Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

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Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000) - Rolando Álvarez Vallejos

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no logró dividir a la organización, unido a que para Guastavino y Leal la magnitud de la crisis del comunismo era tan grande, que hacia fines de 1990 no estaban de acuerdo con crear otro partido comunista. Además, como lo recalcaba Leal, intentos de este tipo habían fracasado, como en el caso del Partido Comunista de España. En todo caso, el sector de Guastavino y Leal contó con importante apoyo en algunas regiones, como fue el caso de Valparaíso, en donde la disidencia fue encabezada por el exalcalde de Valparaíso Sergio Vuskovic Rojo105.

      El otro sector de los «desplazados» fue un grupo de militantes que mayoritariamente se concentraron en el Centro de Investigaciones Sociales y Políticas (CISPO). Este era una institución creada por la dirección del PC y que reunió a un potente grupo de intelectuales comunistas. Su director, el sociólogo Manuel Fernando Contreras Ortega, se convirtió en el líder de este segundo grupo de la familia de los «desplazados». Durante la crisis, este sector recibió el nombre de «renovadores», producto de su respaldo a una radical «renovación» de los planteamientos teóricos y políticos del partido. Plantearon una definición muy precisa de lo que esta significaba. En una intervención de Contreras realizada en enero de 1990, cuando todavía era integrante del Comité Central y director del CISPO, la «renovación comunista» fue definida en torno a cuatro ejes fundamentales. Primero, una renovación de la política, que implicaría dejar atrás el supuesto reformismo comunista, expresado en la derrota de la Unidad Popular por no haber abordado en su totalidad el problema del poder: la necesidad de la construcción de una hegemonía popular respaldada por millones de personas. Segundo, se debía renovar la idea de socialismo para Chile, pues el «socialismo real» se había demostrado como una dictadura. Por lo tanto, el desafío era construir un ideario de socialismo de acuerdo a la tradición democrática del pueblo chileno. Tercero, la renovación también se refería al concepto de partido, el que debía recuperar, se decía, su calidad de intelectual colectivo, en base a la discusión y amplia democracia interna. En cuarto y último lugar, la renovación también incluía a la teoría, en el sentido de que el marxismo no debía concebirse como una doctrina acabada, sino como unos planteamientos en permanente desarrollo en base a la conexión con el movimiento real de la lucha de clases. Es decir, el debate, el cuestionamiento y la polémica debían ser la base cómo el intelectual colectivo tenía que construir la hegemonía en el movimiento popular chileno106. Meses más tarde, tras la renuncia de Contreras al Comité Central y la polarización del enfrentamiento con la dirección, estos planteamientos se radicalizaron. En agosto de 1990, Contreras planteó la necesidad de refundar el Partido Comunista, para de esta manera abandonar las nociones ligadas al comunismo internacional y dar paso a una «nueva izquierda». En la práctica, se proponía dar por superado al PC creando una nueva orgánica de izquierda, ajustada a los nuevos tiempos107.

      Los «renovadores» se diferenciaron del sector de Guastavino y Leal por una consideración fundamental: en el pasado, habían sido entusiastas partidarios de la Política de Rebelión Popular. Incluso, algunos de ellos habían participado en las discusiones que colaboraron en darle forma y la consideraban la primera piedra del proceso de renovación del PC. Es decir, durante gran parte de la década de 1980, habían respaldado al Equipo de Dirección Interior encabezado por Gladys Marín, el que no por casualidad había promovido la creación de Diagnos y luego el CISPO, entes de elaboración política y teórica avalada por la dirección del partido, ambos encabezados por Contreras. Esto se ratificó con la incorporación al Comité Central durante el XV Congreso de Contreras, del historiador Augusto Samaniego y el economista Leonardo Navarro, los dos últimos también pertenecientes a los «renovadores»108. Sin embargo, a fines de 1989 comenzaron a hacer públicas sus diferencias con la dirección del partido, gatillada por el análisis de los resultados electorales obtenidos por el PC. Según los «renovadores», a contrapelo del exitismo oficial, estos habían sido magros y revelaban la urgente necesidad de profundizar el proceso de renovación de la concepción de la política, el socialismo y el partido109. De esta manera, mientras que Guastavino fundamentó su disidencia sobre la base de lo que consideraba los errores de la Política de Rebelión Popular, los «renovadores» la catalogaban como el inicio de la necesaria renovación del partido. Es decir, la unidad al interior de la familia de los desplazados inicialmente no se originó por tesis políticas compartidas, sino que por el consenso coyuntural sobre la necesidad de abrir la discusión dentro de la organización. La exigencia de mayor democracia interna unió a dos sensibilidades de opinión opuestas dentro del PC. Además, hacia el clímax de la crisis (segundo semestre de 1990), los renovadores coincidieron con el grupo de Guastavino y Leal, respecto a que, dado el cuadro político, no quedaba otra alternativa que colaborar con el éxito del gobierno de Patricio Aylwin, sumándose a la Concertación de Partidos por la Democracia. Así, descartaban las posturas más críticas de la dirección del PC, que enfatizaban en el continuismo en democracia del legado de la dictadura y la timorata actitud del gobierno para enfrentar su desmontaje.

      Para sopesar la influencia de los «renovadores» entre la militancia comunista, es necesario tener presente algunos elementos. Primero, que Contreras fue durante gran parte de la década de 1980 un cercano al círculo de influencias del EDI. Tanto por su elaboración política como por el tipo de responsabilidades que asumió, tuvo un papel significativo en el desarrollo de la Política de Rebelión Popular110. Así, su condición de miembro suplente del Comité Central desde 1985 (titular desde 1989) les dio una legitimidad oficial a sus planteamientos. Además, su labor como director del CISPO le dio la posibilidad de conectarse con el aparato partidario, que estaba deseoso de escuchar lo que se consideraba era la «elaboración oficial» del partido frente a la crisis del socialismo. De esta manera, por lo menos hasta mediados de 1989, sus textos y los del CISPO contaban con la anuencia de la dirección del partido y tuvieron amplia circulación al interior de este111. En segundo lugar, los «renovadores» contaban con un grupo de militantes de gran peso teórico y político, que permitían que los planteamientos de Contreras aparecieran como el del primus inter pares de una sensibilidad de opinión mucho más amplia. El historiador Augusto Samaniego, considerado el otro cabecilla de los «renovadores», también contaba con un capital político importante ante la militancia. Director del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz y miembro del Comité Central luego del XV Congreso, publicó importantes textos en medios oficiales (bajo el logo ICAL y CISPO), que también les otorgó peso político específico a sus planteamientos. Otros intelectuales comunistas que desarrollaron líneas teóricas y políticas en función de la «renovación» del partido fueron Álvaro Palacios, Emilio Gautier, Orel Viciani y Raúl Oliva, entre otros112. De esta manera, por lo menos durante un período de tiempo (probablemente hasta fines de 1989), parte importante de los planteamientos de los «renovadores» fluyó libremente entre la militancia, considerada como la «opinión del partido».

      De esta forma, luego de oficializadas el 10 de agosto de 1990 las sanciones a Luis Guastavino, Antonio Leal, Alejandro Valenzuela y Leonardo Navarro, se produjo la unificación de los «desplazados», expresada en cartas de solidaridad y actividades sociales y de discusión políticas conjuntas. A partir de agosto y hasta fines de diciembre, se sucedieron las renuncias al partido. De acuerdo a un informe interno del PC, fuera de Santiago, las zonas de mayor influencia de la disidencia eran Valparaíso (liderados por Sergio Vuskovic y Alejandro Valenzuela, junto a numerosos dirigentes sociales), Concepción (especialmente la estructura regional de la Jota) y Talca (cinco integrantes del Comité Regional). Además, el impacto en la estructura nacional de la Jota fue muy considerable, luego de la mencionada renuncia a la organización del 40% de su Comité Central y otras entre los militantes de la Jota de la Universidad Católica (16 militantes) y la Universidad de Santiago de Chile, entre otras situaciones113.

      Con todo, la diáspora de la disidencia se caracterizó por su diversidad. Por un lado, los «desencantados» optaron tempranamente por entrar a militar a los partidos de izquierda de la Concertación. Así renunciaban expresamente tanto a crear un nuevo PC como a «refundar» la izquierda. Seguían el camino que varios ex comunistas habían iniciado durante el segundo lustro de 1980. Así, el 8 de agosto de 1990, los integrantes del Grupo Manifiesto, Antonio Ostornol, Alfredo Riquelme y Hugo Rivas, comunicaban su ingreso al Partido Socialista. Según el primero de ellos,

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