Noteshine artists y la guardiana de la puerta 16. Nadia Vera Puig

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mí eres como una hermana mayor con la que sé que puedo contar.

      —Y tú para mí, cariño… Y para nada me has dado el sermón, es más, agradezco que hayas acudido a mí, y hayas depositado tú confianza en mí, así que gracias por venir. Y no te sientas mal por haberme hablado de todo esto, necesitabas liberarte y tú sabes que yo estoy aquí para cualquier cosa.

      —Gracias, Viviana. —Cuando fue a darle un abrazo.

      —De nada, cariño.

      —De hecho, sí que me siento mejor. —Guardó el libro en la mochila.

      Juliana se despidió de Viviana, conduciendo de vuelta a casa, empezó a llover con bastante intensidad. Pasando por uno de los puentes de camino, vio a un chico que se le interpuso, ella paró de golpe antes de que lo atropellase.

      —¿Me puede llevar?

      —Claro, ¿por dónde vive?

      —Por Suiteven Avenue.

      —¿Por dónde?

      Subió al coche, mientras ella continuaba conduciendo.

      —¡Por Suiteven Avenue!

      —¡Ah, vale!, me queda cerca.

      —Perfecto, gracias.

      Hubo un silencio inmenso, ella seguía concentrada conduciendo seria, y paró de golpe, sin entender muy bien por qué había recogido a ese desconocido.

      —¿Te va bien aquí?

      —Claro, gracias. ¿Cómo se llama?

      —Juliana. ¿Y usted?

      —K.

      —¿K?

      —Sí, ¿qué pasa?

      —Nada, que no me es un nombre muy común.

      —Ya, me lo dicen mucho. —Bajándose del coche—. Por cierto, ¿por cual puerta vas?

      —¿Perdona?

      —Que por cuál puerta vas.

      —¿Puerta?

      —Sí…

      —Lo siento, no le entiendo —dijo Juliana desconcertada.

      —Déjalo, gracias.

      —De nada.

      Juliana pisó el acelerador y continuó conduciendo, «qué raro», pensó cuando ya estaba casi aparcando. Salió del coche, y aún seguía lloviendo con fuerza, entró en casa empapada.

      —Qué frío hace.

      —¡Mamá! —Vino corriendo Mathew.

      —¡Hola, cariño! Ten cuidado que no te moje, ve a la cama que ahora mamá se cambia y te lee un cuento.

      Juliana, después de cambiarse y leerle un cuento a Mathew, se fue a cenar, Megan estaba frente a ella, mirando cómo comía.

      —¿Qué? —dijo Juliana un poco molesta ante la incesante mirada de su hermana.

      —Nada, solo que tengo curiosidad a dónde has estado en todo este tiempo.

      —Pues me fui a visitar a Viviana, que necesitaba ayuda para colocar unas cortinas nuevas y, bueno, luego se nos pasó la tarde charlando.

      —Muy bien.

      Juliana estaba acabando de cenar, mientras su hermana no le quitaba ojo.

      —¿Qué pasa?, ¿quieres dejar de mirarme así?

      —¿Mirarte cómo? ¿Acaso no puedo mirar cómo come mi hermana?

      —Sí, pero no es común en ti, hermana —Mientras recogía el plato de la mesa y lo dejaba en la pica.

      —Es verdad. —Cuando se levantó de la silla.

      —¿Qué te pasa? ¿O acaso quieres algo?

      —Juliana, buenas noches. —Le dio un beso.

      —Buenas noches, Megan, que descanses.

      Juliana se quedó un tanto preocupada por el rostro de su hermana, no la veía así desde hace tiempo, creía que había visto… Prefería no pensar en nada, se acostó en su cama y cogió el libro para leer otro fragmento.

      «A veces, cuando abrimos una puerta, no sabemos lo que hay detrás o tan solo... ¿Y si detrás de ella hay más de una? Sería como un laberinto ante todas nuestras dudas, pero la vida no es un camino recto y jamás sabremos todas las respuestas a nuestras dudas, por eso es importante mantener la llave bien guardada, para saber en qué momento dar cierta información cuando sabemos la respuesta. Y ahora te preguntas: ¿Por qué hay respuestas que se nos olvidan, cuando en realidad te las sabías?»

      Cerró el libro de golpe. «Vaya tontería de libro, a lo mejor Viviana tiene razón, que no merece la pena leerlo», pensaba mientras lo guardaba en el cajón de la mesita de noche. Cerró la luz y se durmió al instante.

      «¿Qué puerta?», escuchó con tan solo despertarse, ella abrió los ojos cuando vio junto a la puerta.

      —¿K? —gritó y él fue a taparle la boca.

      —¡Calla! Que los vas a despertar.

      Se apartó de él y cogió el teléfono, tapándose con una de sus mantas.

      —¡Fuera!, o llamo a la policía.

      —Como quieras, yo no puedo irme hasta que me digas qué puerta.

      —¡Está bien!

      Su hermana entró de golpe.

      —¡¿Qué pasa?!

      —Él —señaló y no había nadie.

      —Julie, no hay nadie. ¿Qué te pasa?

      —Estaba K, un chico al que llevé anoche, estaba aquí.

      —Julie, habrá sido una pesadilla, duérmete otra vez. ¿Y por dónde vive ese K, si se puede saber?

      —Dos calles más abajo.

      —No puede ser, yo no conozco a nadie que se llame K en este barrio, además, creo que ese libro que te dio papa te está afectando.

      —Sí, puede ser...

      Llamó enseguida a Viviana cuando su hermana se fue del cuarto.

      —Buenos días, cariño, qué pronto te has levantado hoy.

      —Oye, Viviana, cuando dijiste que este libro…

      —Cuando

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