Vida campesina en el Magdalena Grande. Fabio Silva Vallejo

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Vida campesina en el Magdalena Grande - Fabio Silva Vallejo

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las realidades de las comunidades campesinas que viven en los alrededores de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Los recorridos fueron realizados por el investigador principal y un asistente. En promedio, debido a las distancias a recorrer y los medios de transporte disponibles en esta subregión en particular (mototaxi, lancha, carromoto, ferry, etc.), además de la dificultad de desplazamiento en un sistema cenagoso, cada recorrido se completaba en cuatro días con sus noches. Se realizaron en total cuatro salidas de campo. La primera, del 21 al 24 de diciembre de 2016, en la que se recorrieron los municipios de Sitionuevo, Remolino, Salamina, Piñón y Pivijay; la segunda, del 6 al 9 de enero de 2017, en la que se recorrieron los caseríos Varela, Orihueca y Prado Sevilla, en los municipios de Ciénaga y Zona Bananera; la tercera, del 3 al 6 de febrero de 2017, en la que se visitaron los caseríos de Sevillano, La Mira y Candelaria, en los municipios de Ciénaga y Zona Bananera; y la cuarta, del 24 a 26 de marzo de 2017, en la que se recorrieron los municipios de Aracataca y Zona Bananera.

      Se llevaron dos diarios de campo, uno por cada microrregión, y se realizaron en total 30 entrevistas, cada una de las cuales fue conducida por el investigador, mientras que el asistente sistematizaba de acuerdo a las dimensiones establecidas. Durante todos los recorridos se llevó registro fotográfico de los diferentes aspectos de la cotidianidad campesina y se recopiló material audiovisual producido por las comunidades. A partir de los insumos recogidos, se organizó la estructura del documento de tal manera que correspondiera a las dimensiones de la vida campesina —que se habían usado en la recolección de información primaria— y a los principales hallazgos.

      En el capítulo ocho nos trasladamos a las veredas Puerto Mosquito y Don Jaca, pertenecientes al área rural del distrito de Santa Marta, Magdalena. Nos propusimos conocer y describir el pasado reciente del poblamiento campesino, los conflictos sociales y ambientales, la economía familiar y los rasgos identitarios de la cultura en veredas tan cercanas a la jurisdicción urbana.

      Los recorridos fueron realizados en jornadas de mañana y tarde, visitando a cada familia campesina para entrevistarla sobre las diferentes transformaciones del territorio. Por medio de los relatos reconocimos la importancia de localizar las primeras familias que habían llegado a las veredas como portadoras vitales de la memoria, los cambios y las nuevas relaciones campesinas. Nos fue crucial ubicar aquellos lugares más importantes para visitar y describir (donde estaba situada la memoria) para cada familia que visitamos, así como preguntar sobre otras familias que pudieran enriquecer los relatos fundacionales del pueblo y la historia de sus vidas. Los relatos evidencian los testigos y hechos violentos en las veredas, la llegada de nuevos campesinos desplazados de otras regiones y la conformación de una región diversa con habitantes procedentes de municipios golpeados por el conflicto armado interno que consiguieron opciones de trabajo en áreas periféricas de la ciudad.

      Entendimos que para etnografiar la vida campesina se debían tener en cuenta las otras formas económicas que se implementan en las veredas y que impactan directamente en la agricultura familiar. En la vereda el Mosquito fue importante observar las relaciones que se construían con estaderos, billares, balnearios turísticos y reservas naturales en las márgenes del río Gaira; mototaxistas y taxistas que transitaban constantemente por la carretera principal; miembros ette-ennaka del resguardo Naara Kajmanta, y operarios de la planta de tratamiento de agua de Gaira, dueños de galpones de pollo y hornos artesanales de carbón. Tales sectores económicos y poblacionales mantienen una relación diferente con la tierra, presentando tensiones en la ecología, propiedad, vocación del suelo e inseguridad, así como poco interés en la producción de alimentos y en la transmisión de saberes que le permita producir la tierra a las siguientes generaciones campesinas.

      En Don Jaca fue importante observar los periodos en los que la población se siente identificada con la parte alta de la montaña y sobre la parte baja cerca al mar Caribe. En el primer periodo se desempeña la vocación campesina en la producción de alimentos como el plátano, la ahuyama, el ají, el repollo, la col, el cilantro, el cebollín, el tomate, la naranja, la yuca, la malanga, la papaya y el café, así como en la cría de gallinas y cerdo; este periodo es diferente a los momentos de vocación pesquera con relación cercana a la navegación y pesca a mar abierto, la venta de comida en restaurantes y la prestación de servicios turísticos para los huéspedes de los hoteles cercanos a la zona marítima. Tanto a la parte alta como a la parte baja les afecta el puerto carbonífero Drumond Ltda., ejerciendo un impacto ambiental sobre la tierra y el mar, y acumulando restos del polvillo del carbón. También se presentan difíciles condiciones para el abastecimiento de agua, a pesar de contar con la quebrada Don Jaca, motivo por el cual los campesinos no siempre mantienen los cultivos temporales con los aspersores necesarios para la producción.

      En definitiva, la experiencia etnográfica de documentar los acontecimientos y las autoconcepciones de las personas sobre la vida colectiva e individual nos ubicó en la vida rural de la ciudad, haciéndonos conscientes de la falta de estimulación de la tierra y la venta de alimentos locales en las plazas de mercado de Santa Marta. Aún se desconoce la agricultura familiar en las montañas que rodean la ciudad y sus habitantes continúan sin tener los medios óptimos para producir y comercializar los productos, sin el respaldo suficiente para competir con los precios que se imponen desde la ciudad. En ese sentido, cada uno de los relatos campesinos nos dejó ver el potencial productivo a lo largo de la historia y cómo fue desplazado por cultivos de uso ilícito, hidroeléctricas, extracción de carbón, conflicto armado, turismo y balnearios de fin de semana; todo esto, dejando atrás el potencial para producir alimentos, generar mercados locales y desarrollo rural.

      Características del campesinado del Magdalena Grande

      Al hablar del Magdalena Grande debemos tener claro que este nombre hace referencia a los territorios comprendidos por los actuales departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira, y que fue definido de esta forma a partir de 1886, cuando el Magdalena fue reconocido como departamento. Este amplio territorio, que comprende montañas, sabanas, llanuras, ciénagas y ríos, ha sido escenario de confluencia para muchos grupos de indígenas, campesinos, afros y pescadores que van y vienen por estos paisajes motivados por la esperanza de una mejor vida y huyendo de los múltiples conflictos que han afectado sus territorios y que han convertido el Caribe en la mayor diáspora campesina del país.

      Los orígenes del campesinado del Magdalena Grande parecen tener diferentes vertientes: por un lado, entre los años de 1948 y 1964 una gran cantidad de colonos llegó del interior del país huyendo de la violencia y refugiándose en las zonas montañosas de los departamentos de Magdalena, Cesar y La Guajira. Por otro lado, una minoría es proveniente de un proceso de mestizaje entre los arrochelados o libres que se refugiaron en los palenques y que pudieron mantener pequeñas propiedades o posesiones precarias aledañas a las grandes haciendas ganaderas que se expandieron desde mediados del siglo XX —mantenidos como reservas de mano de obra para dichas haciendas ganaderas—, pero sin mezclarse con los indígenas, como sí sucedió en el caso de la margen occidental del Bajo Magdalena en lo que hoy son los departamentos de Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba y parte del Urabá chocoano y antioqueño. En el Magdalena Grande los indígenas que perdieron sus tierras bajas (a excepción de los chimilas, que se mantuvieron hasta la segunda mitad del siglo XX) fueron desplazados y tuvieron que refugiarse en las partes medias y altas de las montañas, especialmente en la Sierra Nevada y la Serranía de Perijá, hacia donde fueron empujados por los procesos de colonización que se dieron a raíz de las diferentes bonanzas económicas que se desarrollaron en estos territorios. Queda un grupo más reducido de pequeños agricultores y pescadores que vive aún a orillas de las grandes ciénagas de la margen derecha del río Magdalena; sin ninguna propiedad de las tierras, solo las utilizan en verano cuando no están inundadas, aunque también buscan ser utilizadas por los ganaderos cuando no hay pastos en las sabanas y deben llevar el ganado a donde hay agua. Estas tierras son disputadas por los agricultores no solo por su fertilidad, sino porque aún sin tener títulos (pues están inundadas más de seis meses al año y legalmente son tierras de la nación) permiten un manejo adecuado del pulso de inundación, para luego, durante la bajada de

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