Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16. Nadia Vera Puig
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—Pues tu mamá te contó una historia muy bonita.
—Lo sé. —Mientras Nir sonreía con una fuerza descomunal.
Sam la cogió de la mano, despidiéndose de Juliana.
—Se ha hecho tarde.
—Sí, ya veo.
Ambos se fueron y Juliana fue a ver cómo estaba Mathew, la tía Megan estaba junto a él, ambos dormidos, ella se limitó a taparlos con una manta y se fue a dormir.
Los días pasaban y Mathew iba mejorando con el tema de comunicarse mediante signos, parecía que Nir los conocía perfectamente gracias a su padre.
Una mañana muy soleada la llamó por teléfono Viviana, se la veía bastante preocupada, quería que tuviera vigilado a su hijo Mathew, no le quiso contar él por qué, los años habían pasado y Mathew y Nir tenían doce y diez años. Para entonces esa misma noche Juliana estaba a punto de acabar ese libro, al que dejó aparcado un tiempo, demasiados enigmas, dispuesta a leer el último capítulo, eran las once de la noche y Viviana volvió a llamar.
—¿Qué pasa, Viviana?
—Por lo que más quieras, no leas el final de ese libro, Juliana.
—¿Por qué?
—No lo hagas.
—Viviana, ¿andas hoy con acecharías o qué te pasa? Primero que vigile a Mathew y ahora que no acabe de leer el libro, es absurdo lo que me estás diciendo hoy, Viviana.
—Juliana, no lo es.
—¿Sabes?, paso de escucharte.
—¡No me cuelgues, Juliana!
—No eres mi madre, ¡vale!
Le colgó, y cogió el libro.
—¿Quién era? ¿Mamá?
—Viviana —le dijo mediante signos a su hijo—. Te dejo con la tía Megan.
Juliana se fue a dar una vuelta, hacía dos años que Sam y Nir se fueron por temas de la madre, según ellos la necesitaban. A ella la invadía un pequeño vacio, hace tiempo que no sabía de ambos, su hijo dejó la magia, desde entonces dedicaba el tiempo a meterse en líos. Llegó a casa de sus padres.
—Hola, mamá, papa.
—Hola —dijeron ambos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Juliana intentando entenderlos tras su repentina llamada.
—Cariño, Mathew ha desaparecido.
—¿Qué? Pero si estaba en casa, ¿Mathew no está?
—Megan fue a su cuarto y no estaba —le dijo la madre.
—Dejó una nota. —Le dio su hermana Megan un papel que ponía:
«Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces. K».
—Vale, me estáis gastando todos una broma, ¿dónde está la cámara oculta?, ¿o es cosa de mi doctora?
—Cariño, no sé de qué nos hablas.
—No empieces por ahí, mamá... —Se tocó la cabeza con las manos e intentó tranquilizarse resoplando—. Hace unos años os escuché que no se qué doctora mía no quiere que me digáis quién es el padre. ¿Y si Mathew ha ido a buscarlo? Siempre me he inventado una historia, por la cual él tuviese un referente de él ya que mi memoria no da de sí.
—Cariño, relájate.
—No quiero que me digas eso, papa, sois mi familia pero esto ha llegado muy lejos, ¿no veis?, no podéis protegerme siempre —dijo Juliana indignada ante la situación que se le presentaba.
—Entonces siéntate. Te tenemos que decir algo —añadió Megan.
—Megan, no, no creo que sea conveniente —comentó la madre.
—¿Por qué no, mamá? No puede continuar así. ¿Cuántos años ha estado así desde el accidente? Estaba bien seguirle el rollo, pero creo que ha llegado demasiado lejos —dijo la hermana.
—¿Qué pasa? —replicó Juliana.
—Juliana, estás reviviendo lo que sucedió hace unos años, antes del accidente, a Mathew le detectaron una enfermedad rara, dejó de hablar y es invidente desde nacimiento... Juliana, Mathew desapareció hace cinco años, no sé si te acordarás de Kallen, ese chico que llegaba todos los días muy nervioso a tu oficina de correos... Él estuvo en tu accidente, él...
—¡Basta! —Entró Susan por la puerta, hace cinco años que no sabían nada de ella—. Juliana, sube al coche tenemos que irnos. ¡Juliana, ahora!
—¡Oh, por favor, Susan!, podemos hablar como personas civilizadas —dijo la madre.
—¡Oh, por favor, Margaret! Todos sabemos jugar muy bien nuestro papel en esta familia, si no es porque supisteis manejaros bien.
—¡Calla, Susan, tú no tienes ni idea! —añadió Megan.
—¡Venga ya! Una vida con mentiras no es vida, jugáis a favor porque ella simplemente no recuerda, pero gracias, papa, por ayudar, por poder contar contigo.
—¿De qué habla? —dijo Margaret a Jim.
Juliana y Susan se subieron al coche antes de marcharse, su padre les dio la llave y el libro.
—Lo siento, Juliana —le dijo su padre.
—Está bien —dijo sin saber qué estaba sucediendo, se sentía incapaz de actuar, como si algo la hubiera bloqueado por dentro.
Recorrieron horas durante las carreteras; mientras Juliana se durmió, Susan se deshizo de su teléfono móvil. Al despertarse empezó a buscarlo desesperadamente.
—Susan, ¿sabes dónde esta mi móvil?
—Sí.
—¿Y dónde esta?
—En el km 10.
—¿Es broma?
—No, en verdad ya no lo necesitas.
—¿Y cómo puedo confiar en ti si hace como años que no nos vemos?
—Pero ya lo has hecho, te has subido en mi coche, tranquila, ya llegamos.
—¿Es verdad lo de Mathew?
—Sí.
—¿Y Kallen? ¿Qué pasa con él y su libro?
—Mejor que acabes de