Una generación emboscada: la emergencia de la poesía testimonial frente a la violencia en Colombia. Angélica Hoyos Guzmán
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En este caso, los poetas Julio Daniel Chaparro y Tirso Vélez, así como otras personas víctimas de la imposición violenta de este orden que aparecen recordadas en sus poemas, constituyen una virtual peligrosidad para los dispositivos de control que se normalizan por la violencia y la memoria. La peligrosidad está en el decir, en la denuncia a través de la poesía y en las implicaciones que en ambos momentos tiene ese decir, los llevó a ser estigmatizados como criminales para el orden establecido.
En este contexto de estado de excepción normalizado en la época finisecular y extendido hasta nuestros días a través de las políticas de la memoria, en la medida en que permanece la impunidad de los crímenes y violaciones a los derechos humanos que se cometieron durante el fin de siglo, entiendo que el denunciar, aunque fuera a través de poemas, los despojos cometidos contra la población e incluso la falta de justicia, constituye una forma de tal peligrosidad en el sentido en que se trata entonces de una sociedad disciplinar que castiga el decir dónde, según Foucault (1996):
La noción de peligrosidad significa que el individuo debe ser considerado por la sociedad al nivel de sus virtualidades y no de sus actos; no al nivel de las infracciones efectivas a una ley también efectiva sino de las virtualidades de comportamiento que ellas representan (p. 42).
La noción de peligrosidad es una clave para tratar de comprender lo que pasa con la poesía de ambos autores y con sus obras después de su muerte, de su asesinato. También es una noción que me permite entender la condición de escritura en emboscada, puesto que deriva de tal peligrosidad. Estos poetas, mientras estaban vivos, hicieron parte de grupos partidos políticos de izquierda y se mostraron como potencialmente peligrosos en el momento de relacionar la poesía con su pensamiento político a través de la palabra. Se convirtieron en blanco de persecuciones políticas, como en el caso de Vélez, a quien apresaron en una ocasión por denunciar las injusticias de la guerra en uno de sus poemas, pero también por sus acciones como líder político de partido. A Chaparro, el oficio del reportaje lo volvió amenazante por lo que mostraba en sus crónicas. Ambos murieron silenciados por las balas.
Esta infracción de la poesía y el ejercicio de escritura nos muestran las resistencias que la palabra tiene con respecto al orden establecido y su efectividad con respecto a las formas alternativas frente a la guerra instaurada en las poblaciones. Los poemas de ambos autores se pronuncian, sin ser panfletarios de partidos políticos, con respecto a la movilización de sentimientos diferentes a los que operan con el estado de excepción y con ello se establece una política de escritura y una manera de ser autor, en peligro por la infracción que supone su palabra para el orden de violencias generalizado.
Por tanto, la construcción de autoría está ligada a estas problemáticas. Julio Daniel Chaparro era periodista y estaba ejerciendo como tal en 1999, cuando fue asesinado, hacía crónicas sobre la situación del conflicto en las poblaciones rurales de Colombia y las entregaba al periódico El Espectador; además, hacía parte activa de grupos políticos cuya ideología era de izquierda. Tirso Vélez era candidato a la gobernación de Norte de Santander cuando fue asesinado en 2003; antes de eso, había sido apresado en 1993, acusado de prestar vehículos a las guerrillas, la denuncia se hizo luego de que el entonces alcalde de Tibú publicara un poema titulado para entonces “Tíbú, sueño de paz”.
Ambos autores, con su poesía reunida, se publican en el marco de implantación de políticas de la memoria, en otro de los períodos de pacificación que contribuyen a nombrar lo sucedido, pero que no desvinculan la categoría de peligrosidad de los poemarios por lo que en ellos se interpela, como observo y quiero definir a partir del enfoque de la crítica de la memoria en Colombia.
En Colombia se define la memoria histórica en el marco del proceso llamado posconflicto y los acuerdos de paz. Primero tenemos que remitirnos al concepto de “posconflicto”, porque surge como un proceso que se analiza y una noción que se crea en la academia, mediada por las políticas globales y la necesidad económica de inserción política del país a la dinámica de mercado internacional, es decir, a la continuidad de la modernización que se implementa desde el siglo XX.
La construcción del concepto posconflicto se elaboró desde la academia, así lo documenta Miguel Cárdenas Rivera (2003).Se convocó en 2003 una reunión a cargo del centro de Estudios Sociales de la Universidad de los Andes con diferentes actores institucionales, esta enunciación se hizo con base en una dimensión global de lucha por la aplicación de los derechos humanos, económicos y sociales en función del desarrollo; es decir, los procesos de montaje del concepto son políticos y hegemónicos, se decidieron bajo una lógica que responde a la economía de orden neoliberal que organiza el orden y los territorios locales desde escenarios centrales y académicos alejados de las dinámicas locales (Cárdenas, 2003).
Los enfoques del concepto pasan por dos alcances; el de superar la condición de guerra y pretender que se madure la guerra, y el del Banco Mundial, que recoge las experiencias de otros procesos de posconflicto en el mundo y a partir de los cuales se sentaron las bases y análisis para la construcción de los Acuerdos de Paz en 2016. Con todo ello, se revisó esta experiencia y se impuso un discurso en todos los medios de circulación nacional e internacional que atiende al posconflicto como dinámica de negociación entre el Gobierno y uno de los grupos más grandes de las guerrillas colombianas, el de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Con todas las complicaciones en el camino, con la adjudicación de un Premio Nobel de Paz al presidente que lideró el proceso, con un plebiscito fallido por la paz, este ambiente de tensiones políticas impuso una dinámica también de la memoria.
Todo esto me lleva a colegir que la definición de posconflicto desde lo académico atiende a buscar soluciones centralistas y estructurales por un lado y otro donde se entiende que la ausencia del enfrentamiento bélico es necesaria. También están quienes consideran salidas intermedias, pero mientras que todo esto no tenga discusiones territoriales, no dejará de sumarse a las imposiciones de soluciones que no atienden a la realidad o la democracia de los pueblos que lo sufren. Quienes consideran posturas intermedias, aluden a la necesidad de favorecer políticas económicas y sociales de control de armas y lavado de activos, lo cual también irradia profundamente a una cultura marcada por las operaciones de guerra que cada vez naturaliza más este tipo de existencia y subjetividad en el país. Esta noción es importante relacionarla porque es la declaración de la necesidad y la conveniencia institucional de acabar con la guerra y expresa las ambigüedades del discurso banalizado de la paz, que no atiende a lo afectivo, a la construcción y declaración desde la colectividad y las comunidades en condición de guerra, sino desde élites académicas.
Se necesita acabar la guerra para que Colombia se vincule a las políticas globales de cumplimiento de derechos y, por tanto, haya mayor inversión extranjera, lo cual contrasta con la economía extractiva que opera en Colombia desde el siglo XX y los procesos de modernización que incluyen la instauración de la guerra en los territorios rurales. Pero, curiosamente, las personas que habitan en estos territorios no son llamadas a la construcción de la noción de posconflicto, sino que deliberadamente se instaura un orden desde las jerarquías políticas y sociales sobre las personas que viven ambos ambientes, tanto el del miedo y el terror a partir de las violencias como el de la pacificación indeterminada y ambigua a partir del posconflicto.
De este modo, resulta más revelador la postura crítica que habla de que el posconflicto se abordó como una simulación para favorecer las relaciones internacionales (Muñoz, 2009) en donde las víctimas del desplazamiento por la prolongación del narcotráfico permanecen sin volver a sus territorios. Esta ineficiencia es criticada desde la postura sociológica.
Para hablar de posconflicto fue necesario también expandir la idea de la memoria histórica en Colombia, de la cual emerge la política pública a la cual se da el nombre de “Ley de víctimas y restitución de tierras”, en donde se crea y regula el Centro Nacional de Memoria Histórica