Los juegos de la política. Marcela Ternavasio
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Las negociaciones se inician de inmediato y Sarratea sigue viaje a Inglaterra para gestionar el nombramiento recíproco de agentes consulares y buscar concesiones para la provisión de armamentos. Desde Buenos Aires el gobierno acepta la mediación. En esa capital se ha instalado la primera Asamblea Constituyente bajo el predominio del ala más radical del movimiento revolucionario, conformada por la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro, organización secreta con conexiones masónicas que busca favorecer la suerte militar de la causa americana. El Congreso abre sus sesiones en enero de 1813 con la expectativa de declarar la independencia respecto de la metrópoli, pero allí no están representados los diputados electos en la Banda Oriental bajo la órbita de José Gervasio Artigas, cuyo movimiento, de base rural y popular, domina gran parte de la campaña y propugna un proyecto confederal. El rechazo de los pliegos de los representantes orientales revela las profundas diferencias entre el artiguismo y la fracción centralista hegemónica en la dirigencia porteña y en el Congreso. Esas diferencias no impiden que las fuerzas militares de ambas tendencias sostengan un sitio conjunto contra los realistas de Montevideo desde hace varios meses.[76]
El gobierno transplatino también acepta negociar una tregua. En los años recientes, los orientales juraron obediencia a la Regencia española, participaron en las Cortes gaditanas, aplicaron la Constitución española de 1812 dentro del recinto urbano y actualmente padecen el elevado costo de ser leales a la metrópoli. El sitio ya lleva varios meses y ha convertido a la ciudad en una fortaleza y un refugio custodiados por la flota, donde arriban cientos de leales que huyen de la revolución. La ciudad amurallada está en una situación desesperante; el hambre y las enfermedades diezman a la población y los auxilios que el gobernador Vigodet solicita a Brasil no llegan.[77] El príncipe regente de Portugal adopta una actitud neutral y respeta el armisticio concertado con Buenos Aires en 1812.
Las tratativas de pacificación lideradas por Strangford se prolongan varios meses. Las dificultades para llegar a un acuerdo no son ajenas a la distancia que separa a la corte carioca del teatro de guerra. Pero lo que traba las negociaciones son las divisiones internas en los dos bandos enfrentados. En el bloque revolucionario, Artigas abandona el cerco de Montevideo en enero y el Directorio lo declara “traidor a la patria” y “enemigo de la humanidad”. Fernando Otorgués, lugarteniente, primo y hombre de confianza de Artigas, queda a cargo de las tratativas en las cercanías de Montevideo, apoyado por un considerable número de tropas. Si bien el líder oriental le advierte que “estamos peleando contra Buenos Aires, pero no es porque seamos adictos a la causa de Montevideo, hay muchísima diferencia entre lo uno y lo otro”,[78] Otorgués alimenta las sospechas cuando, en su nombre y en el de su primo, propone a las autoridades locales llevar adelante una acción conjunta para impedir la entrega de la plaza a los ejércitos porteños. El rumor de esta posibilidad profundiza las divisiones dentro del bloque realista. El sector de los leales llamados “empecinados”, apoyado por las milicias y grupos plebeyos montevideanos, jura morir antes que rendirse o negociar con algún sector de la insurgencia.[79]
Ese complejo escenario, donde ambos bloques –revolucionario y antirrevolucionario– se encuentran divididos, parece una situación de suma cero: nadie puede ganar sin la colaboración de alguna de las fuerzas en pugna. La definición del enemigo se torna imprecisa y en ella se cruzan especulaciones variadas y oscuras. No queda claro si las acciones pueden derivar en alguna alianza estratégica entre integrantes de los equipos enfrentados o si darán pie a una competencia descarnada. Lo cierto es que, en ese empate de fuerzas, el proyecto de armisticio fracasa. Strangford culpa a la intransigencia del gobernador de Montevideo y atribuye su actitud a “un arreglo con Artigas”.[80] El director supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Posadas, le anuncia al embajador británico que no puede menos que “ceder al imperio de las circunstancias, pasando tropas a reforzar el sitio de esa plaza y mandando la fuerza naval a bloquear su puerto”.[81] La marina española es derrotada por la escuadrilla de Buenos Aires y el gobierno de Montevideo capitula el 20 de junio. El general Carlos María de Alvear, al mando de las tropas del ejército sitiador, toma la plaza tres días más tarde.
El fallido armisticio, que culmina con la expulsión de las fuerzas realistas de la Provincia Oriental, se negociaba a ciegas de lo que ocurría en la Península. Durante esos meses de tratativas, las noticias llegadas de Europa siguen los lentos ritmos de las comunicaciones. Nadie sabe si Fernando VII ya está restituido en el trono ni tampoco bajo qué condiciones. El gobernador Vigodet, poco antes de capitular y enterado de la liberación del rey, hace una defensa cerrada de la Constitución de Cádiz para persuadir a los revolucionarios de negociar un pacto que considera justo y beneficioso para todos: “V. E. ha leído la sagrada Constitución de la Monarquía, ha visto la división de poderes, las atribuciones de cada uno, la responsabilidad de todos, y no habrá podido menos que admirar el modo en que se ha afianzado la libertad de los Españoles de ambos mundos, sin que el despotismo vuelva a usurparles sus derechos”.[82] En esta declaración pública de fe constitucional, Vigodet no parece sospechar que podría quedar ubicado en el bando de los liberales perseguidos por el rey en España luego del decreto del 4 de mayo. Cuando los porteños toman Montevideo aún no circula la información sobre la restauración del absolutismo ni se sabe qué actitud adoptará el monarca hacia sus dominios ultramarinos. Lo único cierto es que Fernando VII va camino a Madrid.
El gobierno directorial de Buenos Aires tiene ahora un doble desafío: por un lado, el que puede venir de la Península con un ejército liberado de la guerra contra Francia; por el otro, controlar la frontera con Brasil y el territorio rural de la provincia recién conquistada. Visto que esto último requiere pactar una tregua, el nuevo gobierno instalado en Montevideo otorga a Artigas el cargo de comandante general de la Campaña Oriental. Sus antecedentes como capitán del Cuerpo de Blandengues, su conocimiento e intervención en la frontera portuguesa desde tiempos coloniales y, sobre todo, su liderazgo político en la región gracias a los sólidos vínculos que supo crear desde 1811 con las familias campesinas, los grupos indígenas y los hacendados hacen que desempeñe un papel protagónico. Como parte de las tratativas, Buenos Aires propone que Artigas renuncie a cualquier pretensión sobre la provincia de Entre Ríos y que se elijan dos diputados para asegurar presencia en la Asamblea Constituyente. El temor del Directorio es la expansión del artiguismo y sus planes confederales a la región litoral: ubicada entre los ríos Uruguay y Paraná, comprende las jurisdicciones de Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes, dependientes de la gobernación intendencia de Buenos Aires.[83] Pero el líder federal se niega a limitar su poder a la campaña de la Provincia Oriental y rechaza el nombramiento; entre tanto, mueve sus fuerzas y corta las comunicaciones con Montevideo.
Las desconfianzas y rencores mutuos dentro del bloque revolucionario se vuelven visibles cuando el tablero de juego se abre a nuevas estrategias transatlánticas. A medida que comienzan a llegar las novedades de España, y mientras Europa celebra la derrota del imperio napoleónico, el director supremo de las Provincias Unidas está lejos de compartir la algarabía de las potencias vencedoras. Posadas le escribe a José de San Martín en julio de 1814, pocos días antes de nombrarlo gobernador intendente de la provincia de Cuyo: “El maldito Bonaparte la embarró al mejor tiempo; expiró su imperio, cosa que los venideros no creerán en la historia, y nos ha dejado