La alquimia de la Bestia. Luis Diego Guillén

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La alquimia de la Bestia - Luis Diego Guillén Sulayom

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maíz blanco! Nacimos antes de que amaneciera, todos los demás nacieron cuando el sol ya estaba en lo alto. ¡Nacimos allá arriba, en Surayom! Y cuando bajamos a los llanos los encontramos a todos ustedes. Y cuando nos mezclamos con los jaguares nacieron los guerreros. ¡Porque los jaguares son poderosos pero muy malos, porque solo siendo malo se puede ser poderoso!

      —Y al final del primer día Sibú se cansó y se durmió en Surayom y se le cayeron varias semillas que rodaron cuesta abajo. Y de esas semillas nacieron animales que con el tiempo se dispersaron por las montañas y se hicieron otras gentes. Los bruncas nacieron de los chanchos de monte, los teribes de los monos, los síkuas, de las flores de un gran árbol que Sibú derribó en el mar y que al llegar a tierra, se convirtieron en hormigas zompopas. Por eso los síkuas adonde van, se traen abajo todos los árboles y todas las hojas…

      —¿Bruncas, teribes, síkuas? ¿Y quiénes son esos?

      —Otras gentes, usekara. Los síkuas son todos los que no son de Talamanca: los negros, los españoles, los indios de afuera. Los talamanqueños nacimos del maíz, los síkuas no, así de simple. Los bruncas se fueron pa’ las llanuras del sur, pero no son síkuas, porque los animales que los hicieron nacieron de las semillas de Sibú. Y los teribes vinieron de los monos y como ellos son malos y hacen mucho daño.

      —¿Los teribes?

      —Sí, usekara, no hay quien no les tenga miedo en Talamanca… –intervino circunspecto Emiliano Abranza–. Los teribes disfrutan coleccionando las cabezas de sus enemigos. En Talamanca todos los guerreros les cortan las cabezas a sus enemigos, pero los teribes son los mejores en esto. No respetan niños ni ancianos y se marcan por cada rival muerto, se atraviesan con huesos y espinas la boca y los labios por cada uno que matan. Y se pintan de negro. Y coleccionan las cabezas de sus rivales y las secan hasta hacerlas pequeñas y las cuelgan en sus palenques. Y beben de las calaveras de sus enemigos y se limpian la boca con la piel que le quitan a la calavera y que luego curten al sol…

      —Emiliano habla bien el teribe, ¿verdad Miliano? –terció respetuoso Gil Castro.

      —Sí. El que se topa allá arriba con ellos y nos les entiende, es hombre muerto…

      —Entonces Surayom es donde nació todo. ¿Algo así como el Jardín del Edén, eh?

      —¡Es más que eso, usekara! –terció ofendido Juan Manuel, como si yo blasfemase–. ¡Surayom es el centro de todo el mundo, donde amanece y donde anochece! Donde empieza todo y termina todo. ¡Bribris y cabécares nacimos allí y allí volveremos algún día, no lo dude! ¡El mundo se va haciendo cada vez más viejo y más malo! Eso lo vio Sibú> y por eso se dejó cuatro semillas de cada grupo y las convirtió en piedras y las dejó allá en Surayom, pa’ cuando tenga que volver a empezar de nuevo. Y allá también dejó el fuego con el que hizo el Sol y la Luna y con el que prendió la primera fogata. ¡Pero lo dejó bien guardao, porque si usté deja solos a ese fuego, y al Sol y a la Luna, lo queman todo! Y también dejó allá el río sagrado, de agua tibia y espumosa, pues los otros tres ríos se dispersaron pa’ ir a regar las selvas y las montañas. Y con las semillas de piedra y con el fuego del sol y con el agua del río allá arriba, está todo listo pa’ cuando Sibú quiera empezar todo de nuevo. ¡Pero primero todo tiene que quemase! Es como cuando usté tiene un siembro y se le llena de maleza y ya ni con el machete ni con el barbecho le da pa’ limpialo. ¿Qué hace entonces? ¡Pos lo quema, le prende fuego a todo y lo deja un tiempo! Así como lo hace con el siembro, así va a hacer Sibú con el mundo, que es la milpa de Él, cuando se ponga tan malo que ya no valga la pena desyerbalo.

      —Entonces, Sibú es… Dios, ¿me equivoco?

      —No se equivoca, usekara. Sibú lo sabe todo y supo cómo hacerlo todo.

      —¿Y cómo es él?

      —Nadie lo sabe, patroncito. Solo el usekara habla con él y lo recibe, pero tampoco lo ve. En Talamanca encontrará muchas estatuas de animales y de guerreros, pero no va a encontrar ni una sola de Sibú. A él no le gusta que le hagan imágenes. Todo lo contrario a los de por acá, a pesar de que a tatica Dios tampoco le gusta…

      —Sibú nació de mujer sin varón y los curanderos lo querían matar, porque le tenían envidia. Y cuando ya todo se ponga muy feo, Sibú va a mandar a su usekara pa’ que vuelva a tomar las semillas allá en Surayom y las tueste con el fuego sagrado, pa’ hacer el mundo de nuevo. Pero pa’ hacelo, primero va a tener que quemalo todo y va a usar el fuego que dejó guardao, porque ese fuego solo al usekara que Él mande le va a hacer caso. Y pa’ que nadie cause daño mientras el usekara llega, dejó a los surás, a los bis y a los dulás, viviendo en los picos de las montañas, cuidando las montañas y los ríos y los valles y las selvas y a los que viven allí.

      —Por eso cuando se entra a la montaña se entra en silencio, porque el ruido molesta a los que cuidan a Surayom. Y por eso también cuando se cruza la cordillera de un lao a otro hay que hacelo en silencio y ofrendar hilachas a los espíritus de los picos que cuidan Surayom, antes de ponerse a andar. Porque cruzar la cordillera es como esperar al pájaro que te lleva el alma cuando te llega la muerte. Hay que estar limpio y sin suciedad. Porque no todos lo pueden hacer. Es muy fácil ensuciarse y teñirse de todo lo malo. Bukurú está por todos laos…

      —¿Bukurú? ¿Qué es bukurú?

      Pelando los ojos con temor, en dirección a las esquinas más oscuras del cuarto, como si bukurú fuera a abalanzarse sobre nosotros en cualquier momento, habló Gil Castro en voz solemne y respetuosa:

      —¡Bukurú es todo lo malo y todo lo sucio que hay en el mundo, usekara! ¡Y está por todo lao! Solo en Surayom se está libre de bukurú. La menstruación es bukurú, el embarazo es bukurú, la muerte es bukurú, el cuerpo que se descompone sin ser subido a los árboles es bukurú, los malos espíritus, los que te atosigan, los que te persiguen pa’ robarte cada una de tus cuatro almas, los que quieren matarte, los malvaos, los que te engañan, son bukurú. Bukurú es la parte del mundo que Sibú no pudo iluminar con el sol… Hay que tenerle miedo. Por eso los awás y los sukias y los enterradores saben cómo manejar el bukurú y ayunan y se preparan durante días con cantos y ayunos. Porque hay que limpiar todo de bukurú, que puede matar a tu familia y a tu clan y a tus siembros y a tus animales y a uno mismo…

      —¡Por eso cuando alguien muere, nadie de la familia lo toca, solo los enterradores especiales! Y se hacen grandes ceremonias y se bebe mucho cacao, porque el cacao limpia el alma. Y el cuerpo se lleva a la montaña y se le envuelve bien con sus cosas y se le deja en lo alto de un árbol, porque el cuerpo no puede tocar la tierra ni al revés, porque se pasa el bukurú. Y cuando pasan varias lunas y se calcula que solo quedan los huesos, se va por ellos y el enterrador los baja y los lleva a la casa del muerto y allí los desenvuelve y los reacomoda, ya limpios y puros pa’ ser enterraos junto con sus cosas y sus esclavos y sus esposas, si tal era el rango. En todo ese tiempo las cuatro almas del muerto vagan por el bosque, alrededor de donde está su cuerpo, alimentándose de frutas silvestres. Y cuando se le entierra, una va pa’ el cielo, otra pa’ la casa de Sibú, bajo tierra, otra bajo el sol y la otra queda en la selva. ¡Y nadie puede acercase!

      —¡Ughhh! –exclamé torciendo la cara de asco–. ¿Y no es más fácil enterrarlo ya de una vez y sin tanta ceremonia? ¿Y por qué solo los huesos?

      —¡Porque en los huesos está el alma, usekara! ¡Jamás la carne muerta puede tocar el suelo! ¡Jamás! Si la toca, bukurú se pasa a la tierra y se pierden las cosechas y se mueren los animales. Y cuando eso pasa solo el usekara puede limpiar el bukurú de todo el clan y de toda su tierra. Ni los awás ni los sukias pueden. Y la maldad es bukurú. Te espera detrás de cada árbol, de cada esquina, pa’ ensuciarte y clavarte los dientes. Por eso solo los huesos pueden quedar en la tierra. Porque

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