Todo pasa. Horacio Serrano

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Todo pasa - Horacio Serrano

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hora. Entrar a una oficina o un hogar en ese país y no obtener una cálida taza de té caliente equivale a ser echado puertas afuera. En fábricas y trenes, teatros y parques, ahí está la tetera esperando. Para los chinos no hay hora del té, pues se toma a toda hora.

      Entre los países europeos, Inglaterra no puede pasar sin su cup of tea y la introdujo al Occidente. En rigor, primero “descubrieron” la taza y después el té. Maravillados los ingleses por la porcelana china de las tacitas, quisieron conocer su utilidad −su belleza era evidente− y así cayeron en el hábito del té. Luego siguió este su vida independiente, sin su compañera. Esas hojas inofensivas tienen un poder mágico: Inglaterra ha hecho un culto de su degustación y un protocolo que no va en zaga al de la corte. Muchos ingleses han pensado como Sidney Smith: “¡Qué felicidad de haber nacido después del té!”.

      Chile tomaba muy buen té a principios del siglo XX, chino, exquisito de gusto y aroma. Después comenzaron a llegar variedades inferiores y la gente le agregó −¡horror!− leche y azúcar. El gusto se corrompió. Hasta se ha llegado a tomar té argentino.

      BABEL

      13 de septiembre de 1967

      India es una torre de Babel. Hay 16 lenguas oficiales. El idioma del Parlamento es el inglés, como denominador común. Luego será el hindi, de raíces sánscritas.

      Mientras tanto, suceden casos curiosos.

      Como este.

      Llega una pareja chilena a un hotel de la vieja Delhi. Antes de sentir el embrujo de la ciudad −monos y lagartijas, serpientes y vacas placenteras−, ella sale de compras y regresa con una tela de seda cruda, un saco maravilloso de hilo dorado. Dice al conserje:

      –¿Conoce usted un buen sastre que trabaje bien, muy bien, y que no se demore nada?

      Conocerla a ella es fácil; al sastre que ella quiere, difícil.

      –Porque yo tengo un vestido que me queda muy bien y quiero uno igual con este género.

      Los indios no son aficionados a los trapos; los musulmanes, sí. El conserje hace el milagro, y media hora después está en el hotel un sastre musulmán, recién llegado a la ciudad. Conforme a la usanza oriental, va a domicilio con su huincha y su saber. Surge entonces la torre de Babel: él solo habla su idioma. Ni una palabra de ningún otro, y el personal del hotel no habla el suyo. Ella explica con gestos y ademanes, sonrisas y amenazas; trae el modelo y le hace ver que quiere uno idéntico. El sastre toma dos o tres medidas y observa con detención. Al día siguiente aparece con la obra terminada. Gritos de júbilo de ella. Le arrebata el vestido y segundos más tarde se presenta con él puesto.

      –Maravilloso, nada hay que hacerle. Él me entendió perfectamente.

      Deposita varios billetes en la mesa, el sastre saca algunos, sonríe y parte. De pronto ella exclama:

      –¡El modelo! No me lo ha devuelto.

      Retorna el artífice. Ella explica con gestos. Él no comprende nada. Más gestos: iguales resultados.

      –Me lo ha robado −dice desolada− y se hace el tonto.

      Ante sus demostraciones de pesar se acerca la camarera. ¿El modelo? Pues está en la cómoda. El sastre no lo ha tocado.

      MÍSTICOS

      20 de septiembre de 1967

      Experimentar conscientemente en el alma la presencia de la divinidad, es el privilegio del místico. La purificación viene previamente en estados sucesivos de contemplación y oración. Tras severas disciplinas de cuerpo y espíritu se alcanza −a veces− la iluminación.

      Occidente ha producido grandes místicos: Thomas de Kempis, el autor de la Imitación de Cristo; santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz. Oriente cuenta con muchos de estos seres privilegiados. La contemplación es esencial en sus credos religiosos.

      Los musulmanes produjeron una orden aparte dedicada al misticismo: los sufíes −suf, en árabe, lana, por su vestuario−, que alcanzaron formas muy purificadas en esta disciplina. El más conocido de ellos en Occidente es Al-Ghazali, poeta místico que vivió poco posterior al año 1000. Después Ibn Arabi, de quien recibió inspiración el Dante.

      Para dar a conocer a los místicos musulmanes en Occidente, la UNESCO ha preparado últimamente un tomo de su Colección de obras representativas, en esmerada traducción. Uno de los antologados, Abu Yazid al-Bestami, dice: “Si he llegado aquí, mi expresión es eterna, mi lengua es la lengua de la unidad, mi espíritu, espíritu desnudo. No hablo de mí, ni a través de mí hablo, quien habla es Él, no yo”.

      Rabi’a al-Adawiyya, una de las místicas incluidas en la colección, exclama: “¡Oh, Dios mío, si yo te adoro por miedo al infierno, quémame en el infierno; si te adoro esperando el paraíso, déjame fuera del paraíso; pero si te adoro a Ti por Ti, no me prives de tu belleza”.

      El Museo Metropolitano de Nueva York adquirió una copia del poema místico El lenguaje de los pájaros, en que Farid al-Din, poeta persa del siglo XII, usa esos cantos para acercarse a Dios.

      BELLE

      4 de septiembre de 1968

      La crítica nacional ha consagrado la película Belle de jour como una obra maestra. Con razón. Es excelente. Se requiere el talento de Luis Buñuel, el director español, para retratar el subconsciente con luz y oscuridad. Es la historia de una fijación psicológica que toma los tornos de tragedia griega.

      Además de la audacia misma del tema, Buñuel escogió para el principal papel femenino a Catherine Deneuve, una de las actrices más bellas de la pantalla actual. A su derredor gira todo el relato: es ella más, mucho más, que la suma de las partes. Su fijación de culpabilidad −y, por ende, de expiación- le impide ser la mujer normal de un marido que no tiene ni acopla complicaciones. Para curarse de este síndrome recurre ella primero en fantasía y después en los hechos a torturar y enlodar sus principios, su alma, su cuerpo.

      Al margen del argumento hay un punto interesante. No obstante el abismo conflictivo de Catherine Deneuve, no se observa en su fisonomía ni en sus ademanes morbo alguno. Quien la ve con vestidos modelos en su casa, o desvestida en la casa de citas, no puede imaginarse la tragedia que vive. Su conversación, sus gestos, su modo de andar en las calles de París −recuérdese a Jeanne Moreau deambulando en La noche− no reflejan esa doble vida. Sus contactos en la casa de citas, sórdidos y necesariamente anormales, no logran retorcer su fisonomía despejada y luminosa. Su propio lenguaje, su apariencia −obsérvese el peinado− no acusan el conflicto de la fijación que la atormenta.

      ¿Se equivocó Buñuel en la elección de la primera actriz o en su modo de dirigirla? Nada de eso. Es parte de su mérito haber elegido y dirigido a Catherine Deneuve. Sensibilidad y talento le han hecho comprender y transmitir que la generación actual −“tengo 23 años”, dice ella− puede soportar torturas internas y externas, de espíritu y cuerpo, sin quebrarse de adentro ni quebrajarse de afuera. En las palabras de Baudelaire, es capaz de transformar el barro que recibe en el oro que da.

      MINOTAURO DE HOY

      20 de noviembre de 1968

      Las leyendas griegas no están sujetas al tiempo. No representan una época determinada. Su vigencia es tan real hoy como era ayer. Uno de los más destacados investigadores modernos del alma humana, Carl Jung, ha adentrado profundamente

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