Sistema nervioso y osteopatía. Danie Dierlmeier

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Sistema nervioso y osteopatía - Danie Dierlmeier Medicina

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las patologías en las que se estrecha el agujero intervertebral (p. ej., la estenosis a causa de una osteocondrosis, artrosis facetaria, hernia discal, inflamación del disco intervertebral o bloqueos), no solo se ejerce presión sobre el nervio espinal (axones y dendritas), sino también en el ganglio espinal (neuronas sensibles). Por ello, cabe esperar que los síntomas clínicos empiecen con dolores, parestesias y sensación de entumecimiento.

      Figura 2.9. Meninges de la médula espinal en un corte transversal a nivel de una vértebra cervical (vista craneal) [24].

      Las trabéculas subaracnoideas entre la duramadre y la piamadre son pronunciadas sobre todo en la zona posterior (figura 2.9), mientras que, en la zona ventral, están muy poco acentuadas o incluso están ausentes.

      Esta circunstancia es especialmente relevante en las víctimas de un accidente tráfico debido a las grandes aceleraciones que se producen en las colisiones.

      Si, por ejemplo, una persona sufre un síndrome de latigazo, la médula espinal puede impactar fácilmente contra la pared posterior del conducto espinal o raquídeo. Esto puede dar lugar a lesiones del cuerno dorsal y provocar síntomas sensitivos. Por el contrario, el movimiento hacia delante queda impedido en gran medida por las fuertes trabéculas posteriores, que protegen el cuerno ventral y la motricidad frente a lesiones por aceleración.

      El cuerno dorsal está irrigado por las dos arterias espinales posteriores, mientras que la arteria espinal anterior, de mayor calibre, irriga el cuerno ventral (figura 2.10).

      Las microembolias o la arterioesclerosis (p. ej., por diabetes) cierran más rápidamente las arterias de calibre pequeño, pese a tratarse, como en este caso, de dos arterias, por lo que los trastornos circulatorios producen lesiones más graves en la sensibilidad que en la motricidad.

      Figura 2.10. Riego sanguíneo de los segmentos de la médula espinal [24].

      El conducto vertebral está revestido por plexos venosos que vierten su sangre en la vena espinal, que retorna al corazón. El plexo venoso vertebral interno anterior se sitúa en la parte ventral del conducto vertebral y es más voluminoso que el plexo vertebral interno posterior, que se sitúa en la cara dorsal del conducto vertebral (figura 2.11). De este modo, el cuerno ventral (y, en consecuencia, la motricidad) está mejor protegido, por ejemplo, frente a lesiones por aceleración. Esto podría suponer un inconveniente en los fenómenos de congestión venosa.

      Si, a causa de una congestión, aumenta prolongadamente la presión en el abdomen y llega a ser superior a la del conducto vertebral, la sangre venosa queda estancada en el conducto vertebral.

      En condiciones normales, esta congestión afectaría el cuerno ventral. Sin embargo, esto no ocurre así gracias a la función de protección del ligamento longitudinal posterior. Este ligamento aísla el plexo venoso cerebral interno anterior de la médula espinal y procura que, en caso de congestión, el plexo no pueda extenderse. Por lo tanto, una congestión solo se manifestará en el cuerno dorsal y en la zona de la vena espinal en el agujero intervertebral (ganglio espinal). Esto da lugar a que los fenómenos de congestión provoquen con más frecuencia parestesias y sensación de entumecimiento que trastornos motores.

      Figura 2.11. Venas epidurales en los conductos sacro y lumbar, según Nieuwenhuys (vista ventral) [24].

      Los nervios periféricos, que suelen ser nervios mixtos, están constituidos por fibras motoras, sensitivas y vegetativas.

      Las fibras sensitivas (aferentes), que se sitúan más bien en la zona externa del nervio, forman los denominados nervi nervorum, que hacen que las vainas de tejido conectivo del nervio sean sensibles (figura 2.12).

      Figura 2.12. Inervación del tejido conectivo del nervio [26].

      La ventaja de ello es que se percibe casi inmediatamente una compresión incipiente o cualquier otra lesión. Además, de este modo, en caso de lesiones progresivas o crónicas, primero se ven afectadas las fibras sensibles y, mucho más tarde, las fibras nerviosas motoras situadas más internamente.

      Las meninges constituyen el tejido de soporte del encéfalo. En la parte más externa y adherida directamente a través de suturas al cráneo óseo se encuentra la duramadre cerebral (figura 2.13). Se trata de la capa más resistente, capaz de compensar una fuerza mayor. La duramadre apenas es extensible, y entre ella y el cráneo queda a lo sumo un espacio capilar.

      • Apunte osteopático

      En el niño, la duramadre está completamente adherida al cráneo. Con el crecimiento del cráneo, que se produce sobre todo en la zona de las suturas, la duramadre se desprende del hueso craneal, aunque queda adherida por las suturas. Es decir, en cierto sentido las suturas «tiran» de la duramadre. Esto subraya una vez más la gran importancia de la movilidad de las suturas para el crecimiento del cráneo, así como el valor que tiene el movimiento craneosacro libre para todo el sistema nervioso.

      Probablemente debido a las adherencias entre la duramadre y el cráneo después de meningitis o lesiones craneales, aparecen signos de hipomovilidad de la duramadre.

      Más internamente se sitúa la siguiente capa, la aracnoides. Su distribución recuerda la tela de una araña. Esta capa es muy fina y translúcida, por lo que es evidente que carece de importancia en la transmisión de fuerzas.

      La capa más interna es la piamadre cerebral. Anatómicamente, esta capa apenas es separable de la superficie encefálica compacta, y a veces se considera como capa externa del encéfalo. La piamadre es la meninge

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