Vivir viajando. Diego Varela
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Entre las personas que estaban ahí, conocí a Lau con quien luego nos llevábamos bien. El éxito del club fue tal, que chicos del colegio se fueron uniendo, como Manu y posteriormente Pancho. Tal es así que en un cumpleaños de Leo, que era apenas diez días antes del viaje a Bariloche, nos sorprendemos con que Manu estaba a pleno a arrumaco con Lau.
Si todo me sale bien, a Bariloche otra vez
Bariloche, es difícil arrancar a explicar lo que significa Bariloche para cada uno, porque es en cierta forma, un terrible punto de inflexión en la vida de un adolescente. Bariloche es sinónimo de descontrol, lujuria, exceso, diversión al extremo, sexo, mucho alcohol, no dormir, comer chocolate, montañas con nieve y fotos con San Bernardos en el Centro Cívico. Pero a su vez quiere decir otras cosas más, que uno las ve con el tiempo, como que para muchos es el primer viaje que hacen sin los padres (no fue mi caso, como habrán visto), te exige ciertas normas de convivencia con tus compañeros de cuarto, te enseña a hacer las primeras negociaciones... “que dejame la pieza un par de horas, que te compro un vino” y lo mejor de todo, es que Bariloche es un lugar increíble, tiene una belleza infinita y no es simple encontrar en otro punto del planeta un lugar como tal.
El proceso de Bariloche, para también fue la primera vez que uno disfruta el viaje en sus tres estados que uno lo puede disfrutar, que son, La Previa, que es todo el proceso de armado y organización del viaje,El Viaje en si, que es la incorporación de emociones en forma tremenda, a uno le pasan mil cosas por segundo, y después La Vuelta, que es en donde a uno, ya le pasó todo y empieza a asimilar todas las cosas que vivió, ya sea, dando los regalos a los demás (si es que alguien los lleva), mirar las fotos, ver el famoso video, ver la foto panorámica en el Cerro Catedral, y lo que para mi es tremendo, que es desarmar el bolso; a medida que lo fui haciendo, cada cosa que sacaba, estaba relacionada con anécdotas.
Yo fui a Bariloche con mucha expectativa, pero como muchas veces defino, uno puede ser espectador o puede ser actor de las situaciones, yo en ese momento de mi vida, era espectador, todas las cosas quería verlas, pero de ahí a generarlas, estaba muy lejos, sobre todo con las bromas más que saladas o con organizar cosas, de lo que sea. El tiempo me fue cambiando y hoy en día me siento un gran actor.
La organización del viaje se la puso al hombro la Pochi, una compañera del secundario con un poco de calle, y su posición era más que incondicional, ella quería viajar por la desaparecida agencia Casa Piano, mientras otras pocas vertientes lo querían hacer por Chevallier o por Río de la Plata. Cómo era mucho más fácil que otra persona se encargue de absolutamente todo, la mayoría quedó de acuerdo con Casa Piano como agencia al destino más codiciado de los jóvenes.
A medida que avanzaban los días y se acercaba el viaje, la ansiedad era cada vez mayor, hasta que finalmente el día llegó. Íbamos todos los quintos de todas las especialidades, éramos aproximadamente ciento veinte personas juntando al físico-matemático, biológico y letras. Nuestro micro cargaba con todo el físico-matemático más un coordinador, Gustavo, quien desde el minuto cero le hicimos la vida imposible, por suerte el flaco terminó siendo macanudo y nos supimos llevar con él.
El micro arranca y Gustavo dice, “bueno, a ver, esperen chicos que los voy a contar” y la gente en forma unánime le responde con un cántico repleto de insultos. Acto seguido Gustavo vio con qué tipo de malandras iba a tener que lidiar. El micro agarró Rivadavia derecho, avenida cual lidera al fin de la Capital para encontrarse con Provincia y agarrar rutas adecuadas para llegar al sur, cuando estamos llegando a Liniers, último barrio al oeste porteño, pasamos por delante de una comisaría, y el Pelado - un excéntrico compañero de colegio, no tiene mejor idea que empezar a insultar a un Agente que estaba apostado en la puerta de una forma absolutamente muy virulenta e innecesaria, obviamente, nos hicieron parar le micro, y nos querían hacer pasar la noche dentro de la comisaría por haber emitido semejantes insultos (una pavada total, pero acá siempre fue ley de la selva). Luego de contactar algunos conocidos y negociaciones, una hora más tarde, seguimos rumbo hacia Bariloche.
Cuando tomamos la recta que hay en La Pampa de 400 kilómetros de distancia sin absolutamente nada a los costados, el micro aparentemente sufre un desperfecto y detiene su marcha en banquina. El chofer se bajó, empezó a examinar el micro y no había dictamen sobre lo que estaba sucediendo, a todo esto, era plena noche, noche cerrada así que ni siquiera podíamos espiar que era lo que pasaba. Nuevamente el Pelado, al escuchar que las puertas del costado son abiertas, en donde se guarda el equipaje, atina a decir “¡nos están afanando el equipaje!”. Siempre el Plan A del Pelado era la tragedia y la fatalidad, no podía ser realmente que se haya descompuesto el micro. Finalmente, luego de cuarenta y cinco minutos, el micro retoma su marcha y jamás supimos que había pasado, nuestras cosas llegaron intactas a pesar de lo que había intuido el Pelado.
En esos momentos, el Pelado, estaba yendo a psicóloga porque tenía episodios extremadamente violentos, e inclusive, la terapeuta, le había recomendado que haga Rugby a modo de canalizar su ansiedad y violencia. Esto venía a colación que el Pelado nos agarra a Leo y a mí, y nos dice: “Chicos, si ustedes ven que me pongo violento cuando estoy mamado, la única forma de frenarme es hablarme de mi novia”. Nosotros tomamos nota, no sabíamos si se iba a poner violento, pero estábamos con plena certeza que se iba a mamar.
El viaje en sí era un descontrol, veníamos todos cantando al re palo, sumamente exacerbados por el momento que estábamos viviendo, y en un momento el Pelado lo ve a Pancho que estaba haciendo crucigramas sólo en un asiento. El Pelado más que sorprendido, le pregunta, “¿Flaco, vos a Bariloche vas a ir a hacer crucigramas?”. Pancho desde ya se dio cuenta que lo que estaba haciendo no tenía perdón de Dios y se sumó a los cánticos. En esos momentos, yo había grabado algunas cosas mientras viajamos, pero desgraciadamente, hoy no sé dónde se encuentran esos casetes.
Luego de pasar por Piedra del Águila, pueblo anterior a Bariloche en el trayecto, el micro atraviesa un camino súper sinuoso en donde el chofer puede mostrar sus habilidades en camino de cornisa a altas velocidades, la verdad es que todos veníamos bastante tensos viendo que agarraba las curvas casi en forma de rally y no nos daba respiro, inclusive uno de los pibes le gritaba sin escrúpulos: “¡Dejá de dar vueltas che!”
Llegamos finalmente al hotel Valgardena, y era el momento de dividirnos para ir a las piezas, fue ahí donde decidimos que Leo, Manu y yo, íbamos a compartir la habitación 106, sumándole a Frías, otro compañero de perfil pseudo intelectualoide.
Frías era una parada brava a nivel convivencia porque tenía principios que nosotros no compartimos ni un poco, por ejemplo, dejaba su ropa tirada en las cuatro camas que proveía el cuarto, desde ya que era una para cada uno, dejaba la luz del baño prendida en cualquier momento, con suerte cerraba las canillas, llegaba de los boliches de noche, y abría el par de ventanas para que “entre aire fresco” en pleno invierno y con temperaturas debajo de cero, nunca salía con nosotros y llegaba a donde sea tarde y era una máquina de filosofar sobre distintos aspectos de la vida que nosotros no logramos entender si lo decía en serio o simplemente, quería llamar la atención. Con Leo y con Manu, la mano venía mucho más light, sobre todo con Leo con quien éramos íntimos amigos.
Luego de haberse distribuido en las piezas, fuimos a cenar al comedor del hotel, para luego prepararnos para ir a la Fiesta del Mariposón, que no era otra cosa más que flacos disfrazados de mujer, en donde se entregaban algún que otro premio a las mejores producciones. Fuimos a la fiesta, nosotros llevábamos