Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

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Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000) - Rolando Álvarez Vallejos

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PC decidió sancionar a cuatro dirigentes de la disidencia, Luis Guastavino, Antonio Leal, Leonardo Navarro y el dirigente sindical Alejandro Valenzuela. Solo para el primero se le aplicaba la «separación de las filas», Navarro era destituido del Comité Central, Leal marginado de la Comisión Nacional de Relaciones Internacionales y quedaba «en estudio» la solicitud de marginación del partido a Valenzuela, solicitada por la estructura regional de Valparaíso. Esta sanción favoreció que se masificara la solidaridad hacia los líderes de la disidencia, dando paso a numerosas muestras de apoyo y renuncias al partido de destacados militantes. En medio de una mediática discusión, el desangramiento del PC pareció cerrarse con la conformación a fines de 1990 de la llamada «Asamblea de la Renovación Comunista» (ARCO). Esta instancia aglutinó a los principales dirigentes de la disidencia y su creación formalizó la salida del PC del grueso de esta.

      Lo que caracterizó a esta crisis fue la gran de variedad de motivaciones y razones para convertirse en disidente de la dirección del PC. En la práctica, surgió un verdadero archipiélago de nombres, vinculados a diferentes experiencias y tradiciones de la militancia comunista. A diferencia de las herejías «trotskistas» y «reinosistas», que tuvieron una orientación unívoca, las pugnas internas del ciclo en torno al año 1990 no contaron con una sola cabeza, lo que produjo confusión en la comprensión de la crisis comunista. Es decir, tal como lo ha reiterado Bernard Pudal para el caso europeo, «contra la representación simplificada de los militantes del PCF… el mundo comunista es múltiple y reflexivo»91. Es decir, contra la habitual visión homogénea sobre la militancia comunista chilena, esta crisis permitió apreciar las distintas sensibilidades existentes al interior de una organización tradicionalmente considerada «monolítica». Para el caso francés, cuando en 1977 comenzó un masivo éxodo de militantes, Catherine Leclercq distinguió tres familias de desafectados del partido, que denominó desarraigados, desencantados y desplazados92. Cada una de estas «familias» de ex militantes, respondía a motivaciones distintas, desde no ser capaces de adaptarse a los cambios ideológicos de la institución, la modificación del habitus original que los llevó a ser comunistas, hasta diferencias político-ideológicas que los marginaron de los centros de decisión del partido. Estas tipologías nos parecen útiles para explicar la diáspora comunista chilena que explotó y se repartió por diversas organizaciones y partidos a partir de 1990.

      En el caso chileno, la familia de los «desarraigados» se concentró entre los integrantes del Comité Central y la Comisión Política hasta el golpe de Estado de 1973, pero que bajo la dictadura perdieron progresivamente influencia. Por lo general partidarios de la política de Rebelión Popular contra la dictadura, discreparon con el Equipo de Dirección Interior (EDI), encabezado por Gladys Marín, sobre las reales condiciones para que estallara una insurrección de masas en Chile. Como decíamos más arriba, fueron desplazados de la dirección del partido en el XV Congreso, pero, en tanto figuras históricas, no formaron parte de ninguna de las corrientes que se enfrentó a la dirección. Algunos optaron por dejar de militar silenciosamente, como fue el caso de Rodrigo Rojas; otros, volver a hacerlo en células territoriales de base, como Samuel Riquelme; algunos asumieron tareas específicas, como América Zorrilla en el proceso de legalización del partido en 1990. Por último, otros, muy enfermos, no tuvieron opción siquiera de volver a Chile, como le ocurrió a Orlando Millas, quien falleció en 1991 en Holanda después de una larga enfermedad. Pero el denominador común de los desarraigados, formados bajo la antigua tradición estalinista de la década de 1940 en adelante, fue la opción por el bajo perfil durante la crisis y continuar militando en la organización más allá de las diferencias con la dirección del partido. En rigor, no participaron en el conflicto interno desatado a partir de 199093.

      En este esquema, un lugar especial ocupa Luis Corvalán Lepe, secretario general del partido durante treinta años y símbolo de la organización. En Chile, desde 1983, producto de las necesidades de la clandestinidad, jugó un papel muy reducido en las tareas de la dirección política, a la sazón encabezada por Gladys Marín. Durante el XV Congreso, propuso que fuera ella quien lo reemplazara como el líder de la organización y que Manuel Cantero asumiera como subsecretario. De esta manera, se opuso a la nominación de Volodia Teitelboim, su compañero de generación en el partido94. El rechazo de su propuesta dejó en evidencia dos cosas. En primer lugar, la pérdida de ascendencia sobre la militancia de los dirigentes históricos del partido, cuyo máximo representante era Luis Corvalán. En segundo lugar, demuestra la complejidad de las relaciones de poder en la dirección comunista, puesto que, si bien el ascenso de Gladys Marín simbolizó la pérdida de influencia de la «vieja guardia» del partido, su principal exponente sí la respaldó. Más tarde, cuando estalló la crisis de 1990, Corvalán fue partidario de que, luego de la Conferencia Nacional de junio de aquel año, se realizara un Congreso extraordinario, acogiendo la demanda de los disidentes95. A pesar de estas posiciones, Corvalán nunca se mostró discordante con la posición del Partido y conservó su puesto en el Comité Central.

      De esta manera, el caso de Corvalán demuestra la dificultad de encasillar a los integrantes del PC en una sola posición o de incondicionalidad hacia un caudillo interno. Por un lado, apoyó en 1989 a Gladys Marín para secretaria general, principal promotora de la Política de Rebelión Popular durante la década de 1980. Al año siguiente, respaldó a la disidencia, muy crítica de esta política, que planteaba abrir mucho más el debate dentro del partido. Así, es muy probable que la militancia que se quedó en el PC luego de la crisis, tuviera estas posiciones cruzadas y no un seguimiento ciego a tal o cual dirigente. Este tipo de casos derriba el mito del supuesto carácter monolítico del PC chileno, cuestión que se acentuó durante la década de 1990.

      Una segunda familia de disidentes fueron los «desencantados». Formada principalmente por profesionales e intelectuales (aunque no únicamente), en su mayoría habían iniciado su militancia a mediados de la década de 1960. Tiempo de reforma universitaria y activación de las luchas campesinas a favor de la reforma agraria, vivieron el período de la Unidad Popular como la etapa fundamental de su experiencia militante. Muchos ocuparon cargos de dirección en las Juventudes Comunistas y fueron figuras relativamente conocidas durante algún período de la historia del PC96. La mayor parte de ellos dejó de militar en el PC a fines de la década de 1970 y principios de 1980. Por regla general, se apartaron del comunismo decepcionados por la realidad del «socialismo real» que conocieron durante el exilio y por el giro hacia la izquierda que significó la Política de Rebelión Popular. Pero la característica fundamental de los desencantados fue que, a corto plazo, dieron por perdida la batalla por modificar desde dentro al partido, básicamente por sentirse más cercanos al proceso de renovación socialista que llevó a cabo un importante sector de la izquierda chilena durante los años de la dictadura. Así, fueron tempranos partidarios de la salida pactada de la dictadura y muchos se sumaron al «Comité de elecciones Libres» y al Partido por la Democracia (PPD), ente instrumental creado por sectores socialistas para participar en la campaña por el NO en la coyuntura del Plebiscito de 1988. Por lo tanto, su influencia en la polémica interna fue menor, producto de su opción de abandonar el PC e incorporarse a otras fuerzas políticas.

      El filósofo Eduardo Sabrovsky –que dejó de militar en el PC en 1986- planteó una tesis que sintetiza, en buena medida, la posición de los «desencantados». En el PC chileno, dice, históricamente habría existido una disociación entre la teoría (marxismo-leninismo) y la práctica. Esta habría estado orientada por lo que denominó como «pragmatismo iluminado», basado en el profundo arraigo de sus militantes en el devenir de la historia nacional. La no aplicación de la ortodoxia marxista-leninista y sumarse, en cambio, al imaginario democratizador y socialista de los movimientos sociales chilenos hasta 1973, habrían sido la gran fortaleza histórica del PC. En el fondo, la ausencia, en la práctica, de apego a las costumbres estalinistas. Sin embargo, la radicalización política del PC bajo dictadura lo habría retrotraído a la ortodoxia marxista-leninista y la pérdida de su «pragmatismo iluminado». La conclusión era obvia, aunque no explicitada por Sabrovsky: era necesario buscar nuevas tiendas políticas, dada la incapacidad del comunismo para comprender la coyuntura de la década de 198097. Otro representante de los «desencantados» fue el escritor Antonio

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