Cosas que pasan. Federico Caeiro

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cosas que pasan - Federico Caeiro страница 14

Автор:
Серия:
Издательство:
Cosas que pasan - Federico Caeiro

Скачать книгу

ese momento, hábitos de vida saludables para prevenir las enfermedades del corazón, la primera causa de mortalidad en todo el mundo. A las fumadoras les dijo que el consumo de tabaco estaba relacionado con un aumento en el riesgo de padecer dolencias cardiovasculares y que potenciaba las posibilidades de padecer un problema de corazón si se encontraba unido a otros factores como, por ejemplo, la hipertensión o el sobrepeso. A las que estaban un poco excedidas de peso las arengó a volverse normales. Con un metro obligó a que todas se midieran a la altura de la cadera. Intentó medir el índice de masa corporal de alguna, pero no supo cómo hacerlo; igual no perdió la oportunidad de recordarles que este no debía ser superior a 25 ¿25 qué?

      Pretendió seguir ayudándolas, pero no tuvo éxito. Tres se apartaron con disimulo del grupo, una se quedó dormida, dos se fueron a charlar a la cocina. Las que quedaron, le pidieron que por favor cambiara de tema. Aunque no quiso, terminó contándoles de su joven e infatigable amante.

      Cuarenta y ocho horas después le pusieron el stent. A la tarde siguiente estaba en su casa con la indicación de dos días de reposo moderado. Estuvo en cama dos semanas y otras dos sin moverse demasiado, deambulando por la casa, recibiendo las visitas de sus amigas y molestando a la mucama.

      Al mes, y para su desilusión, el doctor Ramos Mejía le dio de alta con la recomendación de hacer su vida normal.

      Esculapia Agripina sabía que el estrés continuado y las situaciones de ansiedad y depresión maltrataban el corazón. Decidió “rehacer” su vida, relajarse y tomarse las cosas con filosofía positiva. Resolvió tomarse un año sabático –otro–. Empezó a practicar tai chi y yoga. Poca actividad comparada con los tres partidos de tenis semanales a.s. (ante stent). Nula, si se lo comparaba con todo el deporte que había practicado toda su vida hasta los casi cuarenta.

      Además, se aconsejó no tener más sexo; una multiorgásmica intensa como ella no podía darse el lujo de sufrir un infarto en pleno acto, aunque pensándolo bien, ¿habría mejor manera de morir?

      En algún lado había leído que los niveles elevados de glucosa en sangre aumentan un 2,4% el riesgo coronario. Por las dudas, se asumió diabética, se compró un medidor de glucosa y empezó a realizarse chequeos frecuentes del nivel de azúcar en la sangre. Se pinchaba unas diez veces por día, cifra que aumentaba a unas veinte cuando hacía tai chi o yoga; los resultados eran siempre normales, pero seguía pinchándose por las dudas.

      Esculapia Agripina era una docente frustrada. Pero nunca es tarde cuando la vocación es tan fuerte. Se sintió en la obligación de transmitir a los demás lo que aprendía, en hacerles el bien diciéndoles qué les convenía y qué no.

      Así, una mañana le dijo al piletero que una acumulación excesiva de lípidos en la sangre puede contribuir a obstruir las arterias, por eso es necesario reducir en nuestra dieta el consumo de grasas saturadas y analizar los niveles de colesterol y triglicéridos –que no superen los 150 mg/dL–. Se considera que hay un nivel demasiado alto (hipercolesterolemia) cuando el nivel total de colesterol supera los 200 mg/dL. Cuando quiso empezar a hablarle del LDL, el colesterol malo, se dio cuenta de que estaba hablando sola –conocía muy bien esa situación–; el piletero estaba pasando el limpiafondo en la otra punta de la pileta.

      Una noche invitó a una prima a comer; la dieta mediterránea fue el único tema:

      –Según los últimos estudios, es la mejor para proteger nuestro corazón, ya que es pobre en grasas y rica en alimentos como las legumbres, el pescado o el aceite de oliva, todos ellos beneficiosos para el corazón. Además, el consumo de frutas y verduras disminuye el riesgo cardiovascular, mientras que una ingesta continuada de grasas trans y saturadas incrementa las posibilidades de padecer una enfermedad cardíaca. Su prima siguió simulando interés mientras devoraba un helado de dulce de leche y chocolate.

      –Hay que hacer ejercicio intenso con regularidad; mejora la circulación, favorece el buen funcionamiento del músculo cardíaco, contribuye a disminuir la presencia de glucemia y colesterol LDL y revierte el proceso inflamatorio de las arterias –le dijo a la hermana mayor de su segundo ex marido, que se había fastidiado un poco creyendo que se lo decía por los kilos de más que tenía.

      Comprendió que hacer visible su enfermedad ayudaría a los demás. Imbuida de una profunda generosidad, decidió masificar su saber; conocimientos que se agigantaban con el pasar de los días. En su Facebook subió frases como la Guanábana o la fruta del árbol de Graviola es el anticancerígeno más poderoso del planeta. Es un producto milagroso diez mil veces más fuerte que una quimioterapia y no quieren que lo sepamos porque si no las grandes cadenas de medicamentos dejarían de vender sus macabros productos… o Gracias por hacerme acordar cuáles son las tres peores cosas para las arterias y el corazón: sal, pan y manteca, las pondré como protector de pantalla.

      Se volvió un poco cursi, pero lo cierto es que cuanto más variado es el arco iris de alimentos en el plato, más son los nutrientes que se incorporan. Verdades de perogrullo, como los lácteos son para el lactante, la vaca no come leche, come pasto crudo, se convirtieron en muletillas que usaba y abusaba. Empezó a hablar de superalimentos desconocidos para el vulgo –spirulina, maca, goyi, gomasio, algarroba– ¡Y se los comía!

      Le llenaron los posts de likes. La gente necesita que la cuiden. Y quién mejor que ella para hacerlo.

      Empezó a transformarse. Utilizaba purgantes naturales. Se obligaba a largos rituales de lavado hirviendo previamente el agua. Ayunaba tres veces por semana para eliminar toxinas y depurar el hígado. Aprendió cuál era la hora exacta para evitar que la comida engorde. Un café descafeinado con leche deslactosada, poca margarina de canola y algún arroz integral los jueves, eran los máximos placeres que se permitía. Dejó de comer carne picada, el síndrome urémico hemolítico se daba en niños y ella seguía sintiendo una niña en el fondo de su corazón. Empezó a tomar dosis industriales de calcio y vitamina D, tenía terror a la osteoporosis.

      Se tomaba el pulso y la temperatura varias veces al día.

      Los blísteres de los muchos remedios que tomaba produjeron en Esculapia Agripina un efecto compulsivo. No los de dos capas de aluminio superpuestas, esos que vacíos parecen un profiláctico usado; a esos los doblaba sobre sí mismos hasta que era imposible un nuevo pliegue y los tiraba a la basura. Las finas láminas de aluminio abiertas, desgajadas, sufriendo por el comprimido que se fue, la ponían mal.

      Los blísteres ocupaban mucho lugar, a medida que los iba usando, cortaba los espacios inútiles. Al principio, lo hacía cuando había consumido la mitad de los comprimidos. Después, empezó a cortarlos apenas sacaba uno. Más bien recortarlos. Los agujeros vacíos imploraban por un corte perfecto. No soportaba que quedaran puntas lacerantes. Era como hacerles la manicura, ¿o se llamará blistericura? Y debía hacerlo apenas sacaba el comprimido. El blíster no podía esperar.

      El hábito la tomó de la mano y la llevó, sin que tuviera conciencia alguna, dónde él quiso.

      Al principio, la cuestión pasaba por cómo sacaba los comprimidos. Ponía el blíster vertical, con los comprimidos mirándola. En el reverso, el nombre del producto debía leerse de abajo hacia arriba. Empezaba consumiendo el comprimido de arriba a la izquierda, seguía con el de la derecha, después bajaba al de la izquierda de la segunda fila y así zigzagueaba en prolijo descenso hasta que el blíster estuviera vacío, momento en el que iba a parar a una vieja lata de galletitas Lincoln, que por años no les había encontrado utilidad. Tenía varias en su casa, latas sarcófagos llenos de blísteres enteros. Y no es por una cuestión ecológica que no las tirara, no era de separar ni de reciclar. Antes de que esos blísteres llegaran a su morada final jugaba horas con ellos. Sacaba los restos de las tapitas y después hundía y levantaba las cavidades vacías, hasta que el plástico, ajado, perdía su consistencia.

      Los

Скачать книгу