nuevas instrucciones”. Le anuncian, además, que el príncipe regente desea separar la negociación de Olivenza de cualquier intervención o mediación de los ministros británicos, y eso “por motivos muy sólidos e importantes que no se nos permite ahora explicar”. Agregan que están autorizados a proponer a España un nuevo tratado de límites en América, y para eso ofrecerían territorios al norte del Amazonas con la libre navegación del río hasta el mar a cambio “de territorios equivalentes que ella nos cedería en las