Las brujas y el Linaje de las Montañas de Fuego. Ramiro A. Salazar Wade

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Las brujas y el Linaje de las Montañas de Fuego - Ramiro A. Salazar Wade

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manos, cedió su asiento, y riendo nerviosamente, se retiró.

      —¿Qué madres haces? —dijo Salomé furiosa.

      —Traigo un pacto para detener las hostilidades.

      —Te rindes —dijo Salomé riendo incrédula.

      —No es una rendición. Es una tregua. Es un cese de hostilidades. Sinaida es una bruja corazón negro. Nos asesinará o absorberá.

      —Te digo algo —dijo Salome con voz temblorosa—: no puedo dormir. Cada que cierro los ojos para descansar, veo el rostro de una anciana, calva, terrorífica, de ojos amarillos. Me señala, me infunde miedo, y mis pies, las plantas de los pies, no han dejado de dolerme, de arderme. ¿Qué sucede?

      —Bebe esto —dijo Helga mientras garrapateaba algunas letras sobre una servilleta—. Podrás dormir y romperá el hechizo de Sinaida sobre ti.

      Salomé leyó la receta. Estaba incrédula, sorprendida. Dobló y guardó el pedazo de papel dentro de su bolso. En seguida tomó un cigarro con sus labios y lo encendió como solía hacerlo, con un chasquido de dedos.

      —Eres una tonta —añadió Helga—. No te importa que te descubran. Eso será tu perdición.

      Salomé solo rio, levantando una ceja en señal de no importarle.

      —La tregua no es señal de amistad —siguió diciendo Helga—. No somos nada. Tú lo dijiste: no nos debemos nada; pero, si quiero vivir, tengo que enfocarme en Sinaida y no preocuparme por ser atacada por ti.

      —Pero ¿qué va a pasar con nosotras, con nuestro duelo?

      —No está olvidado. Tan solo se detuvo.

      —No sé. ¿Qué hago mientras tanto?

      —Cuídate, protégete, realiza todos los hechizos de protección sobre tu casa y observa. No te dejes sorprender. No dejes de observar.

      Helga se levantó del asiento. Miró a Salomé riendo sarcásticamente, moviendo la cabeza en señal de negación. Giró sobre su hombro y emprendió la retirada mientras Salomé fumaba molesta por la forma en que se quedó viéndola su rival. “Puta infeliz. ¿Qué se cree?”, dijo para sus adentros, mientras inhalaba el humo del cigarro. Aún podía verle la espalda cuando hizo una obscenidad con el dedo. En seguida pudo oír la risa de Helga. Bajó la mano y también se rio, descaradamente.

      Fuera del comedor se encontraba Saladino, quien esperaba a su ama, con la puerta del auto abierta. En unos minutos, el Barracuda negro modelo 66 avanzaba por la carretera a toda velocidad. Las órdenes de Saladino eran dirigirse hacia el norte, a las afueras del pueblo, mientras Helga recitaba palabras extrañas en alguna lengua muerta.

      11

      La última vez que vio a Salvador fue una noche de muchos sucesos en el pueblo. Helga se alejó de su maestra para encontrarse con el amor. En el camino se encontró con Sinaida. Nunca supo cómo se salió del camino. Lo sospechaba: en el fondo, sabía que la bruja la guio hasta ese callejón oscuro. De lo que no se enteró fue del hechizo que la guio hasta ese punto de su vida.

      Aquella noche conoció a Sinaida del clan Corazón Negro. Aún conservaba los rasgos naturales de una mujer de edad madura, aunque su piel era amarillenta; sus dientes eran color ocre oscuro, casi negros; sus vestimentas eran harapos que, en ciertos lugares, flotaban y caían como si tuvieran vida.

      —Eres muy joven —dijo Sinaida mientras se reía burlonamente—. ¿Sabes que puedo tomar tu vida en este momento?

      Un fuerte escalofrió corrió por el cuerpo de Helga. El miedo lo sintió como un fuerte dolor en el vientre. Sudó frío y quisieron nacer lágrimas, pero logró contenerlas, igual que el pavor que sentía.

      —Si me matas, estás rompiendo reglas más antiguas que tú y que yo, más antiguas que nuestra propia raza —dijo la joven.

      —Soy un Corazón Negro. No me rijo por las reglas de brujas comunes.

      —Todas nos regimos por ciertas reglas, aun un Corazón Negro —replicó Helga con voz fuerte, y podía verse su firmeza y templanza.

      Al terminar de hablar, llevó sus manos atrás. Enseguida empezó a balbucear palabras ininteligibles.

      —¿Qué puedes saber tú? Eres solo una aprendiz.

      —¡Soy Helga del Aquerrale sin Destino! —dijo gritando con fuerza.

      Enseguida descubrió sus manos. Un corte profundo en su muñeca emanaba sangre en abundancia. Al mover rápidamente en dirección de la bruja su mano cortada, salpicó de sangre a Sinaida, quien, al recibir el líquido espeso y caliente, gritó y se llevó las manos a la cara. Con movimientos fuera de la realidad, salió flotando del callejón dejando sola a Helga.

      La joven pudo ver cómo Sinaida desparecía en la oscuridad. Aquello le dio miedo. Enseguida supo que estaba marcada, que su vida corría peligro. Despejó su mente alejando los malos pensamientos. Necesitaba ser costurada; de lo contrario, moriría desangrada. Debía tomar una decisión: ir en busca de Salvador o dirigirse al hospital. Siguió los latidos de su corazón. Intentó tapar la herida con un hechizo. Logró que el torrente de sangre aminorara, pero, aun así, seguía perdiendo el vital líquido.

      Inició una carrera contra el tiempo. Sus pasos eran veloces: corría por las calles oscuras del pueblo. Luego de unos minutos caminaba tomando su muñeca lacerada con la otra mano. Podía sentir el mareo que por momentos la hacían perder la visón y el paso. Antes de caer desmayada, vio a su maestra arrodilla a un costado. En un parpadeo vio a Sinaida. En seguida vio luces para terminar en la oscuridad.

      Despertó dos años después, dentro de una celda, en una oscuridad terrible. Sin recordar mucho, obligada a pasas varios días dentro de aquel calabozo, el hambre y la sed la obligaron a despertar de nuevo su talento. Logró alumbrar el lugar con magia. Enseguida abrió los candados que la aprisionaban. Al salir, se percató de que era una cueva. Encontró escalones que la llevaron frente a otra puerta cerrada. De nuevo, logro abrirla con sus artes oscuras. Al salir al exterior, se encontró en una selva. La luz del sol la cegaba. Sus piernas débiles iniciaron un caminar a su renacimiento.

      Luego de dos días de caminar por la selva, de sobrevivir a base de comer raíces, hojas, insectos, bichos, uno que otro pequeño roedor, Helga llegó a un pequeño poblado de unas cuantas casas, todas desvencijadas por el tiempo y la pobreza. Fue rescatada por los campesinos. Ahí paso varios días mientras recobraba fuerzas. Aún necesitaba ver a Salvador.

      Una noche con el cielo estrellado y la luna flotando magistralmente Helga robo todo el dinero de los campesinos quienes bajo un hechizo durmieron por tres días, dando el tiempo necesario a la ladrona de llegar a un pueblo más grande y de ahí tomar un autobús hasta Villa Carbón, jamás volvió a pensar en aquellas personas que la ayudaron, no tuvo remordimientos ni agradecimientos, solo pensaba en Salvador.

      Al llegar al pueblo, lo encontró destruido en todas las formas posibles: las calles estaban sucias, llenas de baches, barro y mugre; las casas, la mayoría, en muy mal estado, algunas derrumbadas; el campo, en otra época abundante y floreciente, era ahora llanuras de polvo; las minas, cerradas. En cuanto caminaba por las calles, pudo sentir presencias malignas, espíritus que flotaban por todo el poblado, deambulando por las casas.

      Al llegar a la casa de Salvador, se percató de que era

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