Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

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Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000) - Rolando Álvarez Vallejos

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la renovación socialista y adhesión a la salida pactada de la dictadura98.

      Así, a comienzos de 1990, cuando las primeras polémicas entre disidentes y la dirección del PC se habían hecho públicas, irrumpió el llamado Grupo Manifiesto. Durante su efímera existencia –se disolvió en enero de 1991– su intención fue incidir en el proceso de renovación de la izquierda, en el sentido de abandonar algunos de sus códigos identitarios fundamentales y respaldar férreamente al nuevo gobierno democrático. Como vimos, ambos puntos no eran compartidos por los comunistas que respaldaban a la dirección del partido. Este grupo se dio a conocer a la luz pública a través de un texto publicado en la prensa de circulación nacional, donde exponían sus planteamientos. En este, junto con reiterar su apoyo a la Concertación y al presidente Aylwin, planteaban que la renovación del denominado «ideal socialista» debía pasar por poner en el centro de sus objetivos la democracia y la justicia social. Se abandonaba así la perspectiva utópica de la sustitución del capitalismo. El texto venía acompañado de una treintena de nombres, en su gran mayoría profesionales universitarios, entre los que destacaban los de Antonio Ostornol, Eduardo Sabrovsky, Bernardo Subercaseaux, Alberto Ríos y Luis Alberto Mancilla99.

      La incidencia del Grupo Manifiesto dentro de la crisis interna del PC fue reducida. Varios de sus integrantes eran ex militantes desde hacía años y habían perdido la conexión con la militancia cotidiana. De hecho, el que algunos adherentes pertenecieran a otras orgánicas partidarias les hacía perder legitimidad en sus afanes de respaldar la transformación («renovación» en su lenguaje) del partido. Además, ninguno de ellos había sido dirigente nacional de la organización, por lo que poseían un débil capital político que los legitimara a los ojos de la militancia. En el fondo, para muchos militantes, el Grupo Manifiesto aparecía como una corriente de «ex» que, en la práctica, estaba invitándolos a terminar con el PC. Así, los «desencantados» estuvieron lejos de ser la corriente principal que protagonizara la crisis.

      Por su parte, la familia de los «desplazados» se constituyó, a su vez, en distintos subgrupos, lo que ratifica la complejidad y variedad de sensibilidades existentes dentro de la militancia comunista. Con todo, los «desplazados» se caracterizaron por enfocar sus planteamientos claramente hacia el interior del partido, para así intentar imponer sus visiones político-ideológicas. A diferencia de los «desencantados», tuvieron voluntad de poder para enfrentarse a la dirección del partido. Solo hacia el cierre de la crisis, cuando el enfrentamiento se había vuelto irreversible, abandonaron la organización. En ese marco, la diáspora fue total, pues cada militante siguió rumbos diversos, desde ingresar a los partidos de izquierda de la Concertación, pasando por crear nuevas orgánicas, hasta ser parte de la génesis de organizaciones ambientalistas y de minorías sexuales. Por cierto, un porcentaje indeterminado, pero a todas luces significativo, simplemente dejó el activismo político y social.

      Un sector de los «desplazados» que irrumpió con fuerza contra las opiniones de la Comisión Política del PC, fue el encabezado por Luis Guastavino y Antonio Leal. A lo largo de 1990, este núcleo de disidentes articuló cuatro ideas fundamentales: que la dirección del partido era antidemocrática, pues impedía el libre debate de las ideas; que la crisis del comunismo exigía abandonar la matriz ideológica y orgánica del «leninismo» entendida en clave estalinista; que había que apoyar sin vacilaciones al gobierno del presidente Aylwin y buscar el ingreso al conglomerado de gobierno; y, por último, que la Política de Rebelión Popular había sido errada y que la dirección no comprendió el cambio político de 1986, provocando el aislamiento político de los comunistas producto de la irresponsabilidad política de una dirección tildada de «militarista»100.

      El capital político de Luis Guastavino residía en que formaba parte del Comité Central del Partido desde antes del golpe de Estado de 1973. En esa época, había sido diputado por varios períodos por la ciudad de Valparaíso, una de las más importantes del país. En 1987 había ingresado clandestinamente a Chile, lo que acrecentó su prestigio en la militancia. En 1989 fue candidato a senador por Valparaíso, destacando en los debates televisivos y obteniendo una votación apreciable. Disidente de primera hora de la política insurreccionalista del PC durante los años ochenta, en el XV Congreso del partido realizado en 1989 no resultó reelecto como miembro del Comité Central. Esto consagró su definitiva marginación de los espacios de poder intrapartidario y, seguramente, lo hizo decidir hacer públicas sus posturas divergentes. En el caso de Antonio Leal, varios años más joven que Guastavino, forjó su influencia política en torno a su capacidad intelectual, pues nunca fue parte del Comité Central del partido ni tampoco era una figura portadora de un capital simbólico significativo, a diferencia de lo que ocurría con el ex diputado. Sus numerosos artículos de prensa sobre la coyuntura internacional del socialismo real y sus reflexiones teóricas sobre el marxismo, Gramsci y la filosofía, le permitieron ser protagonista de la crisis101. Electo presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción en 1971, fue el primer comunista en liderar un reducto tradicionalmente hegemonizado por el MIR. Por este motivo, Leal contaba con un largo historial de enfrentamiento con los sectores ubicados a la izquierda del PC. Al igual que Guastavino, sintonizó con las posiciones opuestas a la perspectiva insurreccional del PC. Junto a numerosos dirigentes de las Juventudes Comunistas en el exilio, fue un fuerte crítico de la realidad de los «socialismos reales». Pero a diferencia de otros dirigentes de las JJCC de su generación, como Ernesto Ottone, Alberto Ríos y Alejandro Rojas, optó por permanecer en el partido durante la década de 1980102. En el momento de la crisis, no era dirigente nacional del partido, reduciéndose sus responsabilidades a ser integrante de la Comisión Nacional de Relaciones Internacionales del PC.

      La fuerza expansiva que tuvo el sector de los «desplazados» encabezado por Guastavino y Leal radicó en que su exigencia –de mayor democracia interna en el partido y de respaldo al nuevo gobierno– impactó positivamente sobre el sentido común partidario. Además, ayudaron a legitimar sus demandas la situación internacional, que, para un sector de los militantes, sustentaba sus planteamientos sobre la necesidad de «revisar a fondo» los fundamentos de la organización. Así, lograron sumar sectores que habían compartido las tesis de la Rebelión Popular, pero que, en la coyuntura de 1990, sentían que efectivamente la dirección del partido no entendía la profundidad del cambio político que el país y el mundo vivían. Esto se simbolizó en la figura de Fanny Pollarolo, integrante del Comité Central y conocida dirigente pública del PC durante la dictadura, quien apoyó abiertamente a Guastavino y Leal en el momento más álgido de la crisis103.

      El impacto de las críticas de este sector disidente se vio favorecido por la amplia cobertura que la prensa les dio a sus líderes. La novedosa existencia de una crisis pública en una organización conocida por la disciplina de sus integrantes, unido a la importancia histórica que el PC había jugado en el pasado reciente del país, hizo que la crisis comunista recibiera gran atención mediática. La voz de los disidentes contra la Comisión Política era ampliamente acogida incluso en medios de derecha. Sin duda que este fue un factor que externamente creó una opinión pública muy favorable para los disidentes, que aparecían victimizados ante una supuesta brutal incapacidad de la dirigencia para escuchar opiniones distintas. Sin embargo, queda planteada la duda sobre cómo esta situación habrá sido recibida por el conjunto de la militancia comunista. Por un lado, ciertamente un sector simpatizó con ellos, pero es muy factible que otro no apoyara el estilo de ventilar en público las discrepancias, lo que era amplificado por El Mercurio, La Tercera y otros medios regionales férreamente partidarios de la dictadura.

      Con todo, ratificando que el «desplazamiento» de los órganos de dirección del partido de este sector había ocurrido en 1989 al fragor del XV Congreso, tuvieron escaso éxito en sumar a otros dirigentes del Comité Central a sus posiciones. La inmensa mayoría de sus integrantes apoyó la posición de la Comisión Política compuesta por Volodia Teitelboim, Gladys Marín, Manuel Cantero, Oscar Azócar, Lautaro Carmona y Jorge Insunza, entre los más conocidos. Esto, a la larga, quitó a este grupo parte de su poder de influencia dentro de la colectividad, porque los dirigentes electos en el XV Congreso eran mayoritariamente

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