Empuje y audacia. Группа авторов

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Empuje y audacia - Группа авторов Ciencias Sociales

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psicosocial, que implica la integración de la identidad personal, las relaciones interpersonales y las influencias y consecuencias estructurales, es la forma de conocimiento del otro y de atención social que debe imperar en el trabajo social. Por lo tanto, las instancias individual, familiar, grupal, comunitaria y social no pueden entenderse de manera aislada sino interconectadas de manera profunda[1]. Como ya decía Spinoza, cada persona no es el átomo indivisible y aislado del liberalismo, sino un conjunto coherente de relaciones, tanto físicas como intelectuales, con la naturaleza, con los objetos, con las otras personas. Relaciones que continuamente la transforman. Por consiguiente, es posible establecer los límites entre individuo-familia-grupo-institución-comunidad-sociedad y, por lo tanto, se impone una intervención que enlace a la persona en los diferentes espacios donde teje sus relaciones sociales y se desarrolla como sujeto.

      1.3. El trabajo social como propuesta de intervención integral

      El trabajo social como actividad científica se identifica con una serie de orientaciones epistemológicas, pero también con un método de intervención genérico, o sea, una estructura común del procedimiento y de sus operaciones, que permite establecer una intervención disciplinada, así como con la investigación. Esta estructura de procedimiento acostumbra a describirse como un orden o secuencia racional de operaciones que debe permitir un ejercicio profesional reflexivo: a) el estudio de la situación social personal o colectiva; b) la elaboración de un diagnóstico de la situación social; c) el establecimiento de un plan o proyecto de intervención; d) la ejecución práctica de aquel proyecto, y e) la evaluación de nuevos datos de la situación, de la ejecución realizada y de sus resultados (Barbero, 2003).

      De este modo, la práctica profesional con MMNA precisa, pues, en primer lugar, de una aproximación cuidadosa a las situaciones particulares y establecer un análisis de la situación del/la menor (Giménez-Bertomeu, Mesquida, Parra, y Boixados, 2019). Para construir esta evaluación de las necesidades, De Robertis (2012) propone un conjunto de elementos útiles para tal análisis, que parten de lo general, para progresivamente particularizarse, así como también los métodos entre la intervención social de ayuda a la persona, que denomina ISAP, o los de interés colectivo, que denomina ISIC (De Robertis, 2012). Por ejemplo, desde un enfoque profesional es relevante establecer cómo se ha producido la transición migratoria, cuáles son los vínculos del/a menor con el origen, o si se trata tal vez de una huida o de la búsqueda de crecimiento, o un ritual de paso (Quiroga, Chagas y Palacín, 2018).

      Pero también es fundamental entender que las relaciones establecidas entre los sujetos destinatarios y el/la profesional durante el proceso de intervención, forman parte de la situación que el/la profesional interpreta en el diagnóstico (Barbero, 2003). Es preciso destacar que estos parámetros descritos permitirán, tal vez, una aproximación a la situación trabajada y quizá un mejor acompañamiento en el trayecto de los niños y niñas hacía un nuevo marco cultural, un nuevo espacio social y, la plasmación y ajuste de las expectativas gestadas en origen y en tránsito, o una resignificación de las mismas si cabe.

      Una vez se ha establecido el diagnóstico, el o la trabajadora social deberá diseñar el proyecto de intervención, en el que se definan los objetivos y los modos y medios más adecuados para lograr dichos objetivos. A un nivel general, podemos estar de acuerdo en que el reto profesional es promover procesos personales o colectivos de inserción social, a través del establecimiento de un conjunto de oportunidades que propicien experiencias significativas en los sujetos participantes en el proceso (con efectividad en sus relaciones sociales, en su comprensión de la situación, en sus actitudes y comportamientos, etc.) (Barbero, 2002). Para avanzar hacia estos objetivos, se requiere de la utilización de metodologías que se centren primordialmente en los procesos, en las relaciones y en la función colectiva (Parra, 2017), entendiendo que la dimensión colectiva y relacional se halla, y va más allá de la división metodológica meramente pragmática de caso, grupo y comunidad, situándose dentro de cada una de las acciones profesionales, se ubiquen estas en uno u otro método.

      El trabajo individual se debe preocupar de poner en relación a los y las adolescentes jóvenes con su familia, con sus grupos de iguales (procurando ir más allá de los que se encuentran en la misma situación), con las instituciones educativas, favoreciendo una educación inclusiva, las entidades culturales y de ocio, el mundo del trabajo, etc. No puede obviarse que a menudo los MMNA presentan un conocimiento precario de la lengua de los países de destino (Consola, 2016) y afrontan una senda al mercado de trabajo no exenta de dificultades y poco efectiva, dado que está ligada a un equipamiento formativo restringido e inadecuado, lo que no facilita la tarea de acompañamiento de los profesionales.

      Si bien el trabajo grupal es una herramienta metodológica y un contexto que posibilita el intercambio de pensamientos, sentimientos y experiencias que ayudan al aumento de las fortalezas de sus miembros y a la identificación y la solución conjunta de conflictos y de experiencias traumáticas, la metodología de intervención grupal también, mediante el uso intencionado de las relaciones y de la experiencia de la pertenencia, sirve para que los y las jóvenes migrantes descubran la comunidad y a la vez sean reconocidos en ella, encontrando el lugar social que les corresponde de pleno derecho.

      El contexto del grupo ofrece una vivencia de vinculación, de construcción de relaciones y apoyo que promueve el cambio personal y sirve de puente para la acción colectiva; la responsabilidad colectiva lograda mediante el reconocimiento y la definición común de las situaciones hace posible que los problemas personales se expresen en colectividad (Parra, 2017: 297).

      Mediante la experiencia de vinculación y conexión proporcionada por el grupo, las personas se vuelven más conscientes de las relaciones sociales de las que forman parte.

      El trabajo comunitario favorece, pues, que los/las jóvenes se construyan como sujetos sociales y permite ver a este colectivo desde la noción de ciudadanía. Para ello, es necesario atender la singularidad de cada una de las personas, para ayudarlas, de este modo, a desarrollar sus capacidades y encontrar su propio lugar en el proceso. Teniendo en cuenta que la articulación colectiva también se debe desarrollar a un nivel más amplio, promoviendo la consolidación de una red o un conjunto de acción que incorpore a las instituciones, los servicios públicos, las entidades del tercer sector y los mismos jóvenes en torno al reto de construir una sociedad más justa e inclusiva. Además, es preciso destacar que una parte importante del trabajo social no se puede encuadrar unívocamente en uno de estos abordajes porque constituye un repertorio común del trabajo social en su conjunto como, por ejemplo, el establecimiento de un vínculo con las personas a las que se acompaña, la tarea de conectar a las personas con las redes presentes en la comunidad de ayuda y apoyo mutuo, la planificación y la dirección de proyectos, la relación con los grupos naturales ya existentes, con las organizaciones y asociaciones de la comunidad, o las acciones para favorecer el cambio en la propia organización.

      2. De vínculos, ajustes y entornos. Acotaciones para una intervención integral

      Ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño en la agreste naturaleza, resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos.

      Hannah Arendt (1958)

      2.1. Una perspectiva crítica y emancipadora

      Es pertinente empezar dando cuenta de nuestra posición epistemológica crítica para entender la situación que viven estos/as jóvenes, como consecuencia de la sociedad desigual, colonial y patriarcal que configura y condiciona el desarrollo de la vida social. Nos identificamos con un trabajo social que reconoce, la marca dejada por las posiciones de género, clase social, raza y cultura, el espacio temporal en el que se desempeña, la dimensión de territorio y del momento histórico-político, y que considera a los/as MMNA como sujetos de derecho y como población vulnerada. Igualmente, la mirada constructivista es inspiradora para el trabajo social, porqué nos ayuda a entender que esta sociedad desigual también se sustenta en las representaciones sociales

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