Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16. Nadia Vera Puig

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Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16 - Nadia Vera Puig

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Juliana, si quiere le digo a papa que venga.

      —Vale, si no es molestia.

      —¡No, qué va! ¡Para nada! —Salió con una sonrisa en su rostro.

       Juliana se quedó dentro del coche esperando con su hijo.

      —Mathew, no me dijiste que no tenía madre, vaya metedura de pata.

      —Sí la tiene.

      —¿Y dónde esta?

      —No lo sabe.

      —¿Cómo que no? ¿Ha desaparecido, se fue de casa o algo?

      —No, ella... —Mathew sabía una verdad demasiado temprano para que ella lo supiera—. Ella está...

      —¿Dónde?

      —Haciendo un viaje por trabajo, oye, mama, eres demasiado fisgona.

      —Vale, perdona, solo quería saber...

      Mathew la miraba con paciencia, salieron ambos del coche, se acercaba un hombre muy similar a alguien que conocía hace tiempo.

      —Hola, soy Sam, el padre de Nir. —Mientras le estrujaba la mano con firmeza.

      —¡Hala! —dijo ella. A Juliana le era familiar ese rostro como si lo hubiese visto anteriormente en algún sitio.

      —Es una nueva forma de saludar —dijo Sam con una amplia sonrisa.

      —No, qué va, es que el parecido es asombroso, lo siento, te he confundido con alguien que creí conocer.

      —Vaya, qué casualidad, ¿y cómo se llama usted?

      —Lo siento, me llamo Juliana. —Mientras le estrechó la mano de nuevo.

      —Encantado de conocerte, ya veo que nuestros hijos se han hecho buenos amigos.

      —Sí, sí, y supongo que su hija le habrá comentado a dónde la llevo.

      —Claro, tiene un pequeño teléfono cuando se va ella con otros.

      «¿Qué teléfono?», se preguntó Juliana, la mayoría de veces ni le vio el bolsillo de su chaqueta abultado, no solía llevar cartera, siempre iba con dos coletitas y una gran sonrisa sin preocupación. Juliana se fijo en cómo vestía Sam, sabía que era primavera, pero tampoco verano, y más esa tarde que hacía fresquito y estaba algo nublado, no podía parar de mirar cómo sonreía, había algo en él o le recordaba a alguien que le era familiar.

      —Hola.

      —Hola, lo siento, qué vergüenza.

      —¿Le pasa a menudo?

      —¿El qué?

      —Quedarse en plan mirando fijo, es como si por un momento no estuviese aquí.

      —¡¡No!! ¡¡Qué va!! —dijo entre risas nerviosas.

      El niño lo interrumpió.

      —Sí, le pasa constantemente.

      —Shh, tú calla y sube al coche.

      —Está bien, mamá.

      Sam empezó a reírse.

      —Vale, gracias —dijo Juliana sonrojándose.

      —Solo me ha hecho gracia su hijo, te conoce muy bien.

      —Bueno, no nos vayamos por las ramas, me da su teléfono por si pasara algo o por si te pudiera avisar, es que, no sé, para urgencias cuando me llevase a su hija.

      —No te preocupes mi hija lleva móvil.

      —¿Dónde?

      —Tranquila que lo lleva.

      —Ya pero si se pierde...

      Sam le sacó una tarjeta de su billetera.

      —Bueno, si insiste.

      —Gracias.

      Juliana se subió al coche y se despidió de ellos con la mano.

      —¿A qué juegas, mamá?

      —¿Qué quieres decir, Mathew? —Mientras conducía algo nerviosa.

      —Ah, nada.

      —Tú, mejor calladito —Mientras Mathew se reía.

      Llegaron a casa y tía Megan ya había preparado la cena, se reunieron en la mesa, era una sopa de fideos, y Mathew ya había acabado de cenar, subió al cuarto esperando a que le leyeran un cuento.

      —Mamá —le dijo Mathew cuando su madre se sentó en una silla.

      —¿Qué, Mathew?

      —¿Estás enfadada conmigo?

      —No, cariño. ¿Por qué lo dices?

      —Por lo que sucedió antes.

      —Cariño, estaba molesta por lo de Sam.

      —Entiendo. ¿Mamá?

      —Sí, dime.

      —¿Puedo contarte un cuento que me ha contado Nir hoy?

      —Claro, pero luego a dormir.

      —Sí, sí.

      Mathew se le veía muy entusiasmado contando el cuento a su madre, más bien era demasiado corto para que lo fuese.

      —¿Y ya está?

      —¡Sí!

      —Cariño, eso no es un cuento.

      —¿Cómo que no?

      —Es... como decírtelo, un acertijo.

      —Pero yo, cuando me lo contó, entendí mucho más. ¿No ves que hay una historia?

      —Bueno, no exactamente, pero si le pones imaginación seguro que sí, buenas noches. —Le dio un beso en la frente.

      Juliana bajó a la cocina para acabar de recoger lo que faltaba, junto a su hermana.

      —De verdad, a veces pienso que mi hijo cada vez me sorprende más o intenta tomarme el pelo.

      —Juliana ya tiene siete años, está a una edad normal para gastar bromas, no sé...

      —Pero te puedes creer que me cuenta un acertijo y me dice que es un cuento, que en teoría le ha contado Nir.

      —Bueno, a lo mejor ellos lo han descifrado y por eso lo llaman así. No le des tantas vueltas que

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