ONG en dictadura. Cristina Moyano
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Para el CIDE (Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación), que se fundó en 1964, el panorama de la educación sufrió profundos cambios tanto en los años sesenta como en la dictadura. Este centro surgió vinculado a la Iglesia católica como apoyo a la educación particular en un contexto de reformas al sistema educativo impulsadas por el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Se buscaba influir en el papel de la educación particular a nivel nacional, lo que de alguna forma significaba llevar a la Iglesia a una mayor colaboración con el Estado. Sin embargo, la situación se modificó sustancialmente en dictadura cuando esta prohibió a los investigadores del CIDE su acceso a las unidades educacionales pertenecientes al sistema público.
Limitadas sus posibilidades de intervención en este ámbito, el CIDE orientó sus esfuerzos hacia la investigación y el apoyo a la educación entre los sectores populares organizados, lo que lo llevó a ser parte de importantes iniciativas de educación popular. Con todo, el CIDE no renunció a continuar desarrollando estudios sobre los cambios que se estaban verificando en el campo de la educación pública, de tal modo que convivieron dos “almas” o dos orientaciones de trabajo: la dirigida a la educación formal y la dirigida a la educación informal o popular.
Entre las iniciativas de educación popular alcanzaron gran relieve el Programa Padres e Hijos (PPH) y los talleres de educación popular. Mientras el primero se desarrolló en sectores rurales y poblaciones de Santiago, los segundos convocaron a centenares de educadores populares de todo el país.
La producción intelectual del CIDE alcanzó también un importante desarrollo que convocó a profesionales, algunos de ellos con formación de posgrado en el extranjero. Una de las iniciativas más importantes en la articulación de redes e intercambio de la producción académica fue la formación de la Red Latinoamericana de Información y Documentación en Educación (Reduc). En el ámbito nacional, el CIDE estableció vínculos con otras ONG y centros de estudio, especialmente con el Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación (PIIE) y con Flacso.
Desde principios de los años ochenta, el CIDE buscó dar seguimiento a los cambios que se estaban produciendo en el sistema educativo a través de la publicación de diversos trabajos en los Cuadernos de Educación. Luego de las protestas nacionales, y cuando se abrían los debates sobre la transición a la democracia, centró su atención en “reaprender la democracia” y, al mismo tiempo, en torno a la necesidad de generar consenso con relación a los cambios que se deberían producir en democracia en el sistema educativo nacional.
Todos los casos que se abordan en este libro fundamentan que en el contexto dictatorial y la lucha por la recuperación de la democracia se produjo un proceso de revinculación entre la figura del intelectual, su rol en la sociedad civil y su compromiso militante. En ese plano, muchos actores del período abandonaron sus tiendas político-partidarias y, aunque mantuvieron algunas de sus redes, articularon identidades opositoras más laxas, que se tensionaron cuando el retorno de los partidos se hizo evidente y la transición se definió de manera pactada y con forma de democracia protegida.
Los debates sobre el rol del intelectual en una sociedad democrática orientaron horizontes de expectativas. Desde la autonomía y el pensamiento crítico a la colaboración tecnocrática mostraron que la identidad opositora y la consolidación de prácticas políticas renovadoras no tuvieron una sola posibilidad. Las posturas más pragmáticas, “coincidentes con el cambio de sensibilidad del país”44, que enarbolaban el “fracaso que producía la estrategia de movilización social, la que generaba cada vez más escenarios de corte abiertamente insurreccional, optaron por enfriar el carácter ideológico opositor” y “convencer a los políticos de aceptar el itinerario transicional impuesto por la dictadura, vale decir, la Constitución de 1980 y el plebiscito”45. Por otro lado, aquellos que planteaban la necesidad de consolidar la autonomía de los movimientos sociales, el fortalecimiento de la sociedad civil y reconstruir la cultura política popular incorporando componentes solidarios, emancipadores y soberanos, cuestionaron las formas que iba adquiriendo la transición y los contenidos sociales que fundamentarían la democracia recuperada46.
Con todo, los años ochenta fueron un momento particular en la producción intelectual y en la reconfiguración de un campo que no logró sobrevivir durante la transición a la democracia. Las razones son múltiples y van desde los problemas para conseguir financiamiento, hasta la incapacidad por instalar un espacio donde la función intelectual-académica pudiera extenderse y justificarse más allá de la lucha contra la dictadura. Otras razones exceden el espacio nacional y refieren a las transformaciones en las maneras de producir conocimiento, en las que la disputa por recursos y las dinámicas de producción en revistas indexadas internacionales, la posgraduación y la consolidación de una mercantilización globalizante del saber reubicaron el espacio académico en las universidades, desdibujando a los actores que permanecieron en la sociedad civil.
Así, aunque “visibilidad y actividad no garantizan influencia”47, las ONG y sus intelectuales posibilitaron la restauración de la crítica, la opinión pública y revincularon a la ciencia social con la sociedad, le entregaron un sentido político a la construcción de saber y a la reconquista democrática. Análisis sociales que se escribían para posibilitar cambios, para construir argumentos, para ayudar a la reconstrucción de la asociatividad popular, para fundamentar decisiones políticas o para articular sentidos comunes en una futura democracia, fueron lo corriente y lo deseado en estos años. Revisitar ese momento, ese campo y a esos actores es una invitación para reflexionar sobre el sentido de producir ciencia social e historia en estos años.
1 Doctora en Historia, Académica del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.
2 Doctor en Historia, Académico del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.
3 Gilman, C. (2003). Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Editorial Siglo XXI, p. 16.
4 Ibid., p. 17.
5 Brunner, J., y Barrios, A. (1987). Inquisición, mercado y filantropía. Ciencias Sociales y autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay. Santiago: Editorial Flacso, pp. 20 y 78.
6 Ibid., pp. 16-17.
7 Ibid., pp. 27, 28 y 29.
8 Gilman, op. cit., p. 72.
9 Brunner, op. cit., p. 80.
10 Entrevista a Thelma Gálvez, 2015.
11 Puryear, J. (2016). Pensando la política: intelectuales y democracia en Chile, 1973-1988. Santiago: Cieplan, p. 26.
12 Brunner, op. cit., p. 49.
13 Ibid., p. 46.