Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia. Angélica Hoyos Guzmán

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Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia - Angélica Hoyos Guzmán

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de lo estrictamente lírico, en una supuesta pureza genérica que se pone en tensión en este tipo de escrituras, como se verá en el desarrollo de esta investigación.

      Sobre la poesía testimonial se ha dicho que es una tendencia latinoamericana y que en Colombia se relaciona con la Violencia del bipartidismo, es decir, de antes de mediados del siglo XX (Urbanski, 1965). Uno de los pioneros escritores de esta tendencia de escritura poética es el poeta Ramiro Lagos (1964), con su obra Testimonio de las horas grises. Se relacionan aquí algunos autores como Carlos Castro Saavedra, Emilia Ayarza, entre otros, como poetas testimoniales.

      Otra tendencia que mira la producción más reciente propone el flujo comprometido que viene de los poetas de la revista Mito y relaciona la filosofía como tema y la fragmentación de los autores en Colombia. Por ello, después de la llamada Generación sin nombre, o también Generación desencantada, en el fin de siglo XX y lo que va del XXI no se puede reunir poemas en una nueva categoría generacional, sino que se trata de fragmentaciones aisladas en el mapa de la poesía colombiana (Cadavid, Robledo y Torres, 2012).

      Comparto esta tesis, pero en lo que corresponde a este flujo de los años ochenta en la producción poética, me parece adecuado pensar esta tendencia como generación en emboscada, desde las condiciones escriturales y las motivaciones de un tipo de autoría frente a la realidad social.

      En estas perspectivas, el estudio de la poesía pone al nadaísmo como movimiento último que se asume como generación vanguardista tardía, pero como observo, existen antecedentes y tradiciones de vanguardia y de poesía política en todo este panorama poético enunciado. Así pues, comparto las ideas de estas fragmentaciones y el hecho de que no hay como tal una generación que confluya en estéticas y proyectos literarios colectivos, pero sí es necesario hablar de generación emboscada para agrupar los estilos de escritura frente a la violencia, puesto que ambos autores escriben en este contexto a finales del siglo XX.

      En estas escrituras poéticas con relación a la violencia, los temas de la guerra aparecen y se han analizado desde algunos estudios recientes. Existe la crítica que revela la relación entre poesía y desplazamiento forzado, así lo hace Adalberto Bolaño Sandoval quien denomina, a partir de la geopoética, el estudio de la obra del poeta José Ramón Mercado, el cual escribe sobre esta experiencia concreta de la guerra en Colombia (Bolaño, 2014).

      Con la investigación que aquí propongo, me sumo a la emergencia de los estudios que atienden estas relaciones y que encuentran allí matices estéticos, tanto desde lo filosófico como de lo violento, y los temas que se encuentran allí y sus formas de tratarlos desde la poesía reciente enmarcada en el periodo 1980-2018.

      De esta manera, puedo observar que las relaciones entre poesía y violencia siempre han sido manifiestas, a pesar de que algunos las han negado. Entre los estudios más sistemáticos e importantes en cuanto al tema, se encuentra el trabajo del poeta y crítico Juan Carlos Galeano, quien en su libro Polen y escopetas: la poesía de la violencia en Colombia desarrolla la idea de que la poesía crea símbolos para contrarrestar y responder ante la realidad social nihilista, los referentes relacionados con la fecundidad hacen que los hechos violentos utilizados en la poesía tengan una relación fuerte con la naturaleza y unas formas de refundar lo vital (Galeano, 1997). Otra de sus conclusiones es el análisis de las épicas anónimas representadas en la poesía, y el nadaísmo como movimiento abiertamente contestatario frente a la institucionalidad, y abiertamente filosófico.

      Durante el siglo XX, Galeano reconoce las dos tendencias de la poesía colombiana sobre la violencia; en los autores que estudio en esta investigación, encuentro una representación de cada una de estas maneras de poetizar los problemas sociales. Sobre este aspecto, el autor dice:

      El modo popular y el modo culto, las dos venas poéticas portadoras de los poemas de la Violencia, podrán inscribirse dentro del marco conceptual que en el siglo XX se conoce como poesía social. Bajo este nombre se agrupan los rasgos de un carácter colectivo, cercanía al realismo y apego a la historia; esta poesía, además de su naturaleza testimonial, contiene rasgos de compromiso político, puesto que el poeta social muchas veces escribe desde el ángulo ideológico de un partido o de un credo religioso (Galeano, 1997, p. 29).

      Estas características se encuentran en la definición de poesía testimonial en Latinoamérica (Urbanski, 1965). Sin embargo, pienso que aquí se debe matizar lo político, no solo por la difusa propuesta y apuesta ideológica de lo que se encuentra en los poemarios, sino porque cada uno de los poetas tiene en común la reflexión moral sobre el país desde lo emocional.

      Pienso, entonces, que los poemas de Julio Daniel Chaparro y Tirso Vélez hacen parte de una generación emboscada en el sentido en que se escriben y se viven en ese estado de excepción, que como experiencia vital registra la poesía a través de la creación de una lengua literaria ligada al testimonio como tradición poética en Colombia. La necesidad de profundizar en estas apuestas arroja luces sobre la escritura poética contemporánea y actual con relación a la experiencia de la excepción, de la guerra, el necroestado y los problemas generalizados en las poblaciones aún en tiempos de posconflicto.

      En el poemario De nuevo soy agosto y otros poemas (Chaparro, 2012), encuentro este flujo estético de la poesía testimonial, con las distancias de la poesía escrita durante el bipartidismo. Julio Daniel Chaparro denomina a la generación en emboscada (Chaparro, 1990) que está escribiendo en esos momentos donde la violencia está recrudecida y de la cual son víctimas; tanto él como Tirso Vélez resultando asesinados por sus ideas políticas y la expresión de denuncia de sus textos. Esta idea generacional se plantea como un grupo de escritores que recibe la violencia en su experiencia vital más intensa y dice que frente a ella la poesía se vuelve más lírica, más hacia el lenguaje, así lo hace saber el poeta:

      Emboscados sí. La certidumbre por vía de la cotidianeidad, pues en el caso de la nueva generación el atisbo de país, de la sociedad, ha estado matizada por hechos que hermanan el miedo: la década de los ochenta, la década en la que le correspondió asumir la vida, se caracterizó por un largo itinerario de asesinatos, masacres, magnicidios, guerra en muchos frentes, corrupción y desastres.(…) Lo cierto es que estos hombres y mujeres que levantan la voz de la poesía han sabido del dolor, conviven con él aún todos los días, incluso a veces lo reinventan (Chaparro, 1990, p. 27).

      Nótese cómo aquí se genera la definición de un ambiente póstumo en el sentido en que se refiere a personas, escritores, que han sabido del dolor y la amenaza; como entiende Marina Garcés (2017), la condición póstuma, un síntoma de esta época después del nihilismo en donde se vive en permanente amenaza. Ya la pregunta existencial no es saberse para la muerte, sino saberse amenazado. Por ello, elegí también acoger estos poemas y autores como inaugurales de esta interlocución o sensibilidad alternativa frente a los discursos hegemónicos de la guerra y la memoria. Porque son inaugurales, desde la poesía, en esa reflexión existencial de la sobrevivencia en lo póstumo.

      La llamada Generación emboscada, como categoría de agrupamiento de estos dos poetas, me ayuda a pensar los inicios del momento sitiado por la violencia, cuando los mismos poetas constituyen una amenaza por su gesto de escritura, esta escritura

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