Paz decolonial, paces insubordinadas. Jefferson Jaramillo Marín

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Paz decolonial, paces insubordinadas - Jefferson Jaramillo Marín

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El reconocimiento de la diversidad de identidades y culturas. Los enfoques críticos rechazan la imposición, a través de la paz liberal, de valores supuestamente universales, pero que en realidad son de origen occidental y de fundamentación ideológica liberal, por lo que no se ajustan a muchos contextos sociales y culturales no occidentales o con historias coloniales. Igualmente, rechazan la asunción etnocéntrica de que los valores occidentales son superiores a otros.

      e) La importancia prestada a las bases y a lo local. Las corrientes críticas subrayan que los procesos de paz, en lugar de ser inducidos desde fuera y de arriba hacia abajo (como en el marco de la paz liberal), deben ser endógenos y de abajo hacia arriba, protagonizados por los actores locales con base en sus necesidades, intereses y derechos. A esta orientación ha contribuido la perspectiva denominada paz desde la base, que analiza múltiples iniciativas comunitarias y tradicionales de paz, resolución de disputas y reconciliación (Mac Ginty, 2008).

      En general, los estudios de paz han experimentado en las dos últimas décadas un giro local (Mitchell y Landon, 2012; Donais, 2012), consistente en una creciente valorización del papel que, en escenarios de conflicto o posconflicto, juega “lo local”: actores, iniciativas, objetivos, valores, identidades, etc. De este modo, se presta gran atención a la agencia (o capacidad de decisión y actuación política) de los actores locales, que con frecuencia se expresa a través de iniciativas informales, cotidianas y de resistencia a las estructuras de poder. Igualmente, las corrientes críticas realizan sus análisis tomando en cuenta las características históricas, sociales y culturales de cada contexto particular.

      En suma, los enfoques críticos de construcción de paz vienen realizando importantes contribuciones a una mejor comprensión y análisis de los procesos de paz. De este modo, han realizado relevantes aportes ontológicos, al sustentar una interpretación más problemática y compleja de la paz, entendiéndola como un proceso orientado al cambio de las estructuras sociales y de poder, para promover la justicia social. Así, la paz se define no como un ideal o meta final, sino como un proceso dialéctico, contingente, permanente y siempre inacabado, que incluye su “imperfección” (Muñoz, 2001).

      En el plano epistemológico, estos estudios críticos han contribuido a incorporar la variable de género en los análisis, desafiar el imaginario racionalista y estadocéntrico occidental, tomar en cuenta la existencia de diferentes interpretaciones de la realidad y de la paz, que dependen de contextos particulares, y, como consecuencia, han evidenciado la necesidad de construir un conocimiento situado, localizado y ajustado a realidades concretas, que supere el conocimiento abstracto, supuestamente universal. Por último, y en correspondencia con lo anterior, cabe destacar también sus contribuciones en el ámbito metodológico, al incorporar a los estudios de paz herramientas de análisis cualitativo y discursivo, para captar la paz como imaginario, así como elementos etnográficos y de trabajo de campo que permiten generar un conocimiento centrado en lo local.

      Sin duda alguna los estudios críticos sobre la paz han contribuido a comprender esta como un proceso contextualizado, que al mismo tiempo se ha convertido en una aspiración normativa estatal y en una demanda y vocación de distintos sujetos sociales. No obstante, entender cómo se construye la paz y lo que esta significa en contextos como el de Nuestra América, provoca que sea urgente y necesario partir no solo de la realidad específica de los Estados y los territorios de la región, sino también pensar desde visiones y epistemologías propias.

      Epistemologías que amplíen el entendimiento de las violencias y posibiliten entender las realidades que han experimentado contextos que, como el latinoamericano, están precedidos por una historia colonial que ha marcado tanto su construcción como Estado-nación, como los desarrollos de los conflictos armados y las dictaduras, que llevaron en la segunda mitad del siglo XX y en lo corrido de este siglo a procesos de paz y transiciones políticas en la región.

      Esto, toda vez que las aproximaciones a las realidades del conflicto, la violencia y la construcción de paz desde el norte global han perdido de vista varias dimensiones que, para el caso de Nuestra América, es importante resaltar. Tienen un significado especial el fuerte vínculo entre la violencia contemporánea y la historia colonial; la responsabilidad de países extranjeros en la constitución y despliegue de los mal llamados estados de excepción (Bueno-Hansen, 2015; Gómez, 2016; Aparicio, 2017; Jaime-Salas, 2018); las formas particulares como se concibe y construye la paz en los territorios, incluso en medio de la guerra; las particularidades de los Estado-nación latinoamericanos, que se pliegan a las visiones del norte global; las ontologías y concepciones diversas de sociedad, que anidan en nuestra América y marcan las trayectorias de paz y futuro; y las rutas posibles a las que pueden llevar las negociaciones de paz y las transiciones políticas. Estas no se reducen a la metanarrativa moderna de consolidación de la paz y la democracia liberal, el capitalismo, el Estado-nación moderno, la modernidad como proyecto de sociedad y las subjetividades neoliberales (Gómez, 2016; Jaime-Salas, 2019).

      La ausencia total o parcial de estas dimensiones, o las aproximaciones a ellas sin una perspectiva localizada, profundiza el sesgo eurocéntrico que reproducen el eurocentrismo y la colonialidad del saber y el poder, que describen los teóricos del grupo modernidad-colonialidad (Lander, 2000; Quijano, 2014; Walsh, 2017). La imposición de lecturas sobre la paz desde el norte global, así como la inexistencia de las particularidades de la región, se constituyen en una forma de violencia epistémica, que no solo vuelve a negar al otro del Occidente dominante, sino que también impide que se problematice o se genere resistencia a la matriz civilizatoria occidental, y que se pueda pensar en detalle y de manera acertada hacia dónde caminar, de manera tal que la violencia no se siga constituyendo en una forma de hacer política y en el modus operandi de los actores dominantes y en rebeldía.

      Las aproximaciones decoloniales a la paz ponen de presente, entonces, ese eurocentrismo y colonialidad del saber y el poder, que no solo reproduce la visión cartesiana y dominante de la investigación, creando un objeto de estudio externo que se analiza desde afuera, sino que también establece relaciones jerárquicas entre quien investiga y quien es estudiado, e impone en sus análisis la visión de la sociedad moderna occidental dominante, como paradigma de sociedad. En algunos casos los estudios críticos sobre la paz y el conflicto siguen reproduciendo estas miradas, metodologías y aproximaciones, por lo cual es necesario un diálogo permanente con las visiones del sur global que modifique la forma y los contenidos hegemónicos de producción de conocimiento.

      Afortunadamente, este eurocentrismo y colonialidad del saber y el poder, que ha marcado no solo la producción de conocimiento sobre la paz y los conflictos, sino también el propio quehacer de la construcción de paz, ha sido enfrentado y revertido por la producción de conocimiento localizado, que cuenta con acumulados teóricos, metodológicos e investigativos supremamente útiles para entender los diversos ahora de la paz y la violencia. En el seno latinoamericano han surgido teorías de impacto y permanencia en el pensamiento mundial, como la Teoría de la Dependencia, la Teología de la Liberación, la Pedagogía del Oprimido, la Investigación Acción-Participativa (IAP), la Educación Popular, la Psicología de la Liberación y las diferentes variaciones y aproximaciones feministas y decoloniales.

      Los territorios amerindios de la segunda mitad del siglo XX experimentaron movimientos sísmicos políticos y epistémicos en los que se sitúan estas contribuciones, y que insurreccionaron los saberes y sentires cotidianos de la opresión de la violencia colonial y contemporánea. De esos procesos han surgido otros paradigmas que, desde el caribe colombiano con Orlando Fals Borda (1987, 1988, 2008), reconocieron la importancia del conocimiento construido con las comunidades, en función de la transformación social y en oposición al paradigma positivista aséptico y servil a los poderes hegemónicos, y que visibilizaron las micropolíticas de lo sensible, que orientan las resistencias campesinas, indígenas y afros en la acción

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