Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia. Angélica Hoyos Guzmán

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Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia - Angélica Hoyos Guzmán

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ni ayuda en la tramitación de procesos judiciales en contra de personas que aparezcan en los informes o reportes sobre el conflicto armado en el país. La memoria se define como “histórica”, lo cual se puede interpretar como una naturaleza acumulativa sobre los hechos traumatizantes de la sociedad.

      Es un lugar muy sensible puesto que por un lado promueve a que se reporten e informen los acontecimientos violentos desde la voz de las víctimas; pero según la perspectiva de la crítica de la memoria, esto podría leerse también como una forma de banalización, falta de interpretación de la historia y discusión pública para la garantía de la no repetición. Se refleja entonces una gestión burocrática de las investigaciones cuya función sigue siendo la de la acumulación. Esto de acuerdo a los mecanismos de tanatopolítica que impone la guerra, los cuales operan sobre las memorias al respecto.

      Entonces, aquí el archivo empieza funcionar como una especie de conciencia abierta de todo lo posible (Agamben, 2000), que de tanto sumar imágenes, hechos, cifras, reportes, investigaciones, personas y decires, resulta borrando sistemáticamente el significado del significante y con ello no hay una efectividad del archivo y la memoria, sino unos abusos de la misma, anestesiando el sentir sobre lo acontecido. Frente a esto emerge la poesía como otra forma de memoria activa.

      Si seguimos la lógica acumulativa, tendremos todo un siglo XX cargado de violencias que se puede contar desde el bipartidismo hasta la época actual, que se entiende como violencia generalizada, según Pécaut (2001); contempla también diversos tópicos de esta memoria, entre ellos una publicación sistemática de identificación de diversas categorías de víctimas y victimarios, voces de académicos, con sus esquemas epistemológicos, voces de la crónica periodística y literaria que testimonian y ponen otras voces como testimonios, toda esta conciencia abierta, a modo de mal de archivo (Derrida, 1997).

      En este archivo que se institucionaliza, hay un sinnúmero de cifras y datos que no dan cuenta de la experiencia subjetiva, o al menos del movimiento, de la lectura y pedagogía que merece la memoria, sino más bien de una configuración de un cierto tipo de ciudadanía vulnerable y despojada de derechos en un país abiertamente declarado en democracia. La misión del archivo, si bien resulta necesaria como documentación, se vuelve una gestión burocrática del recuerdo y de la condición de víctima, no dignifica ni saca de este papel a la víctima, sino que registra su dolor, en algunos casos, como el mismo archivo lo documenta. Quienes han hecho el proceso de memoria histórica se ven amenazados por nuevos grupos armados, es decir, con los testimonios y los autorreconocimientos se perpetúan los ciclos de violencia.

      En conclusión, si se buscara reconstruir una historia de la paz en Colombia, se tendría que hablar de los años 90 y de cómo la Constitución Política de Colombia (1991) con su marco pluralista, fue una aspiración de alcanzar un Estado social de derecho que define un tránsito hacia un país más justo e igualitario con todos sus habitantes. El artículo 22 define la paz como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Para la misma época se crean programas de fomento a la cultura como una posibilidad de hacer efectiva esa aspiración nacional a través de los valores promovidos con la institución, como debe ser garantizado desde los sentimientos de igualdad que motiva la democracia (Nussbaum, 2016).

      A pesar de ello se vivió esta época no solo en estado de excepción sino con el ejercicio de una ciudadanía del miedo, donde la cultura ofrecía la esperanza y la burocratización de esta aspiración. Tal como lo señala Ochoa (2004), se trata de considerar la cultura como un campo de restitución de lo social, de cohesionar lo fragmentario que queda como afectación de la guerra en el país. Esto derivó en la creación del Ministerio de Cultura, en la organización y consolidación de la Casa de Poesía José Asunción Silva con la dirección de María Mercedes Carranza, quien, en vida, en pleno comienzo del siglo XXI, organizó los encuentros de poesía Alzados en Almas, además de sus publicaciones sobre la violencia en Colombia, para hacer frente a lo vivido en todo el territorio durante la época.

      En el siglo XXI, la institución gestiona la memoria del dolor con una política de archivo que no tiene incidencia ni en lo jurídico ni agencia colectiva de dignificación. La poesía, en cambio, con su fuerza alterna sensible, se escribe desde lo político con una intención de afectar las emociones de los lectores durante la época que registran los documentos. Hay una fuerza vindicativa, de justicia, una reflexión moral, desde la filosofía y, desde luego, una lengua literaria en común, por estudiar con la producción de estos dos autores, también una memoria que movilizar con la interpretación y metodología de lectura de lo póstumo como sobreviviente.

      Hay que decir, además, que en alguno de los informes institucionales se habla del asesinato de los poetas por su palabra. Si bien se los incluye como periodistas, como líderes, no se habla del gran valor y de la estética y función que estos autores asignaron a su poesía. No se habla de ese carácter de conmoción y ese espíritu colectivo de país, esa sensibilidad que hizo de sus libros un registro documental de la época. Movilizar el archivo a través de estos afectos aspiracionales, frente a una época cuya estructura sentimental (Williams, 1988) asigna otras emociones que son las de la sobrevivencia como condición de existencia además del miedo y de dolor, como sensibilidades hegemónicas gestionadas desde la guerra y la política de la memoria acumulativa.

      En este sentido, tengo entonces la idea de que se necesita ubicar la poesía de Tirso Vélez y Julio Daniel Chaparro tanto en su interlocución con los problemas sociales del país como en el campo literario con relación a sus apuestas transgresoras de lo genérico y de producción contemporánea, e incluso desde lo póstumo como condición de su publicación. Por lo anterior, corresponde ahora hablar de las tendencias de la crítica en la poesía en diálogo con sus obras para desarrollar el análisis propuesto.

      Tendencias de la crítica sobre poesía colombiana

      Este trabajo de investigación se justifica a partir de los escasos, pero importantes, antecedentes, según lo mostraré, y tesis o reflexiones sobre la poesía con relación a la violencia en Colombia. En principio, me refiero a que se habla de la tradición de la literatura de la violencia, que surge como una literatura testimonial y que poco a poco evoluciona estéticamente, por ello se toma como de mayor calidad literaria la producción narrativa con respecto a la violencia (Restrepo, 2015). En los estudios sobre la poesía, en cambio, encuentro muy poco reflexivo el ejercicio crítico sobre esta relación, o con poco corpus representativo de poemas o poemarios estudiados por un análisis como en el caso del estudio hecho por Mena (1978).

      Durante el siglo XX, con relación a la violencia, existen críticas que se han dedicado a abordar las relaciones de la poesía con el bipartidismo como semilla para el nadaísmo y la conformación del grupo Mito (Fajardo, 2009), las tendencias conservadoras y liberales de los poetas entre 1940 y 1950 (Romero, 1985) y otro referente que analiza diferentes autores y momentos de la poesía que pretenden la construcción de un país a través del proyecto poético literario en tres momentos, tres tipos de discursos sobre país y patria desde el idioma, desde los poetas como Giovanny Quessep, Charry Lara, seguidores de Aurelio Arturo; luego el desarraigo más visible en Eduardo Cote, los poetas de la revista Mito y un último periodo o construcción de este discurso en la voz de Jaime Jaramillo Escobar (López, 1992).

      Como se aprecia, la tendencia de estudio que prevalece es la de abordar la relación entre el posicionamiento de los autores de la revista Mito o del nadaísmo como estéticas emergentes y comprometidas. Sobre la poesía contemporánea, específicamente sobre el periodo de los años 80, 90 y la poesía actual, es nula la crítica. Me corresponde y motiva esta carencia para desarrollar la investigación propuesta.

      A partir de una lectura crítica de la poesía publicada entre los años noventa y lo que va del nuevo milenio, encuentro estas relaciones entre la poesía la violencia y la continuidad de una tendencia de escritura de poesía, que se ha olvidado, marginalizado, por el aparato

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