La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

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La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana Ensayo

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los nāyars y los īḻavars en Kerala, los bhūmihārs y los kāyasthas en Bihar, los vēḷḷāḷas en Tamil Nadu, los reḍḍis y los kammas en Andhra Pradesh, los marāṭhas en Maharashtra, etcétera. Ninguna de estas castas pertenece al brāhmaṇ-varṇa, bien que en zonas de Himachal Pradesh y Uttarakhand sí encontramos a brāhmaṇs en posición de casta dominante. Esto ilustra que el viejo adagio (propio de los antiguos tratados brahmánicos) que sitúa invariablemente a los brāhmaṇs en la cúspide social nunca ha sido descriptivo. En términos de varṇa, la mayoría de estas castas caería en la categoría “śūdra” (aunque pocas se reconocerían como tal).

      Este punto es importante, pues muestra que las nociones de jerarquía vertical ceden el paso a las de centralidad de los dominantes. En otras palabras, puede que los que dominan la localidad no estén en la cúspide ritual, pero están claramente en el centro económico. La casta dominante del poblado o la región no sólo posee las tierras, sino que controla los lazos comerciales y financieros (con frecuencia gracias a la usura y el préstamo). De ahí que, hasta hace relativamente poco, cuando uno le preguntaba a un lugareño del norte de la India por el nombre de su pueblo, con frecuencia añadiera: “un pueblo de jāṭs” o “un pueblo de gūjars”.3 Es decir, es un pueblo dominado por tal casta [FIG. 22].

      Naturalmente, las castas dominantes ejercen cierto control político. Los notables de esa casta arbitran en las disputas de otras castas, y el jefe del pueblo suele pertenecer a esa casta.

      22. Terratenientes (zamīndārs) de casta jāṭ, dominante en amplias zonas del norte de la India, fumando y jugando al pachīsi (parchís). Provincia de Rajpootana (hoy Rajasthan), 1874.

      La naturaleza, la forma y el grado de dominio que ejerce una casta dominante puede variar considerablemente. M.N. Srinivas notó que las castas dominantes cada vez recurrían más a un nuevo aspecto de la dominación: la alfabetización.4 Y luego añadía que una casta también es dominante cuando es capaz de recurrir a la violencia para lograr sus fines.5 En cierto sentido, la casta dominante reproduce a nivel local la función y dimensión de la realeza. Y, como sucede en palacio, diferentes clanes o secciones de la casta dominante pueden competir en pos del poder. Con todo, y a pesar del faccionalismo de las comunidades índicas, una casta dominante depende bastante de su propia solidaridad interna (y de la solidaridad y tamaño de las otras castas, claro está).

      Por supuesto, la noción de casta dominante ha sido siempre mucho más débil en las grandes ciudades. Hoy más que nunca. Oliver Mendelsohn va más lejos y sugiere que cuando Srinivas articuló la idea de casta dominante, a mediados de los 1950s, estaba identificando algo en el momento en que empezaba a declinar y volverse menos significativo.6 La abolición en 1950 de los zamīndārs ausentes (propietarios que no trabajan sus tierras), y el establecimiento del derecho a la tierra para quien la trabaja, menguaron considerablemente la supremacía de las castas dominantes. Gradualmente, la élite rural ha ido perdiendo preeminencia y, en cambio, asciende una nueva clase de campesinos, llamados por Lloyd y Susanne Rudolph «capitalistas de bueyes»,7 muchos de los cuales habían sido peones de los grandes zamīndārs y son ahora propietarios de pequeñas parcelas. Esta gran masa silenciosa ya no sigue tan dócilmente los dictados de sus antiguos patronos, que se han empobrecido de forma considerable (dado el olvido al que está sometido el mundo agrario del país).

      Como veremos en la última Parte, estos factores son cruciales en la moderna transformación de la sociedad de castas. Si la India está repleta ahora de pequeños labriegos –y no tanto de poderosas castas dominantes u oligarcas–, e incluso en el campo ya un 40% de la población se dedica a trabajos no agrarios, eso implica que las relaciones de dependencia han cambiado y tienden a la relajarse las relaciones asimétricas de antaño.

      Pero el que una de las patas del “sistema” se tambalee no significa que en la India rural de principios del siglo XXI la existencia de castas dominantes no se palpe. Los ṭhākurs (rājputs), aunque sólo representan el 7,5% de la población de Uttar Pradesh, controlan el 50% de sus tierras.8 Para muchos de estos ṭhākurs, el liderazgo del pueblo se siente –y es– todavía una competencia y atributo de casta.

      EL CABEZA DE ALDEA

      Históricamente, la función de gobierno a nivel local ha recaído en la figura del cabeza del pueblo (jajmān), antiguamente conocido como grāmaṇī o grāmapati, y en persa como muqaddam. En algunos lugares, dicho cabeza era designado por el propio rey. En otros, el jajmān era un terrateniente respetado de la casta dominante.

      Esta figura adquiría mayor peso y relieve en los poblados donde no dominaba claramente una casta. En algunos pueblos con mucha actividad fiscal podían existir hasta dos cabezas de aldea.

      El nombre del cargo puede variar según las regiones. En la cuenca indogangética son frecuentes los de chaudharī y ṭhākur. En la India occidental es típico el de paṭel o paṭil. En Bengala se conoce como barua, malik o pradhan. También mukhī. En Kerala puede llamarse dēśavāḻi. Etcétera. El clásico de jajmān deriva de la sánscrita yajamāna, el término que recibía el instigador del antiguo ritual védico; que en el mundo tamil se torna ejamāṉ.

      Aunque no tenía un estatus ritual en virtud de su cargo, una de las tareas del jajmān era dirigir los rituales públicos de la aldea. En ciertas localidades era incluso costumbre pedir permiso al cabeza de aldea antes de celebrar ritos de paso personales (tonsura del cabello, matrimonio, funerales, etcétera).

      En muchas zonas de la India, el puesto de cabeza de aldea fue hereditario. En los pueblos grandes, el jajmān o paṭel tenía a su cargo a un contable (kuḷkarṇī, paṭvārī), un supervisor y varios recaudadores. La entrada de la recaudación directa a los campesinos por parte de la administración colonial menguó considerablemente el papel del cabeza de aldea. Otra tarea importante fue el mantenimiento del orden público, función para la cual se rodeaba de figuras como el guarda o el sereno.

      Algunas fuentes dibujan al jajmān como un tirano, pero a menudo aparece como alguien respetado, pues no en vano una de sus misiones ha sido defender el pueblo y hacer de su portavoz ante los gobernantes.

      Existen zonas donde se ha apreciado un perfil ascético y sapiencial para el jajmān; alguien que supiera arbitrar y que fuera él mismo ejemplo de corrección. En otros casos, el arquetipo guerrero (rājput) parece estar más presente, y así encontramos a un caudillo más marcial, capaz incluso de reunir y adiestrar en las armas a los aldeanos. Cuando ha dominado esta figura se ha valorado mucho más la capacidad de autoridad y hasta el coraje.

      Aunque esta figura no ha desaparecido, el entramado administrativo, político y judicial moderno ha hecho menguar muchísimo el poder del jajmān, de ahí mi recurso al tiempo pasado. Sus acometidos se llevan hoy a cabo en el marco de la asamblea de aldea o grām-pañchāyāt.

      Otra pata del “sistema”, pues, se tambalea.

      EL PAÑCHĀYĀT

      Otro componente clásico en los sistemas de castas es el del pañchāyāt. La palabra designa genéricamente a una asociación cuyo fin es arbitrar. Normal, pues, que se dé cierta confusión con el uso de este término. Por lo general, suele remitir a tres instituciones.

      Asamblea de aldea (grām-pañchāyāt)

      En primer lugar, todo municipio

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