Envejecer en el siglo XXI. Leonardo Palacios Sánchez
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Unos años antes, en 1623, desde la perspectiva de la comedia, William Shakespeare presentaba en su obra As you Like it, una contemplación satírica sobre la vejez en la Inglaterra isabelina. En la escena vii del acto ii, Jaime, el melancólico asistente del duque Federico compara en su monólogo la vida con una obra de teatro, acudiendo a la figura de siete actos:
El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores.
Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida.
Los actos, siete edades […]
La sexta edad nos trae al viejo enflaquecido en zapatillas,
lentes en las napias y bolsa al costado;
con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas para tan huesudas zancas;
y su gran voz varonil, que vuelve a sonar aniñada, le pita y silba al hablar.
La escena final de tan singular y variada historia es la segunda niñez y el olvido total,
sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.
La revolución industrial del siglo xix institucionaliza los sistemas de seguridad social e inaugura el concepto de recompensa a los trabajadores mayores de 50 años, a manera de gratificación benevolente al derecho adquirido. Para tener en cuenta, a comienzos de la centuria, la esperanza de vida era de vida era de 48 años. En 1844, se aprueba en los Países Bajos la jubilación para militares y funcionarios públicos, un término derivado del latín jubilare, equivalente a lanzar gritos de júbilo.
En 1849, el médico galés, George Edward Day, columnista de las más importantes publicaciones científicas de su época, como The Medical Times and Gazette, The Lancet, Nature, entre otras, escribe el libro A Practical Treatise of the Domestic Management and most Important Diseases of Advance Life, con un apéndice que contenía una serie de casos ilustrativos acerca del modo exitoso de tratar el lumbago y otras formas de reumatismo crónico, ciática y otras afecciones neurológicas y ciertas formas de parálisis.
Otro de los médicos más influyentes en la historia de la medicina, profesor de la Facultad de Medicina de París, Jean-Martin Charcot, reconocido como el padre de la neurología, publicó en 1881, Clinical Lectures on the Diseases of Old Age. En sus capítulos incluyó, entre otras, temáticas como la neumonía senil, el catarro crónico senil de los bronquios, el ateroma y el corazón graso, el reblandecimiento cerebral, el catarro gástrico crónico, la constipación senil y la hipertrofia senil de la glándula prostática. Sus conferencias sobre la vejez en la Salpétriére, el hospicio más importante de Europa en su momento, fueron publicadas en 1886, y su repercusión en aspectos de higiene y prevención fue notable hasta mediados del siglo xx (Beauvoir, 1970, p. 28).
En la consolidación de la gerontología como disciplina científica para el estudio de la vejez fue necesaria la intervención de numerosos estudiosos que le aportaron su amplia perspectiva integradora. Entre ellos se destaca el matemático, sociólogo y naturalista belga Adolphe Jacques Quetelet, quien aplicó el método estadístico al estudio de la sociología. En su libro de 1835, L’homme et le développement de ses facultés, ou Essai de physique sociale, expresa por primera vez la importancia del establecimiento de los principios que rigen el proceso a través del cual el ser humano nace, crece y muere.
La influencia de su trabajo se reflejó claramente en la obra del antropólogo, estadístico y psicólogo inglés Francis Galton, de quien se afirma fue más allá de la medición para explicar los fenómenos que observaba. Entre estos, propuso una teoría de las gamas de sonido y la audición por medio de la recopilación de datos antropométricos de más de 9000 personas. Descubrió, adicionalmente, que el oído humano pierde durante el envejecimiento la percepción de las ondas de alta frecuencia o tonos agudos. Sus estudios acerca de las capacidades humanas lo condujeron a la creación de la psicología diferencial y a la formulación de las primeras pruebas mentales.
Poco antes de finalizar el siglo xix, el microbiólogo ucraniano Iliá Méchnikov manifestó que el envejecimiento obedecía a un estado de atrofia senil desencadenado por fagocitosis tisular. En ese contexto, definió la vejez como el resultado de una intoxicación crónica por la presencia de microbios en el intestino y proclamó sin ambages que “Considerar a la vejez como un fenómeno fisiológico, es ciertamente un error” (citado en Manzano Muñoz, 1956, p. 746). Consecuentemente, recomendaba cambios en la dieta y en el estilo de vida para prevenir esta alteración. En desarrollo de sus investigaciones estudió la flora intestinal y los tejidos que más envejecen a lo largo de la vida. En 1907, publicó el resultado de sus trabajos en el libro Étude sur la vieillesse. La longéevit´ dans la série animale, y propuso la gerontología como la ciencia encargada del envejecimiento y de la vejez, ya que, según él, traería grandes modificaciones para el curso de este último periodo de la vida. Un año después, le fue otorgado el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, distinción compartida con Paul Ehrlich, cuyos trabajos fueron decisivos para elaborar la doctrina de la inmunidad.
Las condiciones socioeconómicas y sanitarias de la Europa que cabalgaba entre el final del siglo xix y principios del xx condujeron a una transición demográfica en la cual la población mayor de 65 años alcanzaba una proporción no vista antes, del 10 %. Un cambio observado, sobre todo en Inglaterra y otros países del norte del continente. La mirada a la vejez empezaba a separarse paulatinamente del concepto de enfermedad natural, como siempre se había considerado; no obstante, un 30 % de todas las muertes correspondía aún a enfermedades infecciosas y la esperanza de vida era de 50 años.
A este lado del Atlántico, Granville Stanley Hall, psicólogo y pedagogo estadounidense, se destacaba por introducir en Norteamérica la moderna psicología experimental. En 1922, publicó el libro Senescente, the Last Half of Life, en cuyas páginas contribuyó a la comprensión de la naturaleza y la fisiología de la senescencia, con lo cual acreditaba el establecimiento de la ciencia de la gerontología. Uno de sus mayores logros fue el descubrimiento de las diferencias individuales en la vejez, significativamente mayores que las observadas en otras edades de la vida:
A los sesenta años […] somos propensos a exagerar nuestro relato de energía y nos enfrentamos al peligro de colapso si no se honra nuestro sobregiro. Por lo tanto, algunos cruzan la fecha límite convencional de setenta años en un estado de agotamiento que la naturaleza nunca puede hacer del todo bien. A todo esto se suma la lucha, nunca tan intensa como para los hombres de la octava década para parecer más jóvenes, para ser y seguir siendo necesarios, y tal vez para eludir las posibilidades inminentes de ser desplazados por los más jóvenes. Así es, que los hombres a menudo acortan sus vidas y, lo que es mucho más importante, deterioran la calidad de su vejez. (Hall, 2006, p. 1160)
Una década antes, el médico Ignatz Leo Nascher, vienés de nacimiento y nacionalizado en Estados Unidos, se basó en el sistema austriaco de atención a los ancianos para desarrollar en su patria adoptiva la especialidad médica dedicada al cuidado de la población más vieja, para lo cual introdujo el término geriatría. Un vocablo derivado de los términos griegos gerás, personificación de la vejez, y de iatros, relacionado con el ejercicio médico. Asumió, además que así como la pediatría comprendía la medicina de la infancia, la geriatría sería la encargada de responder a los requerimientos