Todo pasa. Horacio Serrano

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Y LA TIERRA, AQUÍ

      19 de agosto de 1964

      Como el Marqués de Bradomin, el de las Sonatas de Ramón Valle-Inclán, Almagro era feo y católico. A diferencia de él, no era sentimental. No podía serlo. Sufrió mucho de niño. Todo faltó en su hogar y él mismo con frecuencia sobraba. La lucha por el pan mantuvo sus características cuando, ya en América, buscó oro. Fue el primer conquistador que llegó a Chile. ¿Sentimental? No. “¿Dónde está el oro? ¿No hay? Me voy”. Era diferente en Perú, allá había a montones. Se fue.

      Valdivia era católico y sentimental. Feo no. Apuesto, gallardo, emprendió el viaje −mil leguas, sol, sed y sangre−, llevando a la grupa a la primera mujer española que pisó el campo chileno.

      Muchas razones tuvo él para quedarse. De ellas habla la historia. Pero no de una, porque es de temperamento: es probable que el conquistador quedara prendado de esta tierra. ¿Por qué había de prendarse de ella? Por un motivo que también la historia calla, porque es de sensibilidad pura: por la propia tristeza de la tierra chilena. ¿Bonita, fea? No lo supo el gallardo capitán. Pero es muy probable que, español, se haya enamorado precisamente de esa tristeza.

      Serían estas meras suposiciones si no se reconocieran en la actualidad los mismos efectos. ¿Qué ata hoy al agricultor chileno a la tierra? No es el modo de vida, áspero, ingrato, ni es mucho menos una fuente de entradas. El motivo es más profundo y menos confesado: es que está enamorado de ella. A punto tal, que acepta todo −todo− a cambio de poder verla, tocarla, sentirla y decir que es suya.

      La agricultura ha dado a la nación hombres destacados, cultos, capaces, que bien pudieron haber alterado rumbos cuando los acontecimientos señalaban que su trabajo no sería remunerado. Pudieron cambiar de actividad. Si no ellos, sus hijos. Pero no. Como Valdivia, y seguramente por idénticas razones, ellos se quedaron en el agro. Y sus hijos también.

      ¿Es que la tierra no da dinero en Chile? No. ¿Paz? Tampoco. ¿Seguridad? Ninguna. ¿Futuro? Imprevisible. ¿Por qué entonces el hombre se amarra a ella? Por amor.

      Pero, puede objetarse, hasta el más absurdo de los amores tiene explicación. En este caso es posible que la razón sea la misma de antes: la tristeza del ser querido.

      ¿Es triste entonces la tierra chilena? Sí. Su paisaje, su luz y color son tristes; sus ríos no corren, sino lloran; sus árboles no unen al cielo con la tierra, no saben de felicidad, están entristecidos, con la cabeza baja, oculta entre las ramas. Parecen penar. ¿Exuberancia, sensualismo? Nada de eso. Se puede andar leguas por el campo sin ver ni sentir una nota alegre, ni un destello de gozo. Se viven años ahí sin sentir el momento de lujuria en que en las mañanas el sol toca la tierra y, encantado, la cubre de colores. No es tristeza a medias, a veces, a ratos. No. Es tan honda, que el descendiente de Valdivia, enternecido y desarmado, dice, gozoso: “Me quedo”. Y se queda.

      EL RUMOR DE LAS PLEGARIAS

      26 de agosto de 1964

      En tiempos como los presentes, en que las encuestas parecen mandar al pensamiento, sería interesante conocer a través de ellas, el tipo de peticiones que hace a los poderes divinos un grupo de personas, un día cualquiera, en un templo cualquiera, en una ciudad occidental cualquiera. Pero ya que un estudio de esta naturaleza no puede hacerse, porque contraría la intimidad y niega la reserva de las plegarias, bien pueden efectuarse algunas aproximaciones in vitro. El suplicante pide la felicidad de los seres queridos y la propia de él, desde luego. Aunque cuando se desmenuza la idea de felicidad −y es él o ella quien lo hace−, es probable que una parte importante de su realización esté formada por deseos de bienes materiales. Quien carece de los múltiples “adelantos” que produce la civilización técnica, es lógico que los pida. Ha sido educado para ello. La concurrencia término medio a un templo término medio, dedica tal vez a peticiones materiales más del término medio de sus plegarias. Una mera suposición, motivada por la actitud externa de los concurrentes, hace pensar que una minoría pequeña −pequeñísima− pide solamente luz y entendimiento.

      Ahora bien, integradas las plegarias, la imagen de la colectividad así obtenida acusa un desequilibrio en que los bienes materiales tienen supremacía. Puede pensarse, especialmente en países de escaso desarrollo económico, que la idea del progreso está basada precisamente en eso, en crear deseos y que mientras más personas aspiren a mayores bienes, mejor será la colectividad. Este es un error. Al afirmar Protágoras, en los tiempos clásicos de Grecia, que el hombre es la medida de todas las cosas −¿y quién ha logrado contradecirlo?−, quiso decir exactamente eso, que el hombre es el centro de todo y no las cosas, y mucho menos, sus cosas. Una sociedad que altera esta estructuración yace inestable.

      Es cierto que la propia técnica adquiere en la actualidad un sitio desorbitado. No hay duda, por ejemplo, que el equipo de hombres de ciencia que acaba de “tocar” la luna, ha realizado un hecho portentoso. Pero como equipo no es superior al que en estos mismos momentos trabaja calladamente a las órdenes de Albert Schweitzer, el médico, músico y teólogo, en el leprosario de Lambaréné, en Gabón, en las entrañas de África. No hace noticia, pero ahí está, realizando con abnegación y fe, un trabajo, que además de ser de primera calidad, contribuye precisamente a que el hombre no pierda su condición de ser la medida de todas las cosas.

      No se trata del contemptus mundi, el desprecio por todo lo externo de las órdenes monásticas, ni se trata tampoco de mirar en menos los bienes materiales. Nada de eso. Es creer, con uno de los pensadores contemporáneos de la India, Ramakrisna, que física y socialmente el hombre no es libre porque está condicionado por factores internos y externos, de modo que su única libertad es la espiritual. Es también creer que la única forma de acrecentarla es mantener esa medida de las cosas, con el hombre al centro, sin confundir su cuerpo con su sombra y sin elevar más plegarias por la sombra que por él.

      LA OTRA EDUCACIÓN, LA DE LOS MODALES

      2 de septiembre de 1964

      El tema de la educación palpita hoy angustiosamente en hogares, empresas y círculos de gobierno. Se asegura que un bachiller −rara avis− cuesta caro y que un no bachiller no es barato; que se necesitan miles de profesionales, que no hay; que cada uno representa una fortuna, que faltan laboratorios, profesores, equipos e investigadores. Nada se habla de la otra educación, igualmente respetable, que tan poco cuesta y que debe estar en todas partes: la de los modales.

      Respetable, como que ha tenido cultores de alta calidad que han hecho escuela en la historia. Entre ellos, Confucio.

      Confucio, en chino K’ung-fu-tzu, vivió 500 años antes de la era cristiana y es uno de los pensadores más eminentes de China, del Oriente y del mundo. No fue predicador ni místico, ni creador de un sistema, ni metafísico. Si se pudiera resumir en pocas líneas el fundamento de sus ideas, se diría que él dio a la educación de modales y palabras, es decir, a la cortesía −en la medida en que esta es forma y contenido del trato entre seres humanos−, un imperativo de carácter religioso. En sus enseñanzas, el hombre no puede ser bueno si no es al mismo tiempo educado, fino y cortés, de adentro y de afuera, amable hasta con la propia naturaleza.

      Un saludo bondadoso, dice él, una palabra de afecto y comprensión purifica el alma de quien la escucha… y de quien la dice. Cuna de estos sentimientos es, para Confucio, el hogar. Por eso el oriental no puede expresarse totalmente sino en términos de su familia.

      Asegura Confucio que conocer a los seres humanos es sabiduría, pero que amarlos es virtud. Es en él fundamental el jen, término que puede traducirse deficientemente como “amante bondad”. Personalmente no escribió nada. Algunas de sus enseñanzas fueron recopiladas después de su muerte en las Analectas [Rongo, en chino], escritas en sentencias, como las siguientes:

      “Los

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