La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

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La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana Ensayo

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designar a los chamārs como “sus niños”. Por su parte, el labriego mostrará respeto por su “señor” ṭhākur. Le cederá el paso en el camino y, simétricamente, puede que lo llame “abuelo” (bābā). Entre castas de posición más parecida la relación es menos paternalista. Y como vio Bernard Cohn, de quien hemos tomado el ejemplo, un anciano chamār respetado en su casta puede ser tratado incluso con deferencia por personas de casta más alta.30

      Todavía en los años 1960s, en una encuesta realizada por Irawati Karve y Y.B. Damle en cinco aldeas de Maharashtra, dos tercios de la población afirmó que el sistema jajmānī (balutedarī) era conveniente.31 Siendo la negación del sistema competitivo de mercado, las castas cooperaban en lugar de competir. Aquí es donde se pone de manifiesto la diferencia entre casta y clase. Según Edmund Leach:

      «Es una característica de las sociedades organizadas en clases que los derechos de propiedad sean una prerrogativa de los grupos minoritarios que forman las élites privilegiadas. La capacidad de la minoría de clase alta de “explotar” los servicios de la mayoría de clase baja depende de forma crítica del hecho de que los miembros del grupo menos privilegiado deben competir entre sí para recibir los favores de la élite. La naturaleza específica de la sociedad de casta invierte esta posición. Los roles económicos están situados por derecho en los grupos cerrados minoritarios de estatus social bajo; mientras que los miembros de la “casta dominante” de alto rango, a la cual los grupos de menor estatus están ligados, forman una mayoría numérica y deben competir entre sí por los servicios de los miembros individuales de las castas bajas».32

      Llegados aquí habría que matizar y no sobredimensionar el carácter no competitivo del sistema. El trasvase de una ocupación a otra no ha sido raro, en especial la movilidad campesina. Aunque este sistema –ideal, recordémoslo– parece estar diseñado para favorecer a la colectividad más que al individuo, no es menos cierto que permite formas de esclavitud o servidumbre individual o familiar que, si bien se han relajado en los últimos 50 años, todavía pueden ser espantosamente crudas en la India. Esta es precisamente la crítica marxista que recibió el modelo de Wiser. Si para este y una escuela de antropología los intercambios entre jajmāns y kamīns eran “recíprocos” y, en cierto sentido, “simétricos”, la crítica de izquierdas advirtió que los terratenientes eran grupos política y económicamente poderosos y dominantes, con mayores privilegios, y que, en cualquier circunstancia, favorecían una relación “asimétrica” y “coercitiva”.

      Del mismo modo que el “señorito” de otras latitudes, los terratenientes y jajmāns han utilizado el sistema para perpetuar y legitimar relaciones de servidumbre muy fuertes [FIG. 39]. Como nos recuerda Joan Mencher, «aunque es verdad que los [intocables] paṟaiyaṉs siempre han tenido un lugar seguro dentro de la estructura social tradicional, esa “seguridad” no significa que a ellos les gustara su rol o incluso que lo aceptaran».33 Como también ha remarcado B.B. Chaudhuri, poner demasiado énfasis en la diferenciación de las ocupaciones basadas en castas «tiende a ignorar las relaciones de clase en la aldea».34 De ahí que resulte exagerado afirmar, con Wiser, que «cada uno sirve al otro. Cada uno tiene el turno de maestro y el turno de siervo».35 La reciprocidad del sistema puede ser muy explotadora.

      El ocaso del sistema jajmānī

      El mayor cambio social ejercido por el colonialismo fue la destrucción de estas formas de producción de la economía aldeana. Algo que el proceso de modernización ha acelerado década tras década. La implantación del pago en efectivo, la accesibilidad a los bienes de consumo en tiendas o bazares cercanos, más los adelantos tecnológicos en agricultura (la “revolución verde”), han hecho innecesarios muchos de los servicios tradicionales. Como escribió Pauline Kolenda, «el sistema de castas local, caracterizado por una solidaridad orgánica, como en el sistema jajmānī y en el sistema hali, está en declive».36 El barbero que regularmente visitaba las casas de sus clientes para afeitarles abrió una barbería e, ipso facto, las relaciones rituales históricas cambiaron drásticamente. Ahora, las transacciones se hacen en dinero. Por tanto, el patrón ni garantiza el trabajo ni el monopolio en la ocupación, ni paga en bienes; y el trabajador especializado se encuentra en una situación mucho más inestable. Hoy, nadie se asegura la subsistencia con su ocupación tradicional. La vieja interdependencia del sistema jajmānī da paso a una cruda competencia entre grandes bloques de casta. A la vez, empero, viejas formas de subalternización tienden a desaparecer.

      Oliver Mendelsohn señala que «incluso cuando algo semejante a las viejas relaciones del sistema jajmānī parece perdurar, ha disminuido su intensidad y cada vez es más forzado».37 La inmensa mayoría de las transacciones son monetarias. Las relaciones son de patrón a empleado. Como la actividad económica hoy trasciende con más facilidad los límites de la aldea, ya no ha lugar para un sistema de economía tan local como el jajmānī. Muchos aldeanos trabajan en las ciudades cercanas. Dipankar Gupta puntualiza que el sistema jajmānī es «una idealización que funciona de forma digamos que pura sólo en una pequeña minoría de casos».38 Hoy, los terratenientes han vendido sus tierras a las multinacionales agroalimentarias, de modo que los lazos de reciprocidad y dependencia se han truncado. Aunque eso ha creado nuevas oportunidades, es también cierto que cantidad de castas artesanas de la India rural (carpinteros, alfareros o herreros) se encuentra en una situación patética. Ahora dependen de un sistema de capitalismo que no ha acabado de destruir sus viejas relaciones de dependencia, pero que no permite que esas relaciones sean hoy por hoy rentables.

      Es cierto que algunos aspectos de este modelo siguen operando de forma encubierta, ya que algunas prestaciones se salen de la economía monetaria. Una familia de carpinteros, por ejemplo, trabaja para ciertas casas de agricultores; les repara los utensilios de labranza y los carros a cambio de parte de la cosecha. Pero si el patrón quiere que el carpintero le haga algún trabajo que se sale de lo estipulado, entonces le paga con moneda.

      La emigración también ha trastocado este universo. Aquellos grupos que no estaban directamente ligados a la agricultura han ido emigrando a las ciudades. Hace décadas que los aguadores, los cesteros o los zapateros han abandonado las aldeas. Su pericia ya no es necesaria. Pasan a engrosar los suburbios de las ciudades. Allá puede que encuentren nuevas posibilidades de trabajo, pero rara vez relacionadas con su oficio o profesión.

      En suma, la mecanización de la agricultura, indisociable de la penetración del capitalismo en las áreas rurales, la mejora en la educación entre los grupos históricamente analfabetos, la creciente tendencia a abandonar la ocupación tradicional, la abolición de los latifundios de zamīndārs o jagirdārs, más la introducción de la lógica de la política democrática, todo ello ha provocado la desintegración de esos viejos sistemas de dependencia como el jajmānī. El “sistema”, en tanto modelo socioeconómico de carácter holístico, está tocado de muerte.

      Hoy, los líderes de la casta dominante –que otrora tenían una gran influencia– ya no son necesarios para contactar con los políticos y burócratas. Al menos, no lo son tanto como los nuevos emprendedores locales –en muchos casos originarios de castas históricamente bajas– que saben cómo hacer para que los programas de ayuda gubernamentales lleguen a la comarca. Por ello, el sistema jajmānī es una reliquia del pasado.

      EL UNIVERSO RURAL INDIO

      Algunos autores han planteado que la idea de una aldea autárquica regida por un sistema atemporal como el jajmānī, carente de mercado libre, de propiedad privada, de espíritu competitivo, de moneda… es un constructo colonial y antropológico.39 No es que las transacciones no monetarias que acabamos de describir no hubieran existido. De lo que algunos se quejan es de la idea de hacer de estos rasgos una esencia inmutable de la aldea india.40 Hoy sabemos que esta nunca ha estado aislada, ni ha sido económicamente autosuficiente. Yo

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