Los juegos de la política. Marcela Ternavasio

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Los juegos de la política - Marcela Ternavasio Hacer Historia

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al gobierno de Brasil las tratativas que llevan adelante en Viena. Allí sugieren que las dos coronas traten el asunto de Olivenza de manera directa y sin intermediarios, aunque advierten tres dificultades. La primera es que Portugal, por su posición geográfica, “confina casi únicamente con España” en ambos hemisferios, lo cual es serio obstáculo para cualquier política multilateral de compensaciones. La segunda es que consideran poco probable “que España, sin la intervención de otras potencias, nos restituya Olivenza” como asimismo “evitar las reclamaciones que ella se juzgaría autorizada a hacer relativas a las Misiones del Uruguay”. La tercera dificultad consiste en que la correspondencia del embajador Sousa “no nos da mucha esperanza de un feliz resultado; las promesas que el gobierno español le hace son vagas, y parecen únicamente dirigidas a ganar tiempo y a granjear una buena recepción en Brasil a la expedición que pretenden enviar a Buenos Aires”.[67]

      Los representantes portugueses evalúan opciones para sacar la mayor ventaja posible. El ambiente diplomático vienés estimula las intrigas y las posibilidades de trazar un mapa que refleje el nuevo equilibrio europeo y los talentos de los representantes a cargo de diseñarlo. Es el momento indicado para desplegar destrezas y obtener beneficios en detrimento de las potencias menos hábiles en esas lides. Palmela le confirma al ministro de Estado en Brasil la postura de no tratar en el Congreso la cuestión de los límites en América meridional y reservarla para una negociación secreta en Madrid. Pero al respecto cierra el informe con una inquietante sugerencia:

      Las diferencias entre las negociaciones bilaterales en Madrid y las desarrolladas en la capital austríaca son evidentes. El embajador Sousa supone que Portugal apoyará la expedición española pero pone ciertas condiciones, entre ellas la devolución de Olivenza. La representación lusa en Viena, en cambio, se muestra más ambiciosa al proyectar negociaciones atadas a una hipótesis de extorsión fundada en la lógica del hecho consumado: ocupar militarmente la Banda Oriental antes del arribo de la expedición de Morillo, ya sea para una futura negociación o, en su defecto, para indemnizarse con esos territorios. Gómez Labrador, por su parte, se niega a tratar la cuestión de Olivenza mientras Fernando VII se muestra dispuesto a restituirla a cambio del apoyo a sus tropas en Brasil y de la resolución sobre los territorios meridionales americanos. En esas intrincadas negociaciones cruzadas es difícil evaluar si las diferentes estrategias de los agentes diplomáticos son producto del múltiple desdoblamiento de los espacios donde actúan y de los ritmos temporales que escanden las misivas e instrucciones a escala transatlántica y europea, o si responden a cierta autonomía de gestión respecto de los gobiernos que representan. En cualquier hipótesis, en esos entrelazamientos sobre cuestiones pendientes en los territorios europeos y ultramarinos quedan al desnudo las dificultades que presenta la propuesta del Congreso de Viena de regresar a las antiguas fronteras de las monarquías y hacer coexistir la tradicional política bilateral con una novedosa multilateralidad que estipula claras jerarquías entre las potencias de primero y segundo orden.

      Estas dificultades se hacen evidentes en las tratativas entre España y Portugal y también en las tensiones de la alianza que ambas coronas sostienen con Gran Bretaña. Un dato del informe enviado por la legación lusa al embajador Sousa, expuesto en tono críptico y confidencial, revela los cambios en esos vínculos: la negociación de los territorios de Olivenza debe quedar fuera de la intervención británica. La corona de Portugal comienza a manifestar cierta voluntad de independencia ante la potencia que ejerce sobre ella una suerte de protectorado, en especial luego de promover el traslado de la corte a Río de Janeiro y de celebrar tratados que otorgaron ventaja comercial a Inglaterra.

      Lo cierto es que al finalizar 1814, nadie sabe si el objetivo de Fernando VII de aunar fuerzas con Portugal para poner fin a las rebeliones americanas podrá concretarse. Más allá de la versión reservada que transmite Sousa a su gobierno sobre el posible cambio de destino de la flota de Morillo, todo indica que se dirige al Río de la Plata. Al menos España ha movido sus fichas en esa dirección: a las negociaciones formales a través del embajador portugués en Madrid y el envío de un agente extraordinario a Brasil se suman los contactos informales que buscan aprovechar el vínculo dinástico que provee la infanta Carlota Joaquina con los Braganza. En el tablero de juego, el rey Borbón apuesta por una estrategia cooperativa para conformar un poderoso equipo y la mayor incógnita es cómo se posicionará Portugal ante los pedidos de auxilio de España, las presiones británicas y las amenazas revolucionarias en sus fronteras.

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