La nave A-122. Julio Carreras

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La nave A-122 - Julio Carreras страница 7

Автор:
Серия:
Издательство:
La nave A-122 - Julio Carreras

Скачать книгу

de nogal y se había dejado caer sobre su sillón preferido. Aquello sonaba como los ángeles. Había invertido más de tres mil euros en sonido en su casa pero le importaba poco, para Matías la calidad del sonido era más importante que el dormir.

      There’s a sign on the wall but she wants to be sure cause you know sometimes words have two meanings. In a tree by the brook, there’s a songbird who sings, Sometimes all of our thoughts are misgiven.

      Pensó en no coger el teléfono, dejarlo pasar, pero tal vez se trataba de algo relacionado con el caso, así que bajó el sonido del equipo y descolgó.

      —Estarás contento con lo de hoy, ¿no? —tronó la voz de su jefe.

      —Sí, a decir verdad, me parece un caso muy interesante.

      Sabía de sobra a qué se refería, había ninguneado a aquellos directivos. No tenía que haberlo hecho, pero no soportaba que la gente tratara de anteponer sus intenciones a la pura resolución de los hechos. Aun así, trató de hacerse el loco. Conocía a su jefe y sabía que no iba a picar, pero tenía que intentarlo.

      —¡Déjate de pamplinas! He recibido una llamada de arriba. Parece que te has equivocado al evaluar el poder de Santacreu y Santabárbara.

      —Santamaría.

      —¡Como sea, joder! Querían a otro hombre al frente del caso. Debería haber aceptado, pero no sé por qué carajo te he defendido.

      —Déjame adivinar… ¿Porque soy el mejor y cuando lo resuelva quedarás muy bien?

      Su jefe resopló al otro lado de la línea.

      —Matías… no me hinches las pelotas.

      —Vale, está bien, lo reconozco. Quizá he sido un poco brusco.

      —En fin, les he convencido para que continúes al mando, pero tenemos que meter a otro hombre en la investigación. Alguien de su confianza.

      Aquello sí que no se lo esperaba. Hacía tiempo que querían enchufarle a algún fulano en su equipo para sustituir a Felipe en su baja de larga duración, pero hasta el momento se las había apañado para sortear aquella incómoda imposición.

      —No me hagas esto... Sabes que estoy a un solo caso de igualar el récord de Gallart.

      —Gallart… No me vengas con esas.

      Dentro del Cuerpo, Matías tenía una pequeña obsesión: igualar el récord de treinta y dos casos consecutivos resueltos por el legendario inspector Gallart. Años y años de duro trabajo le habían ido acercando poco a poco a aquella leyenda de la policía. En aquel momento estaba tan cerca que tan solo el mero hecho de pensar en la posibilidad de fracasar le causaba pánico.

      —Un novato en el equipo solo me retrasará.

      —No me has entendido. No vas a ser la niñera de nadie, va a ser alguien con tu mismo rango.

      El tono de su jefe había cambiado. Parecía que se regodeaba en tener que darle aquella noticia. Matías le había dado muchas alegrías resolviendo casos francamente complejos; sin embargo, le resultaba tan puñetero que se alegraba de meterle en un entuerto como ese.

      Él se quedó en silencio. Aquello era mucho peor de lo que se había imaginado al principio.

      —En una hora te llamará Laureano Martínez para que le pongas al tanto de todo.

      —¿Y quién es ese? Tiene nombre de torero.

      —Pues no lo es. El inspector Martínez es el sobrino de Enric Torregrossa, un íntimo de alguien de muy arriba.

      —No, no, no… ¡Ni soñarlo! ¡Eso es como meter a las Spice Girls de teloneras en un concierto de Metallica!

      —Ja, ja, ja. ¡Vamos, Matías! Si es un caso fácil para ti… Así aprenderás a ser más cuidadoso. Y por cierto, Fonseca, te lo repito: al mismo nivel que tú. Esmérate o no seré yo quien te quite del caso. ¡Buenas noches!

      Aquello sí que era un problema. De todas las condiciones que le podrían haber impuesto, aquella era con todas la peor. Él seguiría al mando del grupo, pero tener dentro a un inspector enchufado por alguien de arriba era como meterse a la suegra en la cama: no se iba a sentir ni cómodo ni libre.

      Cuarenta minutos más tarde, Martínez le contactó por teléfono. Su voz delataba juventud, algo que ya se imaginaba. Se necesita ser joven para trepar bien. Su primer instinto fue evitar la conversación, estaba de mal humor, pero cambió de idea, cuanto antes pasara el mal trago, mejor.

      —Hola, chico. Ya me han dado la buena noticia de que tengo que llevarte conmigo.

      —Siento el malentendido, inspector Fonseca. Pero mis órdenes son que trabajemos juntos en el caso — respondió de manera firme.

      —¿Juntos en el caso? ¿Como en las películas...? —resopló—. ¿Como Starsky y Hutch? ¿Cuál te pides ser?

      —No sé cuál de los dos era, pero el que ligaba más.

      La descarada respuesta le pilló por sorpresa. No supo reaccionar rápido, así que optó por omitir cualquier comentario y ponerle al tanto de los hechos. De manera escueta. Al día siguiente por la mañana se verían en comisaría y le contaría todo con más detalle de camino a la Zona Franca.

      —Te espero a las nueve en mi despacho. No te olvides de decirle a tu mamá que te prepare el bocata de nocilla. —Colgó.

      Aquel maldito enchufado no le había dado la impresión de ser alguien a quien podría torear fácilmente. Estaba receloso, así que antes de que se hiciera tarde hizo un par de llamadas para investigar un poco a su nuevo compañero.

      Para ser justo, por las referencias que pudo obtener, parecía que se trataba de un chico hábil. Había resuelto no menos de una docena de casos complicados y pudo constatar que incluso había tenido un par de reconocimientos meritorios. Sin embargo, eso no bastaba para querer tenerlo a su lado.

      Al tercer calimocho le llegó por correo electrónico la ficha de su nuevo compañero. Para entonces, Led Zeppelin ya le había dado el testigo a los Kinks. Abrió el documento y se quedó mirando fijamente la foto de Martínez. Tenía treinta y tantos años y aun así, aparentaba menos. Aquel espigado joven con el pelo engominado, ojos color musgo y sonrisa fácil parecía una persona resuelta y eficaz. Vestía de manera juvenil y se notaba que frecuentaba el gimnasio.

      El clásico perfil que volvía locas a las jovencitas.

      —¡Menos mal que no tengo hijas! —murmuró.

      1 N. del A.: hondureño.

      CAPÍTULO DOS

       MAX ROUGET

       22 de junio de 1940

      Lo primero que hizo Max Rouget al pisar tierra firme fue escupir al suelo. Estaba de muy mal humor. Su sitio estaba en el frente, cerca de la acción, y no en el sur del país, lejos del enemigo, como si fuera un gallina. Un maldito gallina. Aquello era lo último que se esperaba cuando seis meses atrás se alistó

Скачать книгу