Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16. Nadia Vera Puig
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Jim se levantó del sillón y la siguió hasta el recibidor.
—¿Se puede saber qué es esto? —Enseñándole el sobre que le dio antes.
—Una carta.
—Sí ¿Y se puede saber quién ha escrito esto?
—Ehh…
La interrumpió Juliana.
—No hace falta que me contestes porque esta letra sé que no es la tuya ni la de Mathew. ¿Es verdad que lo habéis sacado de un libro?
—Julie… —Cogió la carta y la llevo hasta la librería que tenía en su despacho, le mostro el libro Lo que de verdad escondes de Kallen—. Julie, cariño...
—Sí, dime. —Un tanto nerviosa.
—Este es un libro que compré hace unos seis años a este chico, que se llama Kallen, tiene una filosofía muy curiosa acerca de la vida y te hace reflexionar, porque te hace pensar en una multitud de acertijos y curiosidades que tiene… Y, bueno...
—¡Papa!, al grano por favor.
—Vale, tranquila, ya voy. —Se sentó en su butaca de terciopelo, respiró hondo y prosiguió—. Pues ese mismo año que compré el libro, fui a una firma suya que hacían en la librería MCowell, y allí mismo le dije: «Dedícame una frase de tu libro», cogió una hoja a parte que es la que tienes en tus manos y escribió: «Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces», y me pareció oportuno introducirlo en el truco de magia de Mathew para darle un toque de ingenio.
—¿Ingenio… —empezó a respirar un tanto alterada, cerró los ojos y respiro profundamente— o casualidad dirás?
—¿Por qué lo dices, Julie? —Cogió la carta que tenía en las manos su padre.
—Por nada. —Mientras intentaba meter la carta en el sobre—. Debe de ser una coincidencia, o que te conozca lo suficiente, o sepa tus movimientos hasta el punto que sepa quién es su hija, y le pareció una buena idea gastarme esta misma broma hace dos años. —Logra meter la carta en el sobre—. ¡Dios, qué le pasa a esta carta!
—¡Julie, tranquilízate, me estás asustando!
—No pasa nada, estaré sufriendo una crisis nerviosa, me voy a tomar algo que me relaje, debo de estar… ¡Aaah! —Julie se marchó de la sala dejando a su padre atrás, se fue hacia la cocina a prepararse una infusión para los nervios. De mientras iba escuchando la conversación que tenían en la sala continua de su madre y su padre.
—¿Que tal ha ido? —preguntó Margaret.
—No sé, cariño, la veo bastante alborotada, noto que sabe algo que no nos dice.
—¿Crees que recuerda?
—Es lo que temo… Pero creo que no.
—Ay, Jim, a veces ya no sé ni cómo actuar en estas situaciones… Lleva mucho tiempo así… Creo que sería conveniente que se lo comentemos, así se quedará más tranquila.
—No, Margaret, la doctora nos dijo que no dijéramos nada, tiene que recordarlo ella misma.
—Ya lo sé, Jim, pero ya son cinco años y el padre… Ay, Jim, no sé.
Juliana intentando beber la infusión después de escuchar lo comentado por sus padres, su cara volvió a empalidecerse, y se fue tumbando poco a poco en uno de los sofás que estaban colocados frente al jardín, donde estaba orientada a la sala de estar, cerró los ojos y se quedó dormida.
—Shh… No la despertemos.
—Pero mama, ¿has visto qué hora es?, yo la acompaño a casa. —Megan se acercó a Juliana—. Julie, Julie, despierta.
Julie abrió los ojos y se incorporó.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué hora es?
—Cariño, son las nueve, Mathew se queda esta noche a dormir en casa de sus amiguitos, ¿recuerdas?
—Claro que me acuerdo, mamá.
Juliana se levantó y se dirigió hacia la entrada.
—Vamos, Megan, a casa.
—Claro, Julie.
—Mañana, me paso a buscar a Mathew a las 18 h.
—Está bien, un beso, y descansad.
Fueron andando por la calle, ellas y el marido de Megan, un chico bastante reservado, pero muy majo, siempre ofrecía ayuda para cualquier cosa. Al entrar en casa Juliana, Megan la paró un momento.
—Juliana, papa me ha dado este libro para ti… —Mientras Juliana lo miraba con detenimiento.
—¿Este libro? ¿Estás segura?
—Sí —dijo extrañada—, dice que te ayudará, que tiene una filosofía de la vida muy curiosa y posiblemente entiendas un poco más esa frase que te ha puesto tan nerviosa.
—A mí no me ha puesto nerviosa la frase… —Mientras se quitaba la chaqueta—Me ha puesto nerviosa la situación, que me recuerda a una que viví hace dos años, ya está.
—Vale, está bien, buenas noches, que descanses.
—Buenas noches —dijo Maison, el marido de su hermana.
—Buenas noches, que descanséis.
Con el libro entre sus manos, subió escaleras arriba, se sentía bastante cansada pero se dio cuenta de que no podía dormir, quería saber qué decía el libro, quería resolver esa frase. Encendió la luz de la mesita de noche y abrió la primera página donde había una foto de él y una pequeña biografía. Pasó a la primera hoja y ponía: «Lo que de verdad escondes», y leía:
«Cuántas veces creemos que conocemos al cien por cien lo que nos rodea, si ni siquiera nos conocemos el cien por cien de nosotros mismos, antes conocemos de otras personas más cómo son. ¿Sabrías describirte en una sola palabra? ¿Cómo te describirías? ¿A que no? Podemos llegar a ser tantas cosas que la mente no es capaz de decirnos una palabra en concreto. ¿Qué es lo que verdaderamente nos define? ¿Por qué tenemos esa vieja costumbre de concretar o cualificarnos quiénes somos, como si fuéramos un producto en el que ponemos una etiqueta? ¿Por qué etiquetarnos a nosotros mismos? ¿Qué necesidad hay? Entonces aquí viene mi acertijo para desvelar todas esas dudas. Dudas: primero conocernos nosotros más a fondo, entender lo que nos rodea, e imaginaremos que todas esas dudas que nos pasan por la cabeza son puertas, y tú tienes la llave de todas esas respuestas, ¡eh, aquí llega!, tú eres la propia guardiana de tus puertas, tú decides cuál abrir y cuál no para saber la respuesta».
Continuó leyendo y ponía la frase que tenía escrita en la carta:
«Tú no eres quien crees que eres, solo aparentas saber que conoces lo que realmente no conoces».
Cerró el libro y lo dejó en el cajón de