Vida campesina en el Magdalena Grande. Fabio Silva Vallejo
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También es necesario anotar que este proceso de colonización rocera en el Magdalena Grande se detuvo brutalmente desde el enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares con población campesina interpuesta, hacia el año de 1990, ya que la mayor parte de los muertos los pusieron los campesinos y no los grupos en contienda. Mediante masacres y acciones de retaliación de parte y parte de los combatientes la mayoría de los colonos que quedaron vivos fueron desplazados.
Hoy se puede decir que el campesino rocero no existe en el Magdalena Grande y que se extinguió porque la frontera —es decir, las selvas de los baldíos nacionales— fue apropiada a la fuerza por los “señores de la guerra” de todas las facciones (Duncan, 2006), lo que no se podría llamar la clásica descomposición del campesinado, sino su violenta desaparición física.
Asentamientos de grupos afrodescendientes
Estos pequeños asentamientos nucleados de grupos de campesinos, en su mayoría afrodescendientes, se ubicaron en su mayor parte en las llanuras del Caribe, conformando una red entre los intersticios de las grandes haciendas ganaderas y tratando de explotar pequeñas parcelas de tierra que lograron conservar después de numerosos reasentamientos hechos durante el siglo XVIII, subsistiendo a la dominación colonial y republicana a partir de la siembra de cultivos de pancoger para su subsistencia y trabajando temporalmente en las haciendas ganaderas cercanas.
Sin embargo, si se analiza la ubicación de estos pequeños asentamientos rurales nucleados en la extensa geografía del Magdalena Grande se puede ver que Valledupar, por ejemplo, tiene 23 corregimientos, cerca de 40 inspecciones de policía rurales y por lo menos unos 60 poblados de menos de 300 habitantes (es decir, unas 50 familias de 6 habitantes en promedio). Con Santa Marta sucede lo mismo en las tierras bajas de la Sierra Nevada. También desde Riohacha hasta San Juan del Cesar, en los valles de los ríos Ranchería y Cesar; es decir, en toda la Media y Baja Guajira la mayoría de los 200 pequeños poblados son campesinos claramente diferenciados de las rancherías indígenas, por su organización lineal o su malla “urbana” en cuadrícula, con plaza principal.
¿Cómo surgió esta “polvareda” de pequeños asentamientos?
Seguramente, como lo afirma Marta Herrera, de los deseos de libertad que siempre mantuvieron “los libres de todos los colores” durante la colonia, quienes no se dejaron confiscar sus pocas tierras durante la Primera República (en el siglo XIX) que llegó hasta la Constitución de 1886, ni por la Segunda República, que llegó hasta 1991 y que para algunos sectores de la política aún no existe.
No obstante, en general, como lo señala Diana García (2016), el estudio de pequeños asentamientos nucleados, rurales, no cabía en la historia económica y social, pues fuera de la fuerza de trabajo que aportan a las grandes haciendas ganaderas ni siquiera eran tenidos en cuenta como pequeños productores rurales de auto subsistencia. Solo empezaron a aparecer en las crónicas judiciales de los años de 1970, pero como invasores de tierras ociosas. Posteriormente, en los años de 1980, hacia finales del siglo XX, constituyen las noticias más importantes de la crónica roja de la prensa nacional y regional como los lugares en donde se desarrollan las masacres más aterradoras de la historia del conflicto armado colombiano.
La mayoría de estas masacres fueron cometidas con el argumento de evitar que los comunistas invadieran las tierras prometidas por la reforma agraria. Para los militares, estas gentes humildes estaban apoyadas por guerrillas de todo tipo que se tomaron el poder por las armas, por lo que era correcto suponer que todas las personas pobres y sin tierras que trabajaban como obreros en las haciendas o que reclamaban los derechos prometidos por la reforma agraria también eran comunistas o, por lo menos, “colonos de mala fe” en el argot de las notarías y las inspecciones de policía. Sin embargo, tal vez la razón más importante fue la de someterlos por la fuerza a reasentarse en las ciudades o a situarse cerca de las plantaciones que se empezaron a desarrollar a fines del siglo XX, especialmente de palma africana, como mano de obra barata, temerosa y dócil, lo que parece haberse conseguido en amplias regiones como, por ejemplo, en el caso de Guacoche, Cesar.
Pescadores y agricultores tradicionales de las riberas de los ríos y las áreas inundables
Estos campesinos se diferencian de los anteriores en la medida en que combinan las actividades de la pesca y la agricultura para subsistir y solo en casos de extrema penuria trabajan como jornaleros en las fincas ganaderas. Han sido estudiados para la margen izquierda del río Magdalena por Fals Borda (2006) quien, como se anotó, los llama “pueblos anfibios”. En este sentido, las caracterizaciones hechas para la margen izquierda son igualmente válidas para la derecha. Sin embargo, hay una serie de materiales que recogen una base etnográfica con matices parecidos para el Magdalena Grande. Las principales referencias son las de Krogzemis (1967), quien describe la vida diaria, hacia mediados del siglo en la Ciénaga Grande de Santa Marta, como la de pueblos dedicados a la pesca y aislados de los demás por las grandes extensiones de agua de las zonas inundables.
Tal vez el principal trabajo es el de Mouton y Goldberg (1986), quienes recogen los comienzos del cambio propuesto por los programas del Desarrollo Rural Integrado (DRI), que buscaba hacer pasar a los campesinos de la producción para la subsistencia a la producción mecanizada para el mercado, especialmente con la yuca (manihot sculenta), el sorgo y el maíz para la alimentación de aves. En este análisis crítico se hacen evidentes las dificultades de los campesinos para asumir las actividades empresariales, no solo por la falta de formación técnica, sino también porque en los procesos productivos importaba más la subsistencia de las familias que la acumulación de capital.
En medio de estas dificultades —que se podrían llamar “técnicas”— aparece la violencia guerrillera y paramilitar, que estigmatizó y victimizó a los campesinos anfibios, siendo señalados como auxiliadores de los grupos paramilitares por las guerrillas y como auxiliadores de las guerrillas por los paramilitares y las fuerzas armadas en sus luchas antisubversivas.
El caso de estudio de las tierras comunitarias de “la Colorada”, en el corregimiento de Medialuna, jurisdicción del municipio de Pivijay, es esclarecedor de estos procesos de tecnificación del campesinado, habituado a producir para los mercados locales, pero que no había tenido experiencia con los productos comerciales (almidón extraído de la yuca para la industria). Finalmente, el programa del DRI fracasó estruendosamente, no solo por los problemas técnicos, sino especialmente por los problemas políticos que generó el uso de las zonas de pancoger comunitarias, de pastos y los playones, cuando las aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta bajaban, ya que empezaron a ser reclamadas por los ganaderos que necesitaban el agua y los pastos para el ganado.
Estos enfrentamientos tuvieron como combustible los procesos de paramilitarización de estas áreas inundables, abandonadas por las guerrillas hacia el año de 1990, entrando los campesinos del área en un proceso de confinamiento (Avella, 2002) que empieza a ser descrito por el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) en los trabajos sobre Nueva Venecia, Santa Rita, La Avianca y otras comunidades que están siendo documentadas. Este campesinado anfibio, a pesar de haber sido completamente desplazado, es el que más ha tendido a volver a sus tierras después de la aprobación y puesta en aplicación de la Ley de Víctimas.
Teniendo en cuenta estos elementos, y para el desarrollo