La alquimia de la Bestia. Luis Diego Guillén

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La alquimia de la Bestia - Luis Diego Guillén Sulayom

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usekara! –espetó Juan Manuel con impaciencia–. Cuando un árbol se muere, ¿qué queda? ¡La semilla! ¿No? La semilla, que es seca. ¿Y qué se hace con la semilla? Se entierra, pa’ que todo vuelva a empezar, ¿no? ¿Acaso se siembra el árbol completo, la madera? ¡No! Se siembra la semilla. Igual se hace con la gente, se siembran los huesos. ¡Solo así florece el alma en los potreros y en los bosques de Sibú!

      Tercié divertido, haciéndome el amoscado:

      —¡Cuidado, Juan Manuel! Ve que a Antonio no le va a gustar cómo me estás hablando… ¡Soy tu usekara, recuerda, je, je! Y Antonio te mandó que me cuidaras…

      Nunca esperé el miedo que mi tonta chanza causó en Juan Manuel, quién pálido de muerte se deshizo en disculpas lacrimosas. Rápidamente le resté importancia, tal es el temor que el usekara infunde.

      —Tranquilo, Juan Manuel. Era solo una broma… ¿Es que acaso los usekaras no hacen bromas?

      —Pa’ nada de nadita, usekara…

      —Pues deberían… ¡Bueno, está bien, te perdono y todo queda en el olvido! Tendrás larga vida y salud, así lo mando. Ahora volvamos a lo nuestro… Y este Sibú… a ver, ¿cómo lo digo…? Bueno, me queda claro que es algo así como un dios para ustedes… Digo, para los de allá arriba, que se parecen a ustedes… porque ustedes, recuerden –tercié con malicia–, ya se bautizaron… espero…Y este Sibú… digo, ¿es como el Dios de por acá? O sea, ¿es casado? ¿Tiene esposa o amante o harén o algo así? ¿Tiene críos? ¿O es un padre soltero, como el nuestro?

      Los buenos cholos abrieron los ojos escandalizados por mi descarado comentario sobre nuestros respectivos dioses, colegas forzados en la dura tarea de ordenar y desordenar el mundo. Por lo visto, la idea de servir a dos amos no les atormentaba.

      —¡Usekara! Los lobos son los que adoran a Sibú. ¡Nosotros no! ¡Nosotros le servimos a tatica Dios!

      —¿Los lobos? ¿Qué rayos son los…?

      —Es como le dicen nuestros patronos a los indios de las montañas, sin acristianarse –terció Emiliano, flemático como siempre–. Hasta a los frailes se les escapa, cuando se enojan con ellos o con nosotros… Para que vea, en esta tierra también hay lobos… Ya nosotros mismos les decimos así…

      —Sibú tiene una esposa, usekara –desvió el tema Juan Manuel–. Se llama Surá. Ella es la que crea todo, por orden de Él. Porque Él lo puede todo, menos hacer cosas vivas. Solo Surá puede. Por eso solo las mujeres hacen a los niños. Los hombres no. Y todas las semillas son los hijos de Sibú y Surá. Todos los bribris y los cabécares somos sus hijos.

      —Ya veo. Todos ustedes aquí, bribris, son sus hijos…

      —Gil y yo somos bribris. Emiliano es cabécar, pero criado en bribri. Éramos, bueno, ahora somos cristianos y vivimos en Cartago. Pero todos hablamos bribri y cabécar, ambos se parecen. Pero teribe, bien, bien, solo Emiliano. También algunas palabras de brunca. De los indios mejicanos y tariacas, nada. No se les entiende nada y tienen un genio de los demonios, pero no son tan malos como los teribes. Por eso a mí y a Gil nos usan pa’ entendese con los de allá arriba cuando suben. Emiliano les colabora en las reducciones, pero casi nunca sube, hay otros allá que les traducen el teribe. Fuera de los frailes y de nosotros tres, nadie más habla esas lenguas. Bueno, salvo el padre Margil y los padres Rebullida y Andrade. Esos entienden muchas de las hablas de las montañas y el padre Margil, un santo que vino con tata cura y los demás, los años que estuvo acá, se las sabía todas, por lo menos diez o doce. Pero claro, era un santo… y los santos todo lo pueden… ¡como los usekaras!

      —¡Y dale con el usekara! ¡No me han respondido aún! ¿Qué es un usekara?

      —Usekara es el único que habla con Sibú –me respondió exultante Juan Manuel–. Y Sibú se hace con el usekara y toma la forma del usekara. Es el mago y el maestro más poderoso del clan y de la nación y todos los demás, isogros, blus, awás, sukias, yerias, kerpas, le rinden respeto. El usekara no habla con la gente, ni atiende a las personas. Eso lo hacen los awás y los isogros. El usekara se preocupa por el clan, por la tribu, por el pueblo. Pero no les dirige la palabra. Y no puede tocalo nadie que no sea del clan. ¡Si lo hace, el poder se pasa al que lo toca y el usekara se muere de muerte fea!

      Como si hubiera muerte linda… Decidí pasar por alto el sandio comentario de mi palurdo amigo, que continuó impertérrito con sus invaluables aportes sobre el usekara:

      —Incluso nadie lo puede ver a los ojos. Si alguien se burla o se ríe de él, la cara se le hace de piedra y la boca se le queda como la tenía en el momento de burlase. El usekara siempre guía a la gente a la guerra, pero a la distancia y los mejores yerias lo protegen. Porque los enemigos tratan a como puedan de matalo y cortale la cabeza. Así, el poder del usekara pasa a ser de los enemigos y la propia tribu que lo pierde se enferma y se muere. Y quien tiene el mejor usekara, el más poderoso y fuerte, es el que gana las guerras y tiene las mejores siembras y caza los mejores saínos y las mejores dantas. ¡Y las culebras no les pican a sus chiquitos y el jaguar y el zambo no se los lleva! Mi abuelo me contó una vez que hace mucho tiempo, los teribes capturaron a un usekara nuestro y le cortaron la cabeza, pero de camino a sus palenques la cabeza se convirtió en jaguar y se los comió a todos. Y el mejor usekara, el más poderoso de todos, siempre viene de los cabécares, ¿verdad Emiliano?

      Entrometiéndose, Gil no le dio tiempo a Emiliano de responder.

      —Sí. Pero ya no hay usekaras como los de antes. Mi propio abuelo me contó también que una vez un usekara regañaba a su gente porque eran malos y perezosos y no se cuidaban de limpiase el bukurú y se juntaban hombres con mujeres en un mismo clan, sin cuidase de buscar en el clan que les correspondía, como Sibú lo quiere. Porque cuando Sibú dividió a las semillas en clanes, dijo cuáles clanes se podían casar con cuáles. Y los que no obedecen cometen kurù, que es el peor pecao y se vuelven bukurú y los críos que nacen de esas juntas tienen bukurú y llevan el bukurú a la gente y a los siembros y a la caza y de a poco se van convirtiendo en bestias y animales horribles y peludos. Mi abuela contaba de una muchacha que no hacía caso y se acostó con su primo. ¡Y lo que le nacieron fueron gusanos que le salían de entre las piernas y le trepaban buscándole la leche de los pechos y por más que se los arrancaban eran muchos y se fue poniendo mala y mala hasta que se murió! El caso con el usekara es que no le hacían respeto y seguían en sus cosas malas. Y cuando murió hicieron todas las ceremonias pa’ honralo, como si lo hubieran respetao en vida. Y se llevaron el cuerpo a la montaña y lo velaron un año y trajeron el atado con los huesos. ¡Pero cuando abrieron el atado pa’ sacar los huesos y seguir con la ceremonia, el usekara se había convertido en dulù, la culebra de Sibú, la serpiente del usekara y se los comió a todos en castigo por sus pecaos!

      —¿Dulù?

      —Dulù, como le decimos los bribris, o dulùrba, como le dicen los cabécares. Es la serpiente bendita de los usekaras. Vive bajo el arcoíris y cuando Sibú y el usekara quieren castigar a sus semillas por lo malo que hacen o porque no se casan con los clanes que son, la invocan. Y Sibú se une al usekara y toma la forma de la serpiente, porque la serpiente se encarga de castigar el pecao y de castigar a los culpables cuando hacen algo malo. Por eso los awás le dicen también dulù al arcoíris y a la luna llena. Porque es en luna llena cuando dulù puede ser invocada y transformada con más fuerza. Pero ellos solo pueden repetir el nombre, porque solo el usekara la invoca pa’ convertise en ella. Y la serpiente solo le hace caso al usekara, porque el usekara es Sibú. Pero los buenos, los que obedecen, no temen a dulù, porque dulù los protege. Y dulù cuida a Surayom y cuando Sibú se convierte en ella, anida en Surayom y la defiende de todo el bukurú y de todos los que no vienen de las semillas y quieren entrar en Ella.

      —Vaya,

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