Todo pasa. Horacio Serrano

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Todo pasa - Horacio Serrano

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de la isla de Creta, el Minotauro, exigía a Atenas un tributo anual de jóvenes y niñas que él recibía en el Laberinto para luego devorar. Fue necesario el valor de Teseo y el amor de Ariadna para salvar a Atenas de esa imposición vergonzosa. Ella, con un hilo que lleva su nombre −el hilo de Ariadna−, mostró al héroe la salida del Laberinto.

      ¿Qué vigencia moderna tiene esta leyenda? ¿Dónde están el Minotauro y las vidas útiles que siega? Para ver el asunto desde otro ángulo es pertinente preguntar: si al hombre de principios de siglo, de este siglo XX, se le hubiera dado escoger entre aumentar la velocidad de su movilización −él usaba entonces el tren y el coche de caballos− al precio de la vida de muchos seres humanos, ¿qué habría respondido? Obviamente, que la proposición era inaceptable. Sin embargo, en el hecho, él la aceptó y pasó a ser un esclavo del Minotauro, a quien tiene ahora que ofrecer la existencia de sus congéneres.

      Esto ha sucedido con el automóvil. Es solo de ayer. Ha revolucionado el transporte, está en todas partes, donde debe y donde no debe; sería difícil imaginar el desarrollo de la civilización industrial sin él. No obstante, es alto el precio que cuesta en vidas humanas.

      Dos grandes empresas de Estados Unidos vienen de efectuar una investigación. Han dicho literalmente: “El automóvil contamina el aire y congestiona el tránsito. Los caminos de alta velocidad destruyen casas y paisajes. Cada año el automóvil mata a 50.000 personas. ¿Vale la pena?”. De cada 100 respuestas, 85 fueron afirmativas.

      Aún no se divisa al héroe que siguiendo el hilo de Ariadna, libere al hombre del monstruo.

      KING

      27 de noviembre de 1968

      Queda de él su imagen, una fisonomía bondadosa, dulce, comprensiva y de una convicción y firmeza que hacen pensar en los primeros cristianos. Como ellos se entregó a la causa y dio con su vida testimonio de su fe. Un mártir de ahora, que no ve a sus verdugos, porque estos no se muestran como tales. La técnica moderna ha creado el verdugo anónimo, el que por un puñado de billetes o en un arranque psicopático dispara el arma de fuego. Es la muerte a distancia.

      Martin Luther King fue un predicador de paz. Pero, ¿qué dijo? ¿Cuál fue su mensaje? La BBC de Londres, en una charla radial, dio a saber las palabras que había pronunciado el día antes de su asesinato.

      “Creo firmemente que toda realidad descansa en fundamentos morales y que la verdad desarmada es la más poderosa de las fuerzas del universo”. Pasa enseguida a ocuparse del tema candente de la violencia y de los peligros que encierra el desatarla: “La violencia crea la violencia. Creo que la antigua filosofía del ‘ojo por ojo’ va a terminar con dejarnos a todos ciegos”.

      Si esta es su condenación de la violencia, ¿qué dice de la guerra de Vietnam?

      “Creo que hemos cometido una grave injusticia en Vietnam. Estamos equivocados, desde el punto de vista moral, desde el punto de vista político y desde el punto de vista práctico. Totalmente equivocados. En esta guerra somos nosotros los agresores. Hemos cometido un error trágico. Quienes así lo reconocen son los más patriotas, porque no solo les preocupan los soldados, sino también el destino de la nación. Esta guerra ha dado a nuestro país la imagen de la arrogancia del poder y ha empujado al mundo hacia una guerra nuclear”.

      ¿Creía él que se atentaba contra su vida? ¿Pensó que su fin estaba próximo? “Vivo permanentemente bajo amenaza de muerte. No tengo temor. Continúo mi trabajo y sigo los mandatos de mi conciencia. Creo que no importa la duración de la vida, el mayor o menor tiempo que se vive, sino cómo se vive. No es la cantidad de vida que tiene significado, sino su calidad”.

      Horas después de pronunciar estas palabras su cuerpo era un cadáver y su imagen había tomado una aureola de santidad para su pueblo y el mundo. Un mártir de hoy.

      MÁS RETRATOS

      1 de enero de 1969

      Hay diferencias entre rasgos fisonómicos y condiciones de carácter. Un retrato puede hacerse cargo de la mera semejanza física o de la del espíritu. Puede también en casos excepcionales retratar una y otro, y de esta forma quienes conocieron el modelo se complacerán de ver su fisonomía, en tanto que quienes vengan después detectarán su carácter. El pintor de esa tela es un verdadero retratista.

      Desde hace algunos años se ha divulgado en Chile la costumbre en entidades culturales, políticas y administrativas, de colgar en la sala de sesiones los retratos al óleo de presidentes, rectores y “ejecutivos”. La idea en sí nada tiene de nuevo. Retratar, esto es, acercarse al parecido del ser humano, comenzó en Egipto en el tercer milenio antes de Cristo y posteriormente los griegos alcanzaron con la escultura a aproximarse al retrato total.

      Roma perfeccionó esta disciplina. La Edad Media, con su idea de la transitoriedad de la vida humana, no estimuló la tendencia que luego despertó con el Renacimiento. Maestros en retratos son artistas de la talla de Holbein, Rembrandt y Velázquez. En la época moderna, el parecido físico ha sido dejado de lado en la mayor parte de los casos, y artistas como Picasso y Modigliani han usado modelos únicamente como puntos de partida.

      Sin embargo, persiste en Chile la idea de que un retrato al óleo debe tener un alto parecido fisonómico, ser en realidad una fotografía en aceite. Es aquí donde las entidades anteriormente anotadas se encuentran en dificultades. El país no produce retratistas. Salvo muy contadas excepciones, el pintor nacional no retrata. De modo que las salas de consejo, con la mejor intención, se llenan de cuadros muy malos. Permanecer en ellas no va a constituir un agrado.

      ¿No sería mejor que en nombre y con el nombre del presidente o del rector se colgaran en diversas salas del inmueble cuadros de pintores nacionales? Una placa recordaría la intención. De esta forma se habría conseguido con belleza el sie transit gloria mundi (“así pasa la gloria del mundo”), dejando un grato y permanente recuerdo.

      VIENTOS

      12 de marzo de 1969

      Además de enseñanzas políticas que el viento no se lleva, las últimas elecciones demostraron cierta pereza imaginativa de la colectividad nacional. Muchos postularon a muy pocos asientos. Había que despertar al votante y hacerle ver la urgencia de elegir a Fulano, a Mengano y a Perengano. Tarea difícil. El elector apenas conoce a los congresales e ignora en general sus ideas. Era necesario que cada palabra diera en el centro del blanco, que “impactara” −¡horror!−, precisamente que “impactara”.

      Los candidatos respondieron a este desafío con su retrato, posado, muy posado, como una fotografía de la belle époque. ¿Qué puede decir un retrato así a quien no conoce al posador? ¿Conocerlo de vista? Pero si nada sabe de él. Se ve a quien se conoce, no se conoce a quien se ve, salvo casos de actores cinematográficos y vencedoras de concursos de belleza. Al retrato agregaron el nombre. Bien. Sin él no hay voto válido. También publicaron letra y número, que el viento borró inmediatamente de la memoria. ¿Algo más? Nada más, en la mayoría de los casos. Tal vez un canasto que los partidos políticos llenaron y vaciaron a voluntad de ellos, y no de la dueña de casa. Nada más.

      Zutano, Mengano y Perengano quedaron así representándose a sí mismos. ¿Sus ideas? No figuraron. También las barrió el viento. No hubo ninguna bomba imaginativa ni un chispazo. El retrato belle époque apagó todo. Nadie, por ejemplo, exploró ni explotó el subconsciente con un símbolo. No hubo ni una artimaña graciosa. Nada.

      Sin embargo, estas son solo palabras que debe llevarse el viento. A la postre todo resultó muy bien. Se ocuparon todos los asientos parlamentarios. No quedó uno solo libre. No hay ningún vacío.

      Después

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