El profesor artesano. Jorge Larrosa

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El profesor artesano - Jorge Larrosa Perfiles

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escaparnos a pesar de los esfuerzos de las maestras por mantenernos cautivos, recuerdo cómo ese espacio era poco mayor que el del aula, que los columpios no daban para todos y que los rincones no eran suficientes para poder aislarse en compañía de algún grupo de niños. Uno de los momentos más importantes de la trayectoria escolar fue, sin duda, cuando pude salir al patio “de los mayores”.

      Otra definición que he encontrado por ahí del patio escolar es: “Donde los alumnos pueden distenderse y distraerse durante los recreos cotidianos”. De esta definición sería interesante destacar la separación entre atención y distracción, entre distenderse y tensarse. Se entiende pues el patio en contraposición al aula como un lugar donde no necesariamente se le invita a estudiante a estar atento y donde no necesariamente se le invita a estar quieto y en silencio.

      Las siguientes palabras son de Isabel González, chilena, profesora de matemáticas, interesada en cuestiones de género e igualdad.

      CUADERNO. Según la Real Academia Española: “libro pequeño o conjunto de papel en que se lleva la cuenta y razón, o en que se escriben algunas noticias, ordenanza o instrucciones.” El cuaderno da cuenta de lo que se hace en la escuela, lo primero que hacían los padres para ver si la hija o hijo trabajó durante el día era revisar el cuaderno, por lo que actuaba como un elemento de control, ya que se asociaba no tener nada en él con que no aprendió nada, porque no copió los contenidos, lo que era sinónimo de castigo. Los cuadernos también servían de comunicación con la casa, ya que cuando un estudiante no hacía nada se le enviaba una nota que debía ser firmada por los padres, motivo por el cual, en ocasiones, los cuadernos eran violentados y algunas hojas se perdían en el camino al hogar, y en el cuaderno también se enviaban notas de felicitaciones que curiosamente nunca eran olvidadas de mostrar. Los cuadernos servían además como control para las autoridades administrativas, ya que, si veían cuadernos vacíos, quería decir que el profesor no estaba trabajando lo suficiente.

      Había ciertas tareas clásicas que se hacían con los cuadernos, como: numerar las hojas del cuaderno (tanto como medida de control de lo que se hacía o dejaba de hacer, como también para que los estudiantes cuidaran los cuadernos y les dieran un buen uso), pasar en limpio (en los primeros días de escuela se llevaba un cuaderno de borrador en el que se escribía sobre todas las asignaturas, sin distinción, mientras nos ajustaban al horario definitivo de las clases), poner calificaciones a los ejercicios mostrados en los cuadernos (para premiar la constancia y la dedicación que se había tenido durante todo el año, además mostraba el progreso que se había tenido, por lo que perder un cuaderno a final de año era uno de los peores castigos que podían existir, ya que se debía prácticamente reescribirlo).

      La incorporación y masificación de celulares con cámara ha hecho que ya no sea necesario el clásico “pedir prestado un cuaderno” cuando se faltaba a las clases o uno se atrasaba en copiar, ya que ahora es reemplazado por sacar fotos a la pizarra y mandarlas por WhatsApp. También se están incorporando, con gran velocidad el uso de Tablet o Laptops, lo que está provocando y dejando en desuso el cuaderno de notas, ese del que las cosas no se caen sino que se sostienen.

      PACIENCIA. Su origen etimológico proviene del latín patientia, que significa la capacidad de soportar algo sin alterarse, perseverando, como un acto de voluntad sostenida en alguna tarea. En la escuela, si alguno de los ejercicios no se logra o hay un conocimiento que no se adquiere, hay siempre tiempo para hacer las cosas con lentitud, al ser la escuela una suspensión del tiempo productivo, ese que antiguamente estaba destinado al trabajo. En la escuela hay tiempo, y mucho, para hacer cosas, por lo que es el lugar ideal para desarrollar la paciencia.

      Actualmente existe una obsesión por la inmediatez, por obtener resultados de calidad con el menor esfuerzo y lo más rápido posible. En una época de estándares y de rankings, de capitalismo feroz, en la que las tendencias de las políticas educativas vienen orientadas por organismos económicos como la OCDE y el Banco Mundial, todo empuja a la búsqueda de certezas y a la garantía de rendimientos y resultados, olvidando uno de los elementos esenciales que identifica a la escuela: un lugar que otorga tiempo para que las cosas que ahí se realicen se hagan “despacito y con buena letra”, como dice el dicho.

      Quizás la palabra paciencia debería ir acompañada de la palabra constancia, que proviene del latín constantia y que significa la cualidad de estar con algo o alguien sin moverse o, dicho en otras palabras, perseverar frente a un objetivo o tarea, precisamente lo contrario de lo que ocurre comúnmente en la escuela, con su poca tolerancia al fracaso, y donde las tareas que no salen al primer intento son comúnmente abandonadas. Encontrar la forma y formarse a uno mismo requiere esfuerzo y paciencia, y la escuela es el espacio y tiempo para llevarla a cabo.

      Por último, la palabra que leyó Anna Carreras, recién graduada como maestra de educación primaria, durante algunos años monitora voluntaria en espacios de ocio con niños pequeños, interesada por la codocencia o la docencia compartida.

      PÚBLICO. La escuela es un lugar público, el aula es un lugar público. Lo particular se convierte en común, donde cualquier materia, cualquier cosa y cualquier mundo se abren y no son propiedad de nadie, son propiedad de todos, se convierten en “bien común”. Como dicen Simons y Masschelein: “La escuela es una invención que convierte a todo el mundo en estudiante y, en ese sentido, pone a todos en la misma situación inicial. En la escuela, el mundo se hace público.” Es justo lo contrario a la privatización y a la domesticación, que restringen el “carácter democrático, público y renovador” de la escuela. La escuela es un lugar público en el que el maestro pone algo sobre la mesa, pone algo en medio (lo convierte en público) y es desde entonces objeto de estudio para la clase, para todos. La educación es un dispositivo para transmitir mundos y renovarlos. La escuela representa al mundo, a los mundos. Y su tarea tiene que ver con hacer el mundo público y con hacerlo común.

      Pero ese “público” se ve amenazado por las nuevas tendencias a las que nos lleva el mundo globalizado y el capitalismo, esa intención de restringir el carácter público que da sentido a la escuela. El capital mira por y para el capital. La escuela no puede estar al servicio del capitalismo. La mercantilización de la escuela supone la rendición al capital, convirtiendo cada vez más tanto a los alumnos como a los profesores en individuos particulares, guiados por sus propios intereses, personas que solo miran por su bien. En la escuela individualizada y, por tanto, competitiva, esa cuya dimensión pública está perdiéndose, cada uno debe buscar sus talentos, su motivación, sus intereses, sus deseos.

      * * *

      Después de algunas intervenciones sobre las palabras glosadas, la conversación se centró en cómo la existencia de un vocabulario del oficio depende de la existencia de una práctica compartida y de una comunidad que lo hable, y sobre cómo la iniciación en el ejercicio de un oficio supone también la iniciación en una lengua común y compartida. Giró también sobre los gigantescos dispositivos de homogeneización del lenguaje de la educación, sobre todo, sobre la imposición de los lenguajes expertos mundializados, transmitidos verticalmente por profesores, investigadores, expertos y especialistas.

      Y, puesto que el profesor no puede dejar de referirse a libros y de indicar bibliografías (por si acaso alguien decide seguir el hilo), les hablé de las hablas vernáculas ligadas a actividades vernáculas y a comunidades vernáculas, esas a las que se refiere Iván Illich cuando elabora el paso de la lengua aprendida a la lengua enseñada, es decir, el arrasamiento de una lengua que nace, se desarrolla y se aprende en una comunidad y en unas actividades compartidas, y la imposición de una lengua producida y capitalizada que se enseña en instituciones especializadas. Illich dice que:

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