La erosión democrática y el contrato constitucional. Ricardo Alejandro Terrile Sierra
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El sistema de “frenos y contrapesos” se diluye. El Poder ejecutivo avanza con sus decisiones consciente que el Poder Legislativo aprueba por disciplina y el Poder Judicial por mayoría.
Tom Ginsburg y Aziz Huq dedicaron un libro al tema de “cómo salvar las democracias constituciónales” frente al problema de la “erosión democrática”; el profesor Adam Przeworski nos ha manifestado que las democracias van “retrocediendo” de a poco; Steven Levitsky y Daniel Ziblatt se refirieron a la “muerte de las democracias”; el belga David van Reybrouck habló de la “fatiga democrática”
Hoy, existe una razonable preocupación sobre el deterioro democrático. Nos impone y obliga a pensar en remedios urgentes; soluciones mediatas; iniciativas destinadas a “restaurar” el sistema de checks and balances, o a diversificar y fortalecer los controles ante el poder Ejecutivo, quien aparece como el principal generador de “desajustes”.
Existe una crisis de representatividad, un fastidio por la corrupción e impunidad de la clase dirigente; un Congreso que no delibera, una justicia volátil con manifiesta dependencia hacia los gobiernos de turno. El desencanto con las democracias que mueren por dentro.
Lo que la ciudadanía exige, entonces, no se limita a una nueva constitución cualquiera sea, sino que nuestros representantes estén a la altura del mandato popular conferido. Nada cambiará realmente mientras quienes gobiernan no preserven las fuentes de trabajo, no combatan la inflación, no tiendan puentes con la oposición, mantengan la corrupción y la consiguiente impunidad, no atiendan la política ambiental, sigan sumando empleados públicos al Estado en los ámbitos nacionales y provinciales mientras nosotros somos meros espectadores, destinados a consentir o aplaudir.
Roberto Gargarella afirma “De todo esto hablamos cuando hablamos de democracia: de recuperar definitivamente nuestra capacidad colectiva de pensar, discutir y decidir acerca del modo en que nos organizarnos, y tomar decisiones sobre nuestro propio destino…” Ahora, en pleno aislamiento social, preventivo y obligatorio, aquellas reflexiones preliminares se multiplicaron y dos nuevos factores comenzaron a cobrar relevancia: la mentira y la improvisación.
Timothy Snyder (“Sobre la Tiranía”), en un reciente reportaje, se refiere precisamente a la politización de la ciencia. Se improvisa y en la improvisación se miente sin pudor a la sociedad, ora fijando aislamientos sociales, preventivos y obligatorios breves en procura de preservar la disponibilidad de recursos; ora falseando las listas de contagiados y fallecidos por el COVID19; ora discriminando entre provincias aliadas de aquellas otras gobernadas por la oposición; ora publicitando acuerdos del gobierno con laboratorios internacionales que han avanzado en la cura del flagelo con la aparición de la vacuna; ora con cuadros y estadísticas distorsiónados por los propios funcionarios de la salud.
La sociedad, después de muchas experiencias vergonzantes, ya no somos permeables a las mentiras que ponen nuestra propia vida en riesgo expuesta en los medios televisivos, radiales y gráficos, en la que se apela a datos igualmente falsos, que no responen a información documentada y confiable.
Si la desigualdad se vuelve demasiado extrema, la gente ya no vive en la misma sociedad. El lenguaje y la comunicación se rompen. La grieta social no colabora con el debate racional. Son las emociones y los fanatismos los que afloran.
Vivir en democracia implica ser educado para tal fin. No somos naturalmente “democráticos”; por el contrario, tendemos a ser egoístas, intolerantes, conservadores del “estado de bienestar propio”. Sin embargo, las pandemias, las catástrofes, la guerra, nos sacuden de tal manera que aprendemos y aprehendemos a bucear dentro de nosotros y mayoritariamente encontramos valores vinculados a la solidaridad y la comprensión del otro.
Snyder afirma que no se puede hacer política sin valores. Es muy importante que un ciudadano en una democracia sea consciente de que sus acciones individuales, no solo su voto, influyen. Los valores tienen que estar presente fundamentalmente en los funcionarios y sobre todo en los líderes políticos. El ejemplo reciente de Uruguay en la que dos senadores enfrentados por años en posturas encontradas, se retiren de la función pública abrazados, es un mensaje sublime que colabora con el fortalecimiento de la tolerancia y la democracia.
3. El deterioro creciente
La corrupción, la consiguiente impunidad por ausencia de control, eran marcas registradas en la dictadura y los gobiernos de facto. Dichas conductas han sido imitadas y acrecentadas durante algunos procesos democráticos, generando una descomposición acelerada de la confianza de los ciudadanos hacia los políticos potenciada por la impunidad de sus protagonistas.
La erosión que hoy evidencian nuestras instituciones, el sistema político y la democracia no reconoce en la corrupción y consiguiente impunidad los únicos factores, sino que la llamada “crisis de representatividad” también ha jugado en papel relevante, consecuencia del desarraigo social de los políticos que han perdido presencia en el conjunto de la sociedad.
Asistimos a un debilitamiento del sistema de representación tradicional, ausencia de debates y proyectos programáticos, publicidad engañosa y limitada, conformación de frentes electorales que en el poder se trenzan en infinitas disputas sin concebir un programa de coyuntura que los sustente.
Una Democracia requiere instituciones para funcionar, con mecanismos de transparencia en sus ingresos y en las decisiones que adopte. Un ejemplo de corrupción que colabora con la crisis de representación son los funcionarios vinculados a la acción social y a la salud pública, los cuales, invocando la reciente pandemia y la urgencia en la compra de insumos, adquirieron los mismos, ajenos a todo control, abonando costos exageradamente más altos que los publicados en plaza, invocando como justificación la urgencia. Los proveedores, simultáneamente se sirvieron de los apremios estatales para lucrar abusivamente.
Para esos casos, la expropiación hubiera sido una alternativa democrática cuya propuesta descuento hubiera tenido el voto favorable de la comunidad legislativa en tanto utilidad publica, justificando una erogación razonable por los insumos.
La democracia regula una infinidad de temas que ordenan la vida republicana. Sin embargo las reglas no son neutras. Cada una de ellas afecta las relaciones de poder y directa o indirectamente, favorecen a ciertos grupos o sectores sociales sobre otros. Cualquier regla tiene efectos positivos y negativos en el funcionamiento del sistema democrático.
Existe un debilitamiento del sistema de representación tradicional, conforme lo hemos expuesto antes. Los partidos políticos se distancian de la ciudadanía cuando sus mandatarios se corrompen, gozan de la impunidad que el poder judicial cómplice tutela y legislan a contramano del bien común. La disminución de la participación electoral, su indiferencia, es consecuencia directa del descrédito de los partidos políticos. Existe una fuerte insatisfacción del pueblo respecto de sus representantes. La percepción es que los funcionarios y consiguientemente las autoridades partidarias, gobiernan en beneficio propio o de unos pocos. Ello implica una creciente desconfianza en los partidos políticos, en el Congreso de la Nación, en el Presidente Ministros y Secretarios y también en el Poder Judicial, a quienes la población visualiza con una manifiesta volatilidad.
Agustín Squella distingue entre legitimidad y legitimación. La legitimidad de la democracia no entra en discusión; preferimos el sistema, aún con sus imperfecciones