Otra Argentina es posible. Néstor Jorge Bolado
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Del mismo modo, a lo largo de nuestra historia y cíclicamente llegaron inversiones financieras transitorias y de oportunidad, que aprovechaban nuestras serias incongruencias macroeconómicas. Ellas obtuvieron rentas de corto plazo anualizadas de dos dígitos, garantizadas en dólares, imposibles de conseguir en otras inversiones en el resto del mundo. Se colocaban fondos a tasas de interés en pesos locales exorbitantes y, para asegurar su rentabilidad en dólares y no correr riesgos cambiarios, compraban divisas a término, a su vencimiento. Otro costo más que pagó inicialmente nuestro Banco Central y en definitiva toda la sociedad a cambio de nada y generando más inflación e incertidumbre.
En no pocas ocasiones el Banco Central, en un vano intento de estabilizar el tipo de cambio y/o contener la inflación cuando ya era evidente que era irreversible una devaluación del peso, se convertía en el único oferente de seguros de cambio y venta a término de moneda extranjera. Es decir, asumía un compromiso de venta de importantes cantidades de dólares estadounidenses a un valor político no determinado por el mercado, a una fecha futura. Estas operatorias se hacen a cambio de una prima, y muchas veces originaron cuantiosas pérdidas a su vencimiento por la diferencia a pagar entre la cotización pactada para esa fecha, más baja que la real después de la devaluación ya consumada.
Otro factor a tener muy en cuenta es el costo de oportunidad. Hay inversiones que por su tamaño, tecnología, complejidad y recursos involucrados se pueden efectuar en un momento determinado y solo en ése, y desaprovechar la coyuntura favorable y dejarla para más adelante implica elevados costos. En definitiva, en muchas ocasiones no se podrán concretar esa inversión y sus beneficios, se desaprovecharán recursos disponibles, no se generarán fuentes de trabajo adicionales, o bien las inversiones se realizarán cuando las condiciones de mercado o el acceso a la financiación no sean óptimas.
A manera de ejemplos, podemos mencionar entre los más recientes: la papelera Botnia, finalmente instalada en Uruguay; la pérdida del autoabastecimiento energético años atrás, con su correlato en sobreprecios de gas y combustibles importados; no haber empezado a explotar el yacimiento Vaca Muerta antes, aprovechando los altos precios del petróleo, y ya tener madurada la inversión, entre muchos otros.
A todo esto, hay que adicionar los costos que ocasionaron las crisis internas y externas que ha soportado el país, y las que nos hemos autoimpuesto gratuitamente, a raíz de la debilidad de las instituciones, sus propios errores y la fragilidad económica.
Finalmente, cabe destacar que a lo expuesto en los párrafos precedentes se le agrega el reducido tamaño de nuestro mercado local, en parte asociado a los altos niveles de pobreza y una localización geográfica alejada de los grandes centros de consumo y principales rutas internacionales. Se nos plantean, por lo tanto, desafíos adicionales que todavía no hemos podido superar, para poder reinsertarnos y competir en un mundo globalizado y en permanente cambio, con algunas posibilidades de éxito.
5. Una visión pesimista de nuestro país en el escenario global
Un examen retrospectivo de lo ya expuesto nos permitirá concluir, sin temor a equivocarnos, que hoy nuestro país no es viable en lo inmediato y mucho menos en el futuro. La crisis en la cual estamos sumergidos y nuestros propios condicionantes ya enumerados hacen casi imposible poder interactuar ordenadamente y sobre bases sólidas en un mundo globalizado. Nos encontramos frente a un contexto muy dinámico, contingente y con profundos cambios de todo tipo, que nos sobrepasa ampliamente, ante nuestra inercia y pasividad.
Se podría afirmar que la teoría darwiniana funcionará a pleno, y que las mayores probabilidades, como hasta ahora en otras especies, deberían ser para aquellos países o Estados que estén mejor preparados para los cambios de paradigmas en curso. Una amplia cantidad de innovaciones y avances en distintos planos de la ciencia, la tecnología, el conocimiento, la ecología, la energía, las relaciones internacionales, la salud, la esperanza de vida, las profesiones, los trabajos, los hábitos de consumo y muchos más han llegado para quedarse, y otras están en camino.
Una parte de los trabajos y las profesiones de hoy no tendrán cabida en el futuro. Los efectos más relevantes que ya están ocurriendo o podrían llegar a suceder en la economía de una sociedad como la nuestra o similar serán devastadores.
La velocidad a la cual se están produciendo estos cambios y nuevos descubrimientos científicos se acelera. Esas circunstancias originan una obsolescencia tecnológica que hace altamente ineficientes procesos productivos, servicios, maquinarias y activos de todo tipo, o bien lo harán en un futuro no muy lejano.
Si se intenta mirar hacia adelante, las carreras universitarias y sus planes de estudio serán diferentes a las actuales, al igual que los conocimientos a impartir.
Paulatinamente, se produce o producirá una expulsión de importantes cantidades de recursos humanos, que hoy se pueden considerar de calidad, de los sistemas productivos, que pasan o pasarán a engrosar las filas de los desempleados, trabajar informalmente, desempeñar tareas peor remuneradas o deberán reinventarse con rapidez.
Es evidente que algunas modalidades han llegado para quedarse, como plataformas de búsqueda en lugar de agencias de turismo, modalidades de e-commerce en lugar de comercios con locales, e-mail en lugar de correo postal, cajeros automáticos, home banking y apps en lugar de empleados bancarios, terminales en lugar de empleados de aeropuertos, archivos digitales en lugar de libros y diarios en papel, plataformas de streaming en lugar de canales de TV o cable. En los últimos meses, todos se popularizaron por razones de fuerza mayor. El proceso continuará principalmente con el reemplazo de obreros por robótica, empleados en cabinas de peajes, venta de ticket de trenes y subte por controles electrónicos y máquinas expendedoras, respectivamente. Por otra parte, en el mundo hay otros avances que no disfrutaremos por varios años más, pero en algún momento sin duda van a llegar. Son los nuevos paradigmas en materia laboral, que en realidad siempre los hubo y originaron que ciertas artes y oficios quedaran fuera de uso y expulsaran mano de obra, solo que ahora avanzan mucho más rápido por la globalización del comercio internacional.
La realidad es que en los últimos años el mundo se adaptó y creció, mientras que nosotros frecuentemente retrocedimos o crecimos de manera débil, en forma esporádica, sin sustento y en unas pocas ocasiones, con frecuentes cambios de dirección, que anularon buena parte de los esfuerzos previos. Lo urgente siempre se antepuso a lo importante o necesario, atacamos los efectos y no las causas y el criterio de eficiencia en la administración de los recursos públicos es el que menos prevalece, excepto para generar pobreza. Vivimos de crisis en crisis, con movimientos pendulares que socavan nuestro desarrollo y deseos de superación. Más aún, nos hacen perder la confianza propia y del resto de la comunidad internacional, de eventuales inversores, clientes y proveedores, transformando a la Argentina en un caso incomprensible de estudio académico.
Mientras tanto, nuestro problema es aún más grave. Una parte importante de nuestra fuerza laboral está desempleada; otra se desempeña en la economía social con subsidios del Estado, ninguna formación y bajo nivel educativo; seguido del empleo informal tratando de mejorar su situación y por último los empleados en exceso en la función pública, en una suerte de paro encubierto.
Al mismo tiempo y gradualmente, se va originando otro proceso inevitable y auspicioso para la humanidad, pero preocupante desde el aspecto económico y social. Está referido a la población mundial, que hoy tiene una mayor esperanza de vida, se va incrementando en la cantidad total de habitantes y va cambiando la composición demográfica por edad, lógicamente con distinto comportamiento, incidencia e implicancias