El profesor artesano. Jorge Larrosa
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8- Handke, P. (2006). À ma fenêtre le matin. Carnets du rocher 1982-1987. París: Verdier, p. 203.
9- Ese abecedario puede encontrarse en: http://www.educacao.ufrj.br/portal/laboratorios/laboratorio.php?lab=lecav&pgn=producao
10- Illich, I. (2008). El trabajo fantasma. En Obras Completas. Vol. II. México: Fondo de Cultura Económica pp. 106-107.
11- Illich, I. (2008). El género vernáculo. En Obras Completas. Vol. II. México: Fondo de Cultura Económica p. 188.
12- Illich, I. (2008). La lengua materna enseñada. En Obras Completas. Vol. II. México: Fondo de Cultura Económica pp. 522, 523, 525.
13- Handke, P. (2011). Ayer de camino. Madrid: Alianza, p. 268.
14- Handke, P. (2006). À ma fenêtre le matin. Carnets du rocher 1982-1987. París: Verdier, p. 14.
15- Handke, P. (2011). Ayer de camino. Madrid: Alianza, p. 567. El resto de las citas corresponden a las páginas 281, 106, 261, 356 y 466.
16- Handke, P. (1985). La doctrina del Saint-Victoire. Madrid: Alianza, pp. 28-29. El título del libro, Die Lehre der Saint- Victoire, podría traducirse mejor como “la enseñanza” o “la lección” del Saint-Victoire.
17- Handke, P. (2019). Ensayo sobre el loco de las setas. Madrid: Alianza. Las citas que siguen están en las páginas 7 y 10.
02
CAPÍTULO
Del trabajo, la vocación y el carácter
Pensar es para mí:
pensar de nuevo una vieja palabra.
Peter Handke
Una palabra en desuso
(Con María Zambrano)
María Zambrano comienza un texto muy breve sobre la vocación del maestro diciendo que eso de la vocación apenas es inteligible en el mundo moderno y que “ni siquiera la palabra misma, vocación, puede ser usada”. (1) En lugar de vocación se habla de profesión, como equivalente de ocupación o de medio para ganarse la vida. Incluso la palabra destino, que es afín a vocación, la usamos también para referirnos al lugar de trabajo que hemos conseguido o que nos ha sido asignado. Por otra parte, en esta época de privilegio del sujeto, la llamada de la vocación (una llamada que, como veremos, viene del mundo, y que tal vez tiene que ver con el amor al mundo, con la responsabilidad por el mundo, con el cuidado del mundo) se ha disuelto en lo que serían los gustos, las aptitudes, las capacidades o los talentos de una persona. En mi universidad, hace años, había una especialidad que se llamaba “orientación vocacional” que después fue sustituida por “orientación profesional” y que ahora, con casi todas las profesiones tradicionales desaparecidas (junto con la idea misma de profesión, al menos en su sonoridad tradicional ligada a las profesiones “liberales”, no mercenarias), está siendo a su vez sustituida por la lógica de la emprendeduría y del coaching, aunque la optimización (qué palabra más fea) de la relación entre las capacidades individuales, el sistema educativo y el mercado de trabajo continúa siendo aún el asunto dominante.
La palabra vocación no pertenece ni puede pertenecer a nuestro mundo, no forma parte de nuestro lenguaje, pero a lo mejor eso no habla demasiado bien de nuestro mundo ni de nuestro lenguaje. En la actualidad, dice Zambrano, “no existe un ámbito adecuado para que el hecho real de la vocación y su esencia se den a conocer” o, un poco más adelante, para que pueda hacerse visible “el hecho humano, humanísimo, de la vocación”. Como si el mundo en el que la vocación tenía sentido estuviera a años luz de distancia y hubiera que hacer un enorme esfuerzo para aproximarlo y hacerlo mínimamente inteligible.
Para explorar la vocación y tratar, no solo de hacerla pensable sino, sobre todo, de hacer que algo de la condición humana sea pensable a través de ella, Zambrano se refiere, desde luego, al verbo latino vocare, llamar. Toda vocación es una llamada “que designa al sujeto que la recibe para calificarlo, para definirlo inclusive”. La vocación, por tanto, se sustancializa en tanto que es oída y seguida, en tanto que da entidad al sujeto que la oye y que la sigue.
La vocación es también una ofrenda “de lo que se hace y de lo que se es”. Por eso, la vocación es lo que hace que “la vida se sustancialice y se realice”, saliendo de su ensimismamiento y vertiéndose en el mundo. Una vida que no ha encontrado su vocación sería una vida “desustanciada” y solipsista. Por otra parte, Zambrano relaciona la vocación con la dimensión de promesa, de libertad y de singularidad de la vida humana, con esa definición y realización de cada uno “que solamente la vida irá librando a la luz”.
Tomando ese texto como punto de partida (y aprovechando el carácter ya anacrónico de la vocación para producir una cierta distancia crítica del presente), traté de dar los primeros pasos para una consideración posterior (que aquí solo apuntaré) de dos de los sentidos posibles de la relación entre la vocación y la escuela. En primer lugar, la escuela como uno de los lugares del descubrimiento de la vocación. En segundo lugar, la naturaleza específica de la vocación del maestro (que es, en realidad, el asunto que está en el trasfondo del texto de María Zambrano).
En cualquier caso, como tanto la palabra vocación como la problemática existencial con la que se relaciona son casi inalcanzables para nosotros (también en el caso del profesor, entendido ahora como un profesional que, felizmente, ha superado la concepción vocacional de su oficio), lo que pretendía en este comienzo de curso era probar una cierta sonoridad para la palabra vocación, tratar de devolverle algo de su dignidad perdida y sugerir apenas algunas de sus posibilidades para un pensamiento de la escuela (y de la educación, y del oficio del profesor) que se aparte un poco de las doxas del presente. O, dicho de otro modo, qué es lo que dice de nosotros (de lo que somos y de lo que nos pasa, de lo que ya no somos, de lo que quizá hubiéramos podido ser) el hecho cierto e irreversible de que la palabra vocación sea ya impronunciable. Lo que pretendía, por tanto, no era recuperar una palabra muerta, sino hacerla sonar por un instante para probar si su evidente anacronismo podría tener, tal vez, un cierto efecto intempestivo, inactual o extemporáneo.
Las manos de los panaderos
(Con Vilém Flusser, Richard Sennett y José Luis Pardo)
Para tratar de captar qué es (o qué era) eso de la vocación habrá que volver a los viejos mundos de los oficios y de la artesanía y será preciso pasar por las manos y las maneras de los artesanos. Si ver trabajar a un artesano nos fascina es, de alguna manera, porque esos mundos ya se han alejado de nosotros. Y lo que nos asombra es, precisamente, el carácter marcadamente corporal de ese trabajo, la precisión de los gestos, la atención a la materia, el uso de las herramientas adecuadas, la manera en que las manos se mueven de un modo tal que casi se diría que piensan por