El santo amigo. Teófilo Viñas Román

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El santo amigo - Teófilo Viñas Román Cuestiones Fundamentales

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conocer sus ideas estéticas, pero la obra se perdió. Al recordarlo en las Confesiones no parece lamentar su pérdida[26].

      Otro de los temas de discusión eran sus creencias maniqueas. La definición ciceroniana de la amistad, que no es otra cosa sino el consenso en todos los asuntos divinos y humanos con benevolencia y amor[27], exigía esa plena sintonía entre los amigos en lo divino y lo humano; esto es lo que explica el empeño de Agustín por conseguir que sus amigos se hiciesen también maniqueos. Y ahí están los siete capítulos del Libro V de las Confesiones, dedicados al tema, para terminar finalmente, tras su entrevista con Fausto, muy decepcionado con aquellas creencias que nunca le habían dejado satisfecho, sobre todo a la hora de resolver el problema del mal moral, cuando ellos lo justificaban con la simple afirmación de que era un Principio divino el responsable, no la persona que lo cometía.

      Demasiado inteligente era Agustín para conformarse con esta solución simplista y con tantas otras cuestiones que necesitaban respuestas más convincentes que las que le estaban dando; sí le prometían que cuando viniese Fausto, verdadero corifeo de la secta, él le iba a responder a todo lo que le preguntase. Llegó, por fin, el tal Fausto y esto es lo que nos dirá sobre aquel encuentro:

      Tan pronto como llegó pude experimentar que se trataba de un hombre agradable, de grata conversación y que hablaba, más dulcemente que los otros, las mismas cosas que estos decían. Pero ¿qué le suministraba a mi sed este elegantísimo servidor de copas preciosas? Ya tenía yo los oídos hartos de tales cosas, y ni me parecían mejores por estar mejor dichas, ni más verdaderas por estar mejor expuestas, ni su alma más sabia por ser más agraciado su rostro y pulido su lenguaje[28].

      Me sentaba mal que en las reuniones de los oyentes no se me permitiera presentarle mis dudas y tratar con él las cuestiones que me preocupaban, confiriendo con él mis dificultades en forma de preguntas y respuestas. Cuando, al fin, lo pude hacer, acompañado de mis amigos, comencé a hablarle en la ocasión y lugar más a propósito para tales discusiones, presentándole algunas de las objeciones que más me inquietaban[29].

      Vindiciano y Fermín. Abandono de la astrología

      Además del maniqueísmo, profesado con tan poco entusiasmo como acabamos de ver, Agustín se había entusiasmado con las creencias astrológicas, dedicándose, además, a esa práctica con quienes acudían a él en demanda de respuesta sobre el propio destino; ello constituía una fuente rentable de ingresos. Los citados personajes serán, precisamente, los que van a ayudarle en el abandono tanto de la práctica como de las mismas creencias.

      El Procónsul Vindiciano es uno de los amigos más ilustres entre los muchos que Agustín fue haciendo a lo largo de su vida. Su relación amistosa con él había comenzado con motivo de la coronación del entonces joven retórico de Tagaste, como vencedor de un certamen que tuvo lugar en Cartago con motivo de las Fiestas Quinquenales el año 380. Fue el procónsul, precisamente, quien le había entregado la corona de laurel que premiaba su triunfo[31]. Cierto día, en medio de la charla amiga que mantenían con frecuencia, Vindiciano se enteró de que Agustín era aficionado a los libros del los «genetlíacos o astrólogos» y que no solo profesaba aquellas doctrinas, sino que también hacía el horóscopo. Fue este el momento oportuno para reconvenirle:

      Me amonestó —dice— benigna y paternalmente a que dejase todo aquello y que no gastase en tal vanidad mis cuidados y trabajo, que debía emplear en cosas útiles, añadiendo que él se había aprendido aquella arte, hasta el punto de querer tomarla en los primeros años de su edad como una profesión para ganarse la vida…, pero que al fin había dejado aquellos estudios por los de medicina, no por otra causa que por haberlos descubierto falsísimos y no querer, a fuer de hombre serio, buscar el sustento engañando a los demás. Pero tú —me decía— que tienes de qué vivir entre los hombres con tu clase de retórica, sigues este engaño, no por apremios de dinero sino por libre curiosidad. Razón de más para que creas lo que te he dicho, pues cuidé de aprenderla tan perfectamente que quise vivir de su ejercicio solamente[32].

      Poco adelantaron por el momento las recomendaciones y los sabios consejos de aquel buen amigo, como tampoco la sorna de uno de sus jóvenes discípulos y gran amigo ya entonces —Nebridio—, «que se burlaba de todo aquel arte de la adivinación»[33]. Sin embargo, más tarde Agustín reconocerá que aquella conversación con Vindiciano junto con las burlas y bromas de Nebridio fueron las que le llevaron a plantearse con seriedad el asunto y a abandonar no mucho después la práctica y las creencias astrológicas. De esta manera se lo confesará al Señor:

      Y esto, Señor, me lo procuró aquel [Vindiciano], o más bien, me lo procuraste tú por medio de él, y delineaste en mi memoria lo que yo mismo más tarde debía buscar. Pero entonces ni este ni mi carísimo Nebridio, joven adolescente muy bueno y muy casto, que se burlaba de todo aquel arte de adivinación, pudieron persuadirme a que desechara tales cosas[34].

      Más adelante reconocerá, efectivamente, que los consejos de uno y las bromas del otro tuvieron mucho que ver en la superación de sus falsas creencias, para terminar por confesar que en medio de todo ello el Señor había estado muy presente:

      Sí, solo tú procuraste remedio a aquella terquedad con que me oponía a Vindiciano, anciano sagaz, y a Nebridio, joven de un alma admirable, los cuales afirmaban —el uno con firmeza, el otro con alguna duda, pero frecuentemente— que no existía tal arte de predecir las cosas futuras y que las conjeturas de los hombres tienen muchas veces la fuerza de la suerte, y que diciendo muchas cosas acertaban a decir algunas que habían de suceder sin saberlo los mismos que las decían, acertando a fuerza de hablar mucho[35].

      El joven Fermín: Poco después del encuentro con Vindiciano, tuvo lugar la visita de este joven que había ido a consultarle, precisamente, unos asuntos relacionados con la astrología. Lo que pasó con ese motivo se lo cuenta Agustín al Señor de esta manera:

      Tú fuiste, Señor, el que me proporcionaste un amigo, muy aficionado a consultar a los astrólogos, aunque no muy versado en esta ciencia; mas les consultaba, como digo, por curiosidad, y sabía una anécdota, que había oído contar a su padre, según decía, y que él ignoraba hasta qué punto era eficaz para destruir la autoridad de aquel arte de la adivinación.

      El tal Fermín, docto en las artes liberales y ejercitado en la elocuencia, vino a consultarme, como amigo carísimo, acerca de algunos asuntos suyos sobre los que abrigaba ciertas esperanzas terrenas, a ver qué me parecía sobre el particular, según las constelaciones suyas. Yo, que en esta materia había empezado a inclinarme al parecer de Nebridio, aunque no me negué a hacer el horóscopo y decirle lo que, según ellas, se deducía, le añadí, sin embargo, que estaba ya casi convencido de que todo aquello era vano y ridículo[36].

      Tampoco Fermín, a pesar de haber ido a consultarle el caso, estaba convencido de la veracidad de una respuesta obtenida por las artes adivinatorias y, acto seguido, comenzó a contarle lo que había oído a su padre, quien también «había sido aficionado a la lectura de tales libros y que había tenido un amigo igualmente aficionado como él». Así reproduce Agustín el relato:

      Estando embarazada la madre del mismo Fermín, sucedió hallarse también encinta una esclava de aquel amigo de su padre, la cual no pudo ocultarse al amo, que cuidaba con exquisita diligencia de conocer hasta los partos de sus perros. Y sucedió que, contando con el mayor cuidado los días, horas y minutos, aquel los de la esposa y este los de la esclava, vinieron las dos a parir al mismo tiempo, viéndose ellos obligados a hacer hasta con sus pormenores las mismas constelaciones a los dos nacidos, el uno al hijo y el otro al esclavo…

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