Envejecer en el siglo XXI. Leonardo Palacios Sánchez
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Hacia 1280, el filósofo y teólogo inglés, Roger Bacon, publica El cuidado de la vejez y la preservación de la juventud, a decir de los críticos, una producción motivada por el interés personal de alguien que se percataba de su propia vejez al designar los signos universales del envejecimiento como accidentes y al atribuir a cada uno causales reconocidas hoy en día como extravagantes, así: “a las canas, la flema pútrida proveniente del cerebro y del estómago, a las arrugas la fatiga de la piel, a la debilidad general a una humedad extraña y no natural que reblandece los nervios” (Minois, 1987, p. 237). Sin embargo, el germen del conocimiento científico se vislumbra en esta obra, al considerar que la vida humana se prolongaría mediante la conservación de una buena salud bajo preceptos saludables, tanto en la comida y la bebida como en el sueño y la vigila, el movimiento y el reposo, la eliminación y la asimilación, el aire y las pasiones del espíritu. Caracteriza, así mismo, la longevidad como un patrón trasmitido de padres a hijos, y limita la duración de la vida humana a ochenta años, no exenta de dolor y de sufrimiento:
De la misma manera que envejece el mundo, los hombres envejecen también, no por causa del mundo, sino a causa del aumento de criaturas vivas, que infectan el aire que nos rodea, y por causa de nuestra negligencia en organizar nuestra vida, así como también por la ignorancia de cuanto conduce a la salud […] Un factor importante de deterioro es la contaminación atmosférica, provocada por la proliferación de seres vivos. (Minois, 1987, p. 236)
Desde su perspectiva de historiador del arte, el profesor alemán Kurt Walter Forster anota que el Renacimiento europeo se presentó como una edad para la excelencia que abarcó tanto la pintura religiosa como el culto idolátrico; un resurgir del arte antiguo. En su introducción al libro de Aby Warburg, El Renacimiento del paganismo, destacó que el punto de partida para esa época crucial en la historia de la civilización fue el de recuperar el carácter, la fuerza comunicativa, las figuras y sus movimientos expresivos mediante la reutilización de los prototipos de la antigüedad, los gestos pretéritos de expresión juvenil y victorioso heroísmo (Forster, 1999, citado en Warburg, 2005), sin lugar para la vejez y el envejecimiento.
Una extrañeza a esta observación fueron las edades avanzadas que alcanzó un grupo destacadísimo de artistas del Renacimiento italiano de fines del siglo xv y la primera mitad del xvi, una época en la cual el promedio de vida alcanzaba los 46 años. Los historiadores del arte resaltan esa particularidad, así: Luca della Robbia, Donatello y Luca Signorelli, 82 años; Giovanni Bellini, 86 años; Andrea Mantegna, 75 años; Miguel Ángel Buonarroti, 89 años; Tiziano Vecellio, 99 años; Jacopo Tintoretto, 76 años, y Sofonisba Anguissola, 93 años (Minois, 1987, p. 321).
Leonardo da Vinci vivió “apenas” hasta los 67 años, pero su obra monumental a la que ninguna disciplina le fue ajena lo caracteriza, sin duda alguna, como el hombre del Renacimiento. Sería el primero en considerar la anatomía de manera independiente de la perspectiva pictórica y elaboró preparaciones anatómicas que luego plasmó en dibujos, de los cuales se conservan más de 750 en el Tesoro Real de Windsor.
El interés de Leonardo en dilucidar los interrogantes sobre el envejecimiento lo llevó a seguir con gran solicitud la evolución de un hombre centenario sobreviviente de la peste, de las guerras y, como si fuera poco, de la esperanza de vida de su tiempo. Al examinar su cadáver en la mesa de disecciones, a pesar de la prohibición expresa del Santo Tribunal de la Inquisición, el artista asimiló el cuerpo humano con la estructura de las plantas, que, según él, poseían un sistema circulatorio interno que con el tiempo alcanzaba mayores áreas en las hojas y en las ramas que fortalecían al árbol. En los humanos, por el contrario, el envejecimiento y la muerte se debían, según Da Vinci, a la atrofia del sistema circulatorio, con obstrucción y alteración de la presión a lo largo de su vida, lo que conducía al colapso final. El médico y escritor francés Henry Cazalis concluyó casi cuatro siglos después que “el hombre tenía la edad de sus arterias, en alusión a la arteriosclerosis como factor determinante del envejecimiento” (Beauvoir, 1970, p. 29):
La vejez se produce por venas que, al aumentar el grosor de sus paredes, restringen el paso de la sangre y, con la consiguiente falta de nutrición, destruyen la vida de los ancianos sin que sufran fiebre, extinguiéndose las personas poco a poco, en una muerte lenta. (Leonardo da Vinci, c.1500, citado en González, 2004, pp. 642-645)
No muy lejos de allí, en la ciudad de Bolonia, el médico y profesor de lógica y anatomía, el veronés Gabriele Zerbi, publicaba en 1498 su obra Gerontocomia: opus quod de senectute agit (El arte de cuidar a los viejos), reconocido como el primer tratado médico completo sobre la vejez, en el cual incluyó aspectos como la dieta, situaciones de vida óptima, medicamentos beneficiosos y cómo asegurar el bienestar físico de los ancianos.
Las denominaciones de los 57 capítulos enseñan con claridad el pensamiento de su momento histórico: causas del envejecimiento; causas extrínsecas e intrínsecas de la rigidez y enlentecimiento en la vejez: de ciertos accidentes que acompañan la vejez como las canas, las arrugas y la calvicie; longevidad; los estados de la vida; la incierta terminación de la vejez; cuidadores; procesos de recuperación en la gente anciana; las condiciones ambientales para retardar los efectos nocivos de la vejez, entre otros. De muchas maneras, la visión del médico veronés marca el inicio de la disciplina que cuatro siglos más tarde se denomina geriatría.
En otra de sus publicaciones, De cautelis medicorum, Zerbi presentó su concepción de la ética que un médico debería seguir en lo referente a la prudencia, a su apariencia, a sus hábitos higiénicos e, incluso, a las creencias espirituales preferidas. Al profundizar en sus escritos, se hace palpable su desvelo por la labor médica en un código que incluye varias reglas a seguir, como el curso de los estudios y la perfección del médico, y su actitud hacia la familia del paciente y otras personas involucradas con la curación del enfermo.
Pero no todo el pensamiento renacentista sobre la vejez siguió la senda de la evolución científica. También el pesimismo filosófico alzó su voz para sentar su posición a partir de las páginas del moralista y humanista francés Michel de Montaigne. Su agudo pensamiento crítico de la cultura, la ciencia y la religión de su época, al finalizar el siglo xvi, también le permitió ocuparse de su propia vejez, al escribir: “Es posible que en quienes emplean bien el tiempo, la ciencia y la experiencia crezcan con la vida; pero la vivacidad, la prontitud, la firmeza y otras partes mucho más nuestras, más importantes y esenciales se marchitan y languidecen” (Beauvoir, 1970, p. 190).
En el tercer libro de sus Ensayos, escrito durante su ancianidad, asume sin ambages que desde la juventud ya se consideraba viejo y la vida se presentaba a modo de cuenta regresiva: una disminución sin posibilidad de regreso. Sin rodeos anotaba su repulsión a ese “accidental arrepentimiento que la edad trae consigo”:
Me daría vergüenza y envidia que la miseria e infortunio de mi decrepitud fueran preferidos a mis buenos años, sanos, despiertos, vigorosos; y que hubiera que estimarme no por lo que he sido sino por lo que he dejado de ser […] Análogamente, mi sabiduría puede ser de la misma magnitud en uno y otro tiempo; pero tenía mayor mérito y mejor gracia, rozagante, alegre, ingenua, que ahora: rebajada, gruñona, laboriosa. (Beauvoir, 1970, p. 190)
La modernidad, entre la sátira y el comienzo de la gerontología
En 1636 se publica el libro History of Life and Death, del filósofo, político y científico inglés Francis Bacon, con observaciones naturales y experimentales para prolongar la vida. En su trabajo, recurre al método de la indagación en todos los temas que presenta, como: búsqueda de la extensión y la brevedad de la vida de los hombres de acuerdo con su comida, dieta, forma de vida, ejercicio y similares; las condiciones del