Vida campesina en el Magdalena Grande. Fabio Silva Vallejo

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Vida campesina en el Magdalena Grande - Fabio Silva Vallejo

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Lourdes hasta la finca La Isabel para llevar insumos y sacar la cosecha de café. Este carreteable también sirvió para que los campesinos de las veredas de Lourdes y Corea bajaran hasta Ciénaga para hacer sus abastecimientos de víveres y comprar insumos para el sostenimiento de las fincas de café. Los campesinos, en sus trabajos comunales, lograron llevar el carreteable hasta la vereda Corea. Para mediados de los años ochenta el proceso de colonización no había terminado y, con la llegada de la guerrilla a la Sierra Nevada de Santa Marta, se dieron nuevos procesos de colonización. La guerrilla no solo llegó a imponer su ley, sino que también llegó a generar un proceso de colonización. La guerrilla dio un insumo para que campesinos sin tierras invadieran las tierras de la reserva forestal y fundaran la vereda la Reserva, la Unión, Nueva Unión y Siberia; esta última, en la parte más alta y fría de la zona (Camacho, 2020). El caserío está conformado por 50 familias que tienen sus fincas en las veredas Siberia y la Reserva.

      A comienzos de los noventa el carreteable que llegaba hasta la vereda Corea fue construido hasta la vereda Siberia, convirtiendo a Siberia en el centro económico de la zona debido a que muchos campesinos de todas las veredas llegaban a hacer sus compras de víveres para el sostenimiento de la familia. Además, siendo Siberia el último poblado que se funda, se le da el nombre de “corregimiento”. La construcción del carreteable hasta Siberia hizo que las personas que vivían en las demás veredas comenzaran a bajar hasta la parte urbana del municipio de Ciénaga para hacer sus diligencias comerciales.

      Campesinos y conflicto en la Sierra Nevada de Santa Marta

      Imagen 2. Casa campesina en la vereda Corea

      Fuente: Archivo Oraloteca (2020).

      La bonanza marimbera

      Los corregimientos de Minca, Siberia y San Pedro de la Sierra estuvieron ligados al proceso de producción, transporte y comercialización de marihuana. Esta bonanza económica ligada a cultivos ilícitos produjo una imagen de los campesinos como “violentos” y “despilfarradores de dinero”. La marihuana que se producía en la Sierra Nevada se posicionó tan rápido en los mercados internacionales que llevó a los grandes marimberos a posicionarse en el mercado local y, a la vez, a que distribuyeran las labores dentro de la cadena de producción, recolección, transporte y comercialización. En la cadena de producción encontrábamos a los que descombraban las montañas para que se diera el cultivo, al que distribuía las semillas, al encargado de cultivar la marihuana y darle el mantenimiento al cultivo, a los “raspachines” y a los prensadores. En estas labores intervienen personas de la localidad y de otras partes del país. A todas esas personas que intervienen en la cadena de producción se les designaba como “marimberas”. En la cadena de producción, el “raspachín” tenía un trabajo importante:

      Los raspadores armaban ranchos que les servían de lugar de trabajo durante la raspada y el empaque de la yerba, después estos ranchos servían de caleta mientras llegaba el momento de transportarla, los ranchos igualmente eran utilizados en las noches como dormitorios. Después de armar el rancho al siguiente día se comenzaba el corte, separaban la florescencia de la mata hembra, que era lo que llamaban el desmoñe, donde se separaban las semillas que servían para la próxima cosecha. La mata de marihuana era cortada y puesta en horquetas de madera que estaban clavadas en la tierra, las cuales eran sostenidas por largas hileras de varas en las cuales se enganchaban las matas ya cortadas. Alrededor de los cultivos de marihuana, algunos colonos siempre observaban grandes cantidades de pájaros volando debido a que las semillas de marihuana les servían de alimentos. El desperdicio de la mata como los tallos y las ramas eran arrumados en cantidad para echarle candela, debido que estos no lo compraban. A los tres días la marihuana quedaba prensada en sacos de papel, solo en el momento de transportarla se envolvía en los sacos para evitar un posible deterioro con la lluvia (Ardila, Acevedo y Martínez, 2013, p. 62).

      Los transportadores también eran personas de la localidad y eran contratados por los dueños del cultivo. En los cultivos de marihuana no hubo actor armado que regulara las compras ni quiénes podían acceder a ellos. El cultivo generaba tanta ganancia que cualquiera podía entrar al negocio sin restricciones. Como todo negocio ilícito, hubo personas que todavía están en las memorias de los campesinos por sus excentricidades, parrandas o menciones en una canción vallenata. Los transportadores de marihuana eran los arrieros del café; estos transportadores eran móviles y tenían que transportar marihuana hasta donde lo exigiera el dueño del cultivo. Cuando transportaban las cargas de marihuana, los arrieros se proveían de alimentos para el viaje. En el cultivo de marihuana los productores y transportadores ganaban mucho dinero a pesar de que el ciclo de producción del cultivo era de nueve o diez meses. El cultivo generó muchas fuentes de empleos y ganancias; tantas, que muchos trabajadores de la Zona Bananera, productores de café y recolectores dejaron sus trabajos abandonados para insertarse en el negocio ilícito:

      Las fincas cafeteras que estaban en la zona rural de Santa Marta en la época de la bonanza decayeron porque el jornal de trabajo lo pagaban a 300 pesos y los trabajadores de las fincas preferían raspar marihuana que recolectar café o jornalear en las fincas de la Zona Bananera. Muchos de estos trabajadores se dedicaron a talar, sembrar, recoger, transportar y custodiar marihuana, así las grandes fincas perdieron mucha producción de café inclusive el contrabando de café hacia Venezuela se incrementó debido a que los propietarios de las finas no encontraban trabajadores y además la Federación de Cafeteros estaba pagando mal el grano de café (Ardila, Acevedo y Martínez, 2013, p. 61).

      El cultivo de marihuana generaba dinero fácil; así como los trabajadores ganaban, así se despilfarraba. En los tiempos de la bonanza de la marihuana las personas que se dedicaban al cultivo, a raspar y transportar, gastaban su dinero en cantinas, ropa y cadenas de oro. El comercio de estos pueblos se vio favorecido debido a que los marimberos no tenían seguridad alimentaria en sus fincas y compraban cantidad de víveres en las tiendas; lo anterior se convirtió en otra forma de gastar dinero. Cuando decayó el cultivo de marihuana, muchos de los que participaron en la cadena de producción quedaron sin dinero. La bonanza marimbera generó violencia en la zona rural y urbana: todos los que participaban en el negocio estaban armados y estaban fuera de control. Las transacciones de dinero, armas, carros y mulas se hacían en los cascos urbanos de los corregimientos. Estas transacciones terminaban en consumo de licor, peleas y, por último, en muertos.

      Para muchos habitantes de estos tres corregimientos el cultivo de marihuana se volvió tan legal como cultivar café. Había personas que la producían, otras que la compraban y otras que la vendían. Como con cualquier negocio, se hacía en los cascos urbanos de los tres corregimientos a la vista de todo el mundo. Algunos productores de marihuana invirtieron en construcción de casas, graneros, cantinas y almacenes de ropa en los cascos urbanos de los corregimientos y otros, más osados, invirtieron dinero en Santa Marta o Ciénaga. Como toda felicidad tiene su final, en la década de los años ochenta el negocio de la marihuana decayó y la violencia se incrementó porque todos los que participaban en la cadena de comercialización querían controlarlo. Para el año de 1986 el gobierno de turno comenzó un plan de erradicación manual y fumigación aérea para acabar con los cultivos. Las fumigaciones aéreas acabaron con los cultivos de marihuana y con los cultivos de pancoger de los campesinos, sin mencionar que las fumigaciones ocasionaron problemas de contaminación en los ríos y quebradas que bajan de la Sierra, así como problemas de salud a la población campesina e indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta. Los pobladores de estos tres corregimientos no se apartaron de los cultivos de marihuana porque todos ganaban dinero. Nunca tuvieron una posición en contra del cultivo porque tanto el cultivo de café como el de marihuana les generaban ganancias económicas, viendo al cultivo de marihuana como una oportunidad para generar ganancias.

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