Enlazados. Rosanna Samarra Martí

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Enlazados - Rosanna Samarra Martí

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Mucho gusto de conocerte, Ana. Y tú, ¿cómo llevas lo de esta noche? —Se dirigió a su amiga. Entre ellas había mucha complicidad.

      Paola estaba a gusto pero, si no se marchaba, llegaría tarde al ensayo. Se despidió de ellas y Daniela la acompañó hasta la puerta.

      —Oye, ¿de qué conoces a esa mujer? —preguntó en voz baja, observándola de reojo—. Hay algo en ella que no me gusta.

      —¡No seas tan desconfiada, chica! No te va a quitar a tu novio, si es de lo que tienes miedo. —Se apartó hacia un lado su larga y oscura melena—. Nos vemos esta noche. Te quiero.

      Siguió sentada en su rincón examinando a madre e hija cómo atendían al personal y se manejaban detrás de la barra. Percibió alguna mirada de Daniela que la desconcertó. No entendió el motivo de este comportamiento hacia ella, no se conocían de nada. El tiempo transcurría y quería aprovechar el día. Se aproximó a la barra para pagar el desayuno y se ausentó cordialmente.

      —Vuelve cuando quieras, Ana. Yo estoy aquí siempre —afirmó Claudia de muy buen humor.

      Acababa de doblar la esquina cuando escuchó música. Se amontonó entre la gente para curiosear, y vio a un chico joven tocando la guitarra y cantando una canción italiana. Al rato de escucharle y apreciar su talento, alzó la vista y la distinguió.

      —¡Celeste!

      Gritó mientras se abría paso entre la multitud, pero cuando creyó haberla alcanzado, desapareció.

      La alegría le duró unos segundos: verla por un momento y desaparecer como el humo. Se sentó en las escaleras de la plaza del Duomo, las que accedían a la catedral, y pensó en lo que acababa de pasar.

      —¿Le molesta si me siento? —suplicó un chico joven.

      —No, no. Puedes sentarte.

      Ana le miró y le reconoció. Era el músico que estaba tocando hacía un momento. Tenía el cabello un poco largo y la guitarra hacía más bulto que él. Era delgado y sus ojos marrones transmitían soledad.

      —Gracias. Me llamo Thiago, soy músico, pese a que no ser conocido, es mi pasión. ¿Quiere que le toque algo? —la animó, y ella asintió.

      Era una melodía preciosa, italiana, y el tono de voz que la acompañaba era perfecto. Este chico tenía cualidades y, aunque pensase que no cantaba bien, tenía estilo. La canción la entristeció. La abordaron los recuerdos y la nostalgia la atrapó.

      —¡Vamos, te invito a un refresco para no deshidratarnos! —Sin más, Thiago tiró de la mano de ella y la llevó a la terraza del bar más cerca—. Por cierto, no me has dicho tu nombre.

      —Me llamo Ana, perdona, me distraje.

      Por un momento alucinó. Un chico de veinte y pocos años la cogió de la mano para sacarla de sus pensamientos sin saber nada de él.

      El joven la bombardeó a preguntas a las cuales le respondió sin cesar. Le pareció un buen chico y nada tímido, al contrario, era abierto y simpático. Después llegó su turno y descubrió muchas cosas sobre él. La situación la incomodó bastante y se atrevió a invitarle a comer. Sin darse cuenta, la mañana había avanzado rápido.

      Se le estaba echando el tiempo encima: no podía faltar al desfile, aunque no le apeteciese mucho. Pensó que sería interesante porque nunca antes había asistido a uno, y esto formaba parte del glamuroso Milán. Se lo comentó a Thiago que, entusiasmado, le rogó volver a quedar para saber los detalles de la gala, ya que estaba fuera de su alcance este tipo de eventos.

      Envuelta con la toalla y el cabello chorreando, se quedó clavada frente al armario; buscó entre los vestidos y dudó sobre cuál sería más apropiado para la ocasión. La poca ropa que trajo con ella era informal y sencilla, y ahora tenía que acudir a un acontecimiento que para nada era de su estatus. Sin embargo, confió en que se las apañaría, ella era así: una mujer simple. Tomó la entrada y comprobó la hora. «Voy bien de tiempo, así podré encontrar la pinacoteca de Brera con tranquilidad, aunque creo que no está muy lejos de aquí». Calculó al cerrar la puerta. Acertó, el paseo osciló entre los diez y quince minutos, teniendo en cuenta que examinaba todo lo que quedaba a su alcance. Tal como fue aproximándose al edificio distinguió a los reporteros de las revistas de moda, ubicados cerca de la entrada principal. Estaban esperando impacientes para conseguir el sitio perfecto y sacar excelentes fotos de la nueva colección de moda, de los mejores diseñadores de alta costura. La gente fue llegando, vestida de gala y adornadas con increíbles joyas de un valor inalcanzable para ella. Los hombres, a pesar del calor húmedo que desprendía la noche, vestían de traje y pajarita. Enseguida percibió que no encajaba en aquel ambiente, pero al dirigir la vista al otro lado, escuchó risas de un grupo de jóvenes que vestían modernos, pero nada de marcas caras, más cercanos a su clase social. En él estaba Daniela y le ofreció un tímido saludo con un movimiento de cabeza, a lo que Ana le correspondió con el mismo gesto.

      El desfile fue impresionante. Nada que ver con lo que se retransmitía en la televisión. Vivirlo en directo fue espectacular: cámaras, luces, modelos posando para los destacados creadores…; abundó el glamour. Se celebró en una de las seis nuevas salas, que alberga obras de arte que van desde el siglo XIV hasta obras de vanguardia que representan el triunfo del arte italiano en el mundo, pero dichas obras pasaron desapercibidas. Quien organizó el evento había realizado una labor excelente.

      Paola estuvo radiante y desbordaba felicidad por ver cumplido uno de sus sueños. Buscó a la invitada que desaparecía de la multitud deslizándose hacia la salida.

      —¡Ana! —alzó la voz para que la oyera, y apresuró el paso para alcanzarla al tiempo que, sin darse cuenta, rozó con Daniela que la esperaba para felicitarla—. No te marches, quédate al piscolabis que se ofrece a los invitados. —La cogió del brazo con suavidad—. ¿Te lo has pasado bien?

      Esperó su felicitación, que la recibió con mucho halago, y caminaron juntas. Paola sabía aprovecharse de sus armas seductoras y las manifestaba con todo hombre atractivo que se cruzaba en su camino. Le gustaba brillar frente a los chicos guapos, y en aquel momento había unos cuántos, entre ellos Luca, diseñador de una revista de moda, y soltero, pero él no le prestaba mucha atención, y esto la incomodaba. Pretendía ser la mejor de todas las chicas que estaban a su alrededor, aunque los gustos masculinos no eran los mismos para todos.

       En la sala había unas mesas pequeñas vestidas con telas blancas que ocupaban todo el salón y sobre las cuales reposaban elegantes platos rebosantes de canapés y copas relucientes de champán. Este acontecimiento dio lugar al cierre de una noche satisfactoria.

      —Ella es Berta, la organizadora de este fabuloso evento, y su amiga Francesca, guía de la pinacoteca. Y, cómo no, son amigas del alma.

      Sonrió Paola, cogiéndose cariñosamente de las dos para presentárselas a Ana y que no estuviese sola mientras ella agasajaba con los invitados.

      Charlaron de forma agradable y le preguntaron qué le había parecido la ciudad y el acontecimiento. Ella les comentó lo mucho que le quedaba por visitar de Milán y que lo poco que había visto le encantó, sin dejar de explicar el tropiezo con Paola que provocó estallidos de risas entre las tres y prosiguieron conversando.

      Séptimo día

      6

      Siete días se habían cumplido desde la llegada a Milán. La ciudad daba mucho de sí, y aún quedaban

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