"Quiero escribir mi historia". Pablo Francisco Di Leo
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Algunas precisiones conceptuales. El proceso de producción de los relatos biográficos de nuestros entrevistados nos permitió visualizar, desde sus significaciones, la convergencia entre las dimensiones estatutarias y las subjetivas de la configuración familiar que proponen Kathya Araujo y Danilo Martuccelli (2012) para el análisis de las relaciones familiares en Chile. Estas categorías dan cuenta del debate existente entre dos formas de concebir los vínculos filiales: por un lado, aquella que “insiste en [su] carácter fuertemente institucional, su capacidad para producir el orden social y engendrar individuos a la vez autónomos y conformes a las exigencias de la sociedad”, y, por otro, la que “sin negar la remanencia de estas funciones, prefieren subrayar [el proceso de] desinstitucionalización o la destradicionalización” que la familia estaría atravesando a partir de las mutaciones sociales e institucionales que se vienen produciendo en las últimas décadas (144).
Específicamente, nos referimos a la convivencia entre aquellas acciones protectoras desplegadas entre sí por los miembros de la familia, que contribuyen a producir y reproducir el orden social existente en el espacio doméstico –dimensión estatutaria– y aquellas experiencias de resignificación biográfica orientadas a singularizar las vivencias en el interior de cada familia –dimensión subjetiva– sosteniendo, como lo hacen esos autores, lo siguiente:
La familia […] está en muchas de sus relaciones aún masivamente gobernada por una lógica institucional que dicta a sus miembros un conjunto de obligaciones a las cuales se ciñen, comenzando por la responsabilidad económica que les toca a unos y otros, y siguiendo por la función universal de apoyo que todos esperan que ella cumpla […] [Es] un compromiso, sellado institucionalmente, entre intereses económicos y simbólicos, que facilita la acumulación de bienes y permite construir protecciones –emocionales y materiales–, las que se han vuelto tanto más importantes cuanto los individuos viven en medio de una inconsistencia posicional estructural. [En este sentido, la familia sigue] cumpliendo un conjunto de funciones esenciales para el mantenimiento y la reproducción del orden social. Las mutaciones que ella conoce desde hace décadas no la han vuelto incierta ni han destruido todas sus características tradicionales […] No obstante, y de otro lado, también es cierto que […] la textura de las relaciones entre padres e hijos ha sufrido transformaciones relevantes que renuevan las prácticas e interpretaciones de las jerarquías y las solidaridades […] [En este marco] la prueba familiar [es] una prueba dual: la familia es institucional en ciertas relaciones y no en otras. [Se trata de] una dualidad presente, en dosis diversas, en todas las familias. (Araujo y Martuccelli, 2012: 144-145)
Además, y en diálogo con los citados análisis enmarcados en la sociología del individuo, veremos a continuación que los entrevistados reivindican diversas cualidades de lo que hemos dado en llamar maternidad adecuada (apropiada) al referirse a las maternidades practicadas por diferentes mujeres cercanas a ellos; al propio ejercicio futuro de la maternidad o paternidad, y a los vínculos filiales maternales que se despliegan en sus propios hogares. Esta noción alude a un modo hegemónico y legítimo de ejercicio maternal que invisibiliza otras formas de vínculos maternos-filiales, refiere a una forma de practicar la maternidad que guarda estrechos nexos con la dimensión estatutaria de la familia. En efecto, la maternidad adecuada y esa dimensión dan cuenta, entre otras características de la institución familiar, de las prácticas productoras y reproductoras del orden social en el interior de los espacios domésticos.
La noción madre adecuada2 remite también a los debates teóricopolíticos desarrollados en los últimos años entre una serie de reflexiones que adhieren a la perspectiva de género y aquellas propuestas académicas e iniciativas gubernamentales (originadas con y en la modernidad, consolidadas hacia mediados del siglo XX) que parten del supuesto de que hay un único modelo válido para el ejercicio de la maternidad inscripto en la naturaleza del sexo femenino. En términos generales, uno de los principales argumentos de las reflexiones relacionadas con la perspectiva de género es que las maternidades son prácticas enmarcadas históricamente, no naturales ni neutrales. Implican, entre otros elementos y dimensiones, relaciones de poder, resistencias, placeres, protecciones, sostenes más o menos legítimos, frustraciones, violencias y pasiones. Configuran una categoría relacional que vincula las prácticas desplegadas por múltiples actores: mujeres y varones, adultos, jóvenes y niños, ciencias médicas y prácticas dirigidas al cuidado de la salud no médicas, y agentes de políticas públicas (Nari, 2004; Darré, 2008; Felitti, 2011).
Para los esquemas interpretativos tradicionales las madres no adecuadas son las mujeres que, desoyendo el mandato natural inscripto en el sexo femenino, se apartan del modelo maternal hegemónico y sus prescripciones: las muy jóvenes, las pobres, las que desarrollan tareas extradomésticas, las física, mental o anímicamente débiles; las que se niegan a amantar, las que abandonan a sus hijos, las infanticidas, las que abortan, las solteras, las que conforman familias monoparentales u homoparentales. En otras palabras, las que no han sido debidamente maternalizadas (Nari, 2004), es decir las que no han incorporado (o lo han hecho deficientemente) las prescripciones de ese modelo hegemónico sobre la “buena” práctica maternal. Por ello, estas madres se configuran como no madres o madres desviadas para este enfoque.
Los bordes de la maternidad
Como primer paso del recorrido que nos proponemos realizar (y en diálogo con nuestra perspectiva epistemológico-metodológica de carácter inductiva) debemos destacar que en todos los relatos biográficos de los jóvenes que participaron de nuestra investigación aparece de manera recurrente la figura de la madre biológica o mujeres significadas como tales, como protagonistas relevantes de los mismos.3 Se trata de mujeres con las que sostienen vínculos ajustados a lo que prescriben las dimensiones familiares estatutarias y el modelo hegemónico de madre adecuada, pero que a la vez y en muchas ocasiones despliegan prácticas no legitimadas socialmente por esos patrones: muchas de ellas, sin dejar de aparecer como soportes, son al mismo tiempo, como veremos, madres “violentas” y/o “ausentes”. A pesar de ello, no son necesariamente sancionadas de forma negativa por los entrevistados, sino más bien resignificadas biográficamente.
Para los estudios sobre maternidades inscriptos en la perspectiva de género, los enfoques tradicionales y/o hegemónicos en torno a la maternidad configurados en y con la familia moderna definen el modelo de madre adecuada (apropiada y no desviada) como aquella que protectora y amorosamente transmite a sus hijos en el espacio doméstico los valores rectores del orden social. Esta madre adecuada está casada formalmente con un varón que, cumpliendo el rol de jefe de hogar, satisface las necesidades materiales; a la vez, es una madre generosa, abnegada y sacrificada. Las palabras de Lili con relación a su propia experiencia con el ejercicio de la maternidad describen esta concepción de maternidad como aquella que es capaz de hacer y dar “todo” por sus hijos:
Yo hago por ellos… yo no me compro nada para mí. Yo tengo