Enlazados. Rosanna Samarra Martí

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Enlazados - Rosanna Samarra Martí

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      Para acceder a la salida bajaron por una amplia escalinata, aunque existían las escaleras mecánicas, querían sorprenderse de aquella edificación. Se detuvieron para gozar de una cafetería localizada a mitad de las escaleras, con un aspecto extraordinario, sin dejar de mencionar la multitud de tiendas del primer piso. Continuaron hasta alcanzar la planta baja, convertida en un centro comercial. La esencia de aquel lugar tan encantador la transportaba a otra época.

      Eran las nueve de la noche y la estación estaba abarrotada de gente. Después de un buen rato de pasear por dentro de ella, salieron de su interior para contemplar la fachada de la entrada. No podían describirla, era otra preciosidad igual que su interior, parecía un palacio.

      —Ya es tarde, hija. Debo llegar al hotel donde tengo la reserva —dijo Celeste preocupada.

      —¡Ostrás! Yo no he reservado nada —exclamó, llevándose la mano hacia la cabeza—. Espero encontrar algo. Milán es grande y habrá muchos hoteles, aunque estemos en pleno verano, pienso que alguna habitación libre habrá. —Subió y bajó los hombros, segura de que pasaría la noche en algún sitio, sin ser en la calle—. ¡Pero bueno, ahora toca cenar pizza italiana! ¡Vamos, Celeste! —La agarró del brazo y avanzaron.

      Había un buen rato desde la estación de trenes hasta el centro, pero decidieron ir caminando, después de tantas horas sentadas, les apetecía estirar las piernas. Aún faltaba un tramo hasta llegar a la primera pizzería que encontraron. Preguntaron al camarero si podían tomar asiento y les ofreció una mesa en la terraza. Pidieron las dos pizza y una botella de lambrusco rosado, y de postre no dudaron en elegir tiramisú.

      Conversaron tranquilamente mientras cenaban. Celeste dio pie a mucha charla y la joven se sintió a gusto con ella. No dudó en contarle parte de su vida y recibir algún consejo a cambio. Fue una velada agradable.

      —Cariño, es hora de despedirnos, necesito llegar al hotel y acostarme, mañana me espera un largo día; tengo muchas cosas que hacer.

      —Pero, ¿podríamos quedar algún día de esos? Yo estaré por aquí y tú también, así que nos llamamos —le dijo convencida.

      —No puede ser, tú has venido a por unas cosas y yo a por otras, a partir de aquí empieza tu nueva vida, y yo ya no quiero interponerme. Escucha, Ana, sigue tu intuición y ella te guiará, solo tienes que tener fe en ti misma. El paso más importante ya lo has hecho: lo has dejado todo, poco o mucho, pero lo has hecho. Ahora trata de encontrar lo que buscas y ¡encuéntralo! —Tiró de ella para darle un abrazo y le pronuncio al oído que la cuidaría.

      —Me duele pensar que no te veré más, Celeste. Eres una mujer maravillosa, y en tan solo unas horas se ha creado un gran lazo de amistad entre las dos, más bien de amigas. Te echaré de menos. —La abrazó con fuerza, conmocionada. Tenía la sensación de conocerla de mucho antes, pero ignoró esta impresión—. Cuídate mucho y ojalá encuentres a tu hijo.

      Ana se quedó inmóvil, observando cómo esta señora se perdía al final de la calle. Probablemente no la volvería a ver, aunque no lo entendió. Estaban en la misma ciudad y debían tomar caminos diferentes, sin apenas verse para tomar un café. No le quedó claro este concepto, pero era lo que ella había decidido y lo respetaría.

      Retomó su ruta, anduvo unos veinte minutos cuando pasó por delante de un hotel. Entró, pero no tuvo suerte, estaba completo, así que, sin agobios, siguió buscando. Pensó que sería complicado encontrar alguna habitación en los hoteles céntricos y decidió adentrarse por la primera calle que vio. No tardó en ver otro hotel; tenía una placa de dos estrellas, pero la categoría era lo que menos importaba. El alojamiento era sencillo y la habitación estaba decorada con muebles antiguos de color marrón oscuro, pero tenían buen aspecto. Cerca de la ventana estaba la cama, con su mesilla de noche y un armario bastante grande para ser ocupado por un solo huésped. Disponía de un cuarto de baño pequeño, suficiente para lo que necesitaba.

      Después de haber inspeccionado su estancia, reparó en la hora, las doce la noche. El día había sido extenso y necesitaba descansar. Optó por una ducha de agua templada para relajarse y meterse en la cama. El colchón era un poco blando, sin embargo, no tuvo tiempo de entrar en detalles porque el sueño le ganó la batalla.

      Primer día en Milán

      4

      Un nuevo día amaneció. Los primeros rayos de sol traspasaban la persiana y alcanzaban el pie de la cama. Ella seguía dormida, apenas había cambiado de postura desde que se acostó. Estaba en un sueño profundo, habían pasado muchas cosas el día anterior y tenía que recuperarse.

      El reloj marcaba las diez y media de la mañana, y el calor estaba apretando más de lo normal; amenazaba un día caluroso. No tardó en despertarse. La habitación estaba en la primera planta y desde allí se escuchaba toda clase de ruidos. Se oía el murmullo de la gente paseando por las calles; el subir de persianas de las tiendas para invitar a los clientes, algunas de ellas, que eran viejas, chirriaban un poco, y las otras más modernas ascendían motorizadas sin estallar ningún ruido; los niños jugaban y correteaban mientras los padres desayunaban tranquilamente en las terrazas de las cafeterías y los milaneses, que no estaban de vacaciones, seguían con las rutinas diarias.

      Se levantó satisfecha y de buen humor. Tras haber dormido más de diez horas no recordaba si había tenido algún tipo de sueño, pensó que el subconsciente pulsó el reset. «Borrón y cuenta nueva», dedujo eufórica.

      Se puso en pie y fue directa a la ducha. Se recogió el pelo mojado con un moño bien alto y rebuscó en la maleta hasta que encontró un vestido de color gris claro con tirantes anchos; la tela era una mezcla de algodón y lino, tenía un buen escote redondo, era holgado y le llegaba a la altura de las rodillas. Le pareció que sería la pieza ideal para patear un poco la ciudad, fresco y cómodo; veraniego. Lo conjuntó con unas sandalias planas de un tono más oscuro que el vestido. Estaba perfecta. Le apeteció maquillarse un poco, como siempre: rímel, colorete y un tono rosado de labios que apenas se notaba.

      Tenía que salir a desayunar, pero pensó que primero debería colgar la ropa en el armario para que no se arrugase. No se trajo mucha cosa, aun así, era mejor guardarla porque regresaría tarde y la intención era quedarse unas cuantas noches en este hotel; se sentía cómoda y estaba cerca del centro. Y, más adelante, con tranquilidad, buscaría otro alojamiento de mejor precio para una larga temporada; una residencia o un apartamento sería lo ideal.

      Una vez lista, bajó a recepción y reservó para unos días más. Entregó las llaves y cogió un mapa turístico. Nada más pisar la calle, en su cara se trazó una gran sonrisa.

      Comprobó en el mapa la distancia que tenía hasta el centro y siguió paseando hasta adentrase en el bello barrio de Brera. Las calles conservaban un pavimento del siglo XVIII en muy buen estado. La mayoría eran peatonales, entre las cuales se encontraban innumerables terrazas de bares y restaurantes. Era una zona con clase.

      Había tantas cafeterías que no sabía en cuál desayunar y se animó en probar una cada día. La primera que decidió se situaba en la calle Monte Bello. Tenía pocas mesas y ya estaban llenas, así que creyó conveniente entrar. Nunca antes había visto una decoración con tanta vegetación; era como estar en plena naturaleza: plantas, flores, jarrones… era muy peculiar y le hizo soltar una carcajada.

      Encontró una mesa de dos sillas pegada a una de las ventanas, la única que quedaba vacía, y se sentó. Tenía claro lo que iba a pedir, y mientras esperaba que viniesen a tomarle nota, examinó el local y escuchó conversar a los clientes; la mayoría en italiano, aunque también habitaban algunos ingleses.

      —¡Buongiorno,

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