Un Cuarto De Luna. Massimo Longo

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Un Cuarto De Luna - Massimo Longo

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      Eso hizo enfurecer a Gaia.

      —¿No dices nada? Total, para ti da todo igual. Diles a mamá y papá: en el campo tampoco vas a hacer nada.

      Elio hizo seño de sí con la cabeza para darle la razón.

      —¡Basta, Gaia, no seas así! La decisión ya está tomada. Los vendrá a buscar su primo Libero —Carlo cerró la conversación.

      Desilusionada y enojada, Gaia se fue corriendo.

      —Se le va a pasar —dijo Giulia, que conocía la actitud positiva de la hija ante los reveses de la vida.

      Elio, en silencio, se retiró a su cuarto.

      Carlo se quedó duro; sin embargo, estaba convencido de que esa era la mejor decisión que habían tomado en los últimos años.

      Llegó el viernes siguiente, y Carlo fue a buscar al sobrino a la estación. Fue una gran alegría volver a abrazarlo.

      Libero era un muchachote alegre, de modos simples y ciertamente poco convencionales. Alto y delgado, pero no frágil, tenía grandes manos habituadas al trabajo de campo y el rostro oscurecido por el sol. Los ojos verdes resaltaban en su cara, el cabello era castaño, corto y peinada con raya al costado, como se usaba durante la posguerra. Abrazó con fuerza al tío y no paró de hablar hasta llegar a la casa.

      Carlo lo miraba maravillado. Recordaba el período en el que había estado mal y era apático y fácilmente irritable. Era verdad que Libero no era un genio, pero la vida simple que llevaba lo hacía feliz. Carlo quería ver a Elio así de sereno. Mientras, Libero estaba con la nariz contra la ventanilla del auto del tío y hacía preguntas sobre todo lo que veía.

      En casa todos esperaban su llegada.

      Giulia estaba nerviosa mientras terminaba de preparar las valijas. Había llegado el momento y ahora se preguntaba cómo saldría todo; su instinto de madraza tomaba la delantera.

      Gaia, en cambio, ya había asimilado el golpe y le iba detrás haciéndole miles de preguntas sobre lo que iba a poder ver y hacer en los alrededores de la granja.

      La última vez que fueron eran muy chicos y todavía estaban los abuelos; casi ni se acordaban del lugar, tenían solo vagos recuerdos del campo o del olor de los árboles entre los cuales jugaban a las escondidas.

      Después de la muerte de su marido, a la tía le había costado reorganizarse y había decido mudarse con los hijos a la vieja granja de los padres, ahora abandonada.

      Gaia oyó el ruido de la llave en la cerradura y corrió a recibir al primo, que la alzo como había hecho con su pasare y la hizo girar como en un carrusel. Gaia sonrió. No se esperaba esa demostración de afecto.

      —Hola, Libero. ¿Cómo estás? —le preguntó de corazón al primo que no veía desde hacía tanto.

      —Bien, pequeña —respondió Libero.

      Entre tanto, llegó Giulia, y fue la única con la que Libero se comportó como un caballero, besándole las mejillas apresuradamente.

      —¿Cómo estuvo el viaje? —le preguntó Giulia premurosa.

      —Bien, la vaca de acero es muy cómoda y veloz para viajar y la ciudad está llena de cosas curiosas. ¡Estoy contento de estar aquí!

      —Siéntate, debes estar cansado. ¿Puedo ofrecerte un helado? —ofreció Giulia.

      —Sí, gracias, tía, me encanta el helado —aceptó Libero de buen grado—, pero ¿y Elio dónde está?

      —Elio está en su habitación, ahora viene —dijo Carlo enfadado con el hijo, que no se dignaba a venir a saludar al primo que había hecho ese viaje solo para venir a buscarlo, y fue a su cuarto.

      —No, no, tío. —Libero lo detuvo—. Voy yo, quiero darle una sorpresa. Dime cuál es su habitación.

      Apenas Carlo se la indicó, Libero se lanzó hacia la habitación, desde donde se sintieron sus gritos de felicidad mientras lo saludaba. Ni siquiera Elio, no obstante su frialdad, logró escapar al abrazo envolvente.

      Gaia miró a la madre con sorpresa y le susurró:

      —¡No lo recordaba tan tonto!

      —No digas eso —le recriminó Giulia—. Es un buen muchacho, y muy correcto.

      —Sí, pero… ¿están seguros de que podrá llevarnos a destino? —preguntó Gaia perpleja.

      —¡Claro que sí! —la tranquilizó Carlo—. No lo subestimes. Lleva adelante la granja junto a la madre. Es fuerte y competente.

      Llegó la hora de la cena, que, con todos los colores que Libero había traído del campo, fue muy alegre, naturalmente para todos salvo para Elio.

      —No veo la hora de mostrarles todo —concluyó Libero dirigiéndose a los primos al final de la descripción de la granja.

      —¿Estás seguro de que no quieres quedarte un par de días antes de viajar? —preguntó Giulia.

      —No puedo dejar a mamá sola en este época, hay mucho trabajo.

      —Tienes razón, Libero. Eres un muy buen muchacho —lo elogió Carlo palmeándole con afecto el hombro.

      —¿Sabes, tío? En el auto me preguntaba una cosa. Antes de venir a la ciudad pensaba que la bocina servía solo en caso de peligro.

      —Claro —respondió Carlo—. ¿Por qué?

      —Porque parece que aquí la usan para festejar. ¡No dejan de tocarla!

      Todos, menos Elio, rompieron a reír preguntándose en silencio si Libero estaba bromeando o si hablaba en serio…

      Capítulo 3

      Dándose cuenta de su terror, comenzó a reír

      A la mañana siguiente, Libero hizo saltar de la cama a Giulia, cuando se tropezó con la alfombra del corredor. Y así, él y su tía se encontraron preparando el desayuno antes que los demás se despertaran. Cuando el aroma del café inundó su habitación, Carlo también se sumó y, junto a su esposa, empezó a contar lo que le estaba sucediendo a Elio.

      —No tengan miedo —los tranquilizó el muchacho—. Esta experiencia fuera de casa o ayudará ¡y además mamá ya preparó un plan de ataque!

      En la estación, Giulia no hacía más que dar recomendaciones a los hijos, para que se portaran bien en la casa de la tía.

      Gaia no podía más de la emoción y la curiosidad mientras, como de costumbre, se veía a la legua que Elio había sido arrastrado a esa historia. Arrastraba la pesada valija de Gaia porque Libero lo había obligado. «Las señoritas no levantan peso!». Ese primo ya lo había cansado.

      Libero, en jeans y camiseta, tenía puesto también un gorro amarillo ocre de defensa civil, que a los primos les parecía fuera de lugar, y cargaba el resto del equipaje como si fueran valijas vacías.

      El

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