El profesor artesano. Jorge Larrosa

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El profesor artesano - Jorge Larrosa Perfiles

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que lo vernáculo nace en mí del comercio entre individuos que conversan entre sí con toda integridad, el lenguaje que se enseña está en sintonía con el altavoz cuya misión es transmitir unilateralmente un flujo de palabras. (10)

      O, en otro texto:

      Y aún más:

      Todos sentimos que no solo se nos había desvinculado el trabajo de la vida, sino que se nos había expropiado lo que tal vez alguna vez fue o hubiera podido ser el lenguaje de nuestro oficio; le dimos algunas vueltas a cómo la formación en la investigación que la maestría ofrecía suponía también una cierta colonización de nuestra lengua por los distintos lenguajes especializados (y mundializados) en los que éramos progresivamente introducidos; y pensamos también cómo el dominio de esos lenguajes especializados se utiliza como un evidente privilegio frente a los maestros (“sin formación” y, por tanto, sin el dominio de las jergas legítimas y legitimadas), en tanto que la lengua cotidiana en la que tratan de nombrar lo que hacen y lo que les pasa queda reducida y disminuida al ser entendida como una lengua menor, primitiva, obsoleta y, por tanto, inferiorizada.

      (Con Peter Handke)

      Animado por esas glosas realizadas con la pretensión de que conformaran una cierta fenomenología amorosa de la materialidad de la escuela, decidí hacer yo también mi propio ejercicio y leerlo en el aula. El resultado es este texto sobre el primer día de clase o, más en general, sobre qué significa “comenzar un curso”. El texto estuvo escrito desde la perspectiva del profesor; lo titulé “El primer día de clase”, y decía así:

      El oficio de profesor se ejerce, todavía, en un tiempo cíclico, casi campesino. El tiempo de los que trabajan la tierra se ajusta a ese ciclo natural en el que todo acaba, muere, desaparece, pero también un tiempo en el que todo vuelve, retorna, recomienza. Se siembra, se cuida, se cosecha, se vuelve a sembrar, a cuidar, a cosechar. Después de la cosecha viene el invierno (tiempo de pasividad, de espera, pero también de reparación y de preparación: de las herramientas, de la tierra, de las fuerzas) y después del invierno la primavera vuelve y todo recomienza. Cada temporada es la misma y, a la vez, otra (dependiendo de los caprichos del clima y de las contingencias de la vida). Una mala cosecha es una decepción, a veces una tragedia, pero siempre se pueden esperar “tiempos mejores” y hay que volver a empezar. Una buena cosecha no garantiza que la próxima también lo será.

      Desde el punto de vista del profesor (desde su manera de habitar los ritmos temporales propios de la escuela), un curso comienza y acaba, y otro curso vuelve a comenzar. Un curso a la vez se empieza y se repite. Como dice Peter Handke:

      Un curso es siempre “un curso más” y a la vez “otro curso”. El curso comienza de nuevo, otra vez de nuevo, y ese curso que comienza será a la vez igual y distinto que el curso del año anterior. En relación al curso que comienza, el profesor es a la vez un repetidor y un principiante (y ninguna de esas figuras debería ser privilegiada sobre la otra). En un curso que comienza habrá algo de las rutinas, los rituales, las maneras y las manías del profesor que se repetirán, pero eso no significa que no sienta la euforia, la incertidumbre y, por qué no decirlo, la esperanza de todo comienzo.

      Antes del primer día de clase, el profesor ha definido y preparado lo que va a ser su curso. Puesto que para el profesor un curso es, fundamentalmente, una serie ordenada de lecturas (un dossier) sobre un asunto, ya ha decidido el asunto que quiere tratar y ya ha elegido y secuenciado los textos, aunque sabe que esa selección y esa secuencia seguramente serán alteradas a lo largo del curso. De hecho, el que el dossier sea alterado será una señal de que el curso ha sido realmente un curso. Al empezar el curso, y desde la perspectiva del profesor, hay una relación curiosa entre repetición y diferencia. Para el profesor, un curso es siempre una relectura (aunque solo sea porque ya ha leído los textos que va a leer de nuevo, con sus estudiantes, durante el curso), una oportunidad para la repetición. El privilegio del profesor es que puede permitirse el lujo de volver a leer, una y otra vez, curso tras curso, los mismos textos, aunque introduzca, desde luego, algunas variaciones. Entre un curso y otro, el profesor ha seguido estudiando, es decir, ha seguido preparando sus cursos y preparándose para sus cursos y, por eso, lo que vuelve a comenzar no será exactamente lo mismo: siempre hay algo en cada curso que se prueba y se pone a prueba por primera vez. Si el profesor decide repetir un curso no es solo porque lo considere interesante para los estudiantes sino también porque quiere seguir estudiando, porque quiere volver a leer. Como dice Peter Handke:

      Desde el punto de vista del profesor, los textos no son leídos sino releídos. El profesor es, por definición, el que ya ha leído, y los estudiantes los que van a leer. Pero lo que el profesor espera es que su relectura (hecha en otro curso, con otras personas, en otras circunstancias) le diga, también a él, algo nuevo. El profesor no solo tiene el privilegio de releer, sino también el de releer con unos estudiantes que están leyendo por primera vez. Y eso, solo eso, ya convierte la repetición en diferencia. Otra vez Peter Handke:

      El profesor, al enseñar, al repetir, espera también para sí el asombro, el enterarse de algo.

      Después de la preparación (del estudio, de la lectura), el curso comienza y llega la primera clase. Ese día hay un estado de ánimo especial, como en todos los comienzos (un nuevo amor, un nuevo año, un nuevo verano, un nuevo libro, un nuevo amigo, una nueva ciudad). Pero el primer día de clase no solo tiene la emoción del estreno, de la primera vez (aunque la obra haya sido ya ensayada multitud de veces, aunque ya nos la sepamos de memoria). Desde luego, es el momento de las primeras miradas, esas que tratan de adivinar cómo responderán los otros, como reaccionarán. El primer día del curso, el profesor busca algunos ojos más abiertos de lo acostumbrado, alguna voz con una vibración especial, algunos gestos de asentimiento particularmente enfáticos, algún rostro especialmente expresivo, alguna postura corporal un poco más atenta, un poco más concentrada.

      Pero el primer día de clase es también, sobre todo, el momento en que el profesor hace los primeros gestos dirigidos a los estudiantes, es decir, donde hace, por primera vez, de profesor. Y esos gestos iniciales tienen que ver, me parece, con hacer que eso que va a comenzar sea “realmente” un curso, y un curso, además, escolar, algo que se va a dar en las particulares condiciones de la escuela. Lo que el profesor hace no es anunciar una meta, sino empezar un camino.

      El primer gesto del profesor tiene que ver con una operación temporal, con la reiteración del modo escolar de dar tiempo. Comenzar un curso es darse tiempo, tomarse tiempo, liberar tiempo, crear tiempo libre, tiempo liberado no solo de la exigencia de productividad y de rentabilidad sino también de la urgencia y de la prisa. El primer gesto del profesor es dar

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