Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia. Angélica Hoyos Guzmán

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Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia - Angélica Hoyos Guzmán

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panorama de la poesía colombiana durante el último decenio del siglo XX

      La tradición de los oprimidos nos enseña

      que la regla es el estado de excepción en el que vivimos

      Walter Benjamin (2008)

      Los períodos de la violencia en Colombia a lo largo del siglo XX se han definido a través de momentos de pacificación. El primero culminó con el acuerdo internacional de la Guerra de los Mil Días (1902), el segundo en 1958 con la instauración del Frente Nacional y, a pesar del ambiente constitucional y pluralista de 1991, parece que el último período de violencia se ha prolongado hasta entrado este siglo XXI. Por ello, la guerra ha hecho parte del cotidiano, y, al parecer, tal como lo plantea Benjamin (2008) en el epígrafe que cito como encabezado de este apartado, el estado de excepción parece más la regla diaria en tanto que por la duración del conflicto armado en Colombia, por sus múltiples facetas y matices pareciera constituirse una tradición que oprime a los habitantes del territorio. De este modo, Colombia es referente latinoamericano a la hora de abordar los problemas de violencia, está marcado por el imaginario de ser uno de los países más violentos del continente.

      A pesar de los momentos de paz, la inacabada situación conflictiva ha hecho que muchas víctimas, artistas y creadores que identifican el conflicto como un problema social encuentren un vehículo de expresión en el arte, la literatura, el cine la poesía, como lo desarrollo aquí, que no solo constituyen un testimonio sino que canalizan sentimientos individuales y colectivos, apuestas estéticas para responder ante la excepción como norma, de la cotidianidad y de la perennidad, y ante la implantación de políticas de la memoria cuyo capital es el recuerdo del trauma, una especie de tecnología de olvido por acumulación.

      El epígrafe se relaciona directamente con la idea de violencia generalizada que analiza Daniel Pécaut, la cual se entiende como la banalización de la violencia que se dio después del Frente Nacional en el país (1958-1974); se caracteriza por la expansión de una violencia prosaica donde los grupos al margen de la ley, los grupos del Estado pierden los ideales e ideologías que caracterizaba el momento anterior de la Violencia bipartidista, por una relación con los negocios y mercantilización del narcoterrorismo (Pécaut, 2001).

      Para responder estos interrogantes tengo que profundizar en las características de esta definición de la violencia de la época, resaltando que las tendencias en el aparato crítico sobre la poesía en Colombia muestran lagunas con relación a los temas de la violencia (Villegas, 2016). Se podría entender este deliberado alejamiento entre la poesía y lo social por una noción predominantemente lírica sobre la definición de poesía en cuanto al abordaje del género en el campo literario, lo cual ha negado la reflexión, las irrupciones que propone la poesía desde su estatuto político-poético.

      Me interesa mirar el flujo estético que tiene este tipo de poesía a finales del siglo XX, la peligrosidad que tiene para quienes la escriben en un momento de violencia generalizada (Pécaut, 2001), de estado de excepción permanente que crea ciudadanías del miedo (Ochoa, 2004), de presencia del Estado mediante la guerra en las poblaciones al margen (Serje, 2012), por supuesto también en momentos de pacificación importantes para Colombia, como lo son la Asamblea Nacional Constituyente (1991), la desmovilización del paramilitarismo (2003), los Acuerdos de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (2012-2016). De esta poesía no se ha dicho algo, o se ha dicho poco, yo encuentro que responde a los problemas sociales de Colombia y tiene interlocución con las políticas del contexto, tanto las que se normalizan alrededor de la guerra como estado de excepción, como las de la memoria.

      Lo que propongo como hipótesis interpretativa es que en los dos autores que convoco para el análisis se puede apreciar el sensorium de la tendencia testimonial como alternativa a los discursos hegemónicos del país en la última parte del siglo XX y en los veinte años que van del XXI. Pero antes de desarrollar esta idea debo ampliar la comprensión del panorama histórico-social y explicar las tendencias de la crítica de poesía que me permiten ubicar ambos poemarios en tal sensibilidad de la época, en los afectos y estéticas particulares.

      Violencia de fin del siglo XX y memoria histórica en la entrada del siglo XXI

      Con respecto al contexto histórico social tengo que hablar, por un lado, de la definición de violencia en la época finisecular; entiendo entonces que la guerra en Colombia se presentó como una tendencia predominante durante la mayor parte del siglo XX, salvo por los momentos de pacificación. Estos períodos de violencia tuvieron un fuerte impacto tanto en lo rural como en lo urbano, donde los actos de barbarie perpetuados por paramilitares, guerrillas y grupos militares conformaron un cierto orden social que puede ser equiparable a una de las formas de ejercicio del poder contemporáneo en lo que Agamben denomina “estado de excepción” (2005) muy en consonancia con el epígrafe que vengo siguiendo desde el comienzo de este texto:

      El totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político. Desde entonces, la creación voluntaria de un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no declarado en sentido técnico) devino una de las prácticas esenciales de los Estados contemporáneos, aun de aquellos así llamados democráticos (Agamben, 2005, p. 25).

      De tal suerte que cuando se habla de estado de excepción, incluso en esta relación con la poesía, se remite al orden y presencia del Estado en las poblaciones a través de la guerra como único fundamento de la cotidianidad, telón de fondo de la producción poética y literaria de la época. Para lo que corresponde a esta investigación, asumo el estado de excepción como la operación del orden social impuesto sobre los ciudadanos no integrados al sistema político hegemónico establecido que se perpetúa mediante dinámicas de miedo y terror.

      De aquí derivan las masacres, desaparición forzada de más de 82.998 personas (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2018), 6.000.000 de desplazados a lo largo y ancho del territorio colombiano (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2015), en un país como Colombia cuya estructura social y legislativa se conforma en el Estado Social de Derecho y la democracia; en este sentido vale acotar las palabras de Agamben (2005): “El estado de excepción se presenta más bien desde esta perspectiva como un umbral de indeterminación entre democracia y absolutismo” (p. 26).

      Según lo anterior, me remito a dos hechos que no puedo dejar pasar por alto: el primero el de la criminalización que se adjudicó a los poetas asesinados y el segundo el del umbral de indeterminación de la legalidad, de la norma, al mismo tiempo que las políticas de memoria que contempla el nuevo milenio, derivadas de esta cruenta época finisecular. En el primer caso, ese umbral se materializa a partir del orden, la vigilancia que se instaura en Colombia a través de los conflictos que se dan entre los grupos armados, dejando como víctimas a quienes estaban en diferencia

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