ONG en dictadura. Cristina Moyano
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Nuestra propuesta de nuevas formas de implementar la intervención social, de repensar el trabajo con el mundo popular, fue difundida a través de una pequeña revista llamada Apuntes para el trabajo social. Su distribución se hizo a través de los distintos trabajadores sociales de las ONG y del Celats a nivel latinoamericano. Después insistimos en hacer llegar la revista a la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica, contactándonos con distintas generaciones de estudiantes. Ahí empezamos a establecer alianzas y finalmente la escuela nos terminó invitando y reconociendo como parte del mundo del trabajo social43 (Paulina Saball, SUR).
Pero no solo el trabajo social experimentó transformaciones, sino que se articularon nuevas áreas de investigación nacidas de las experiencias de colaboración a la restitución de la sociabilidad popular. Los años ochenta fueron los de mayor desarrollo y apogeo de la educación popular, un conjunto de prácticas muy diversas que compartían la idea de que la educación era un componente fundamental para la reconstrucción del tejido social dañado por la dictadura. Ello, sin embargo, implicaba un doble ejercicio. Por una parte, desarrollar un enfoque educativo “liberador”, es decir, distinto del tradicional, en que educadores y educandos pudieran interactuar recíprocamente para producir nuevos saberes; y, por otra, se estimaba también que concebida de este modo la educación, alcanzaba o adquiría una dimensión política relativamente inédita, la de colaborar en el proceso en el que los sectores populares se pudieran constituir en sujetos políticos colectivos. En el lenguaje de la época, se trataba de favorecer el desarrollo de un renovado “protagonismo popular”.
La educación popular, concebida de esta manera como procesos de aprendizajes colectivos y como un componente de la rearticulación social y política, estuvo presente en las motivaciones y estrategias de desarrollo de muchas ONG. Configuró una suerte de horizonte colectivo capaz de dar significado a la producción del saber con un sentido político emancipador.
En el capítulo que nos ocupamos de la educación popular seguimos la historia de ECO, Educación y Comunicaciones, que jugó un rol muy activo en convocar a los educadores a reflexionar sobre sus prácticas tanto en sentido educativo como político. Por cierto, ECO no fue la única ONG que se ocupó de la educación popular como temática específica; también el PIIE y el CIDE hicieron sus propios aportes, y durante la década de los ochenta se llevaron a cabo diversos seminarios, talleres e incluso encuentros nacionales de educadores populares.
Como se propone en el capítulo dedicado a ECO, se pueden reconocer etapas en la educación popular: a) una etapa formativa, a fines de los años setenta; b) una etapa expansiva, de articulación y de mayor elaboración teórica y política, en el primer lustro de los ochenta; y c) una etapa de crisis e interrogantes sobre el futuro de la democratización en Chile, que paulatinamente dividió las aguas e hizo perder perfil y mayor proyección al movimiento de educadores populares.
La educación popular constituyó una experiencia muy relevante en los años ochenta, la que paradójicamente se fue debilitando cuando en medio de las protestas nacionales reemergieron los liderazgos partidarios y la política comenzó a recrearse siguiendo formas relativamente tradicionales.
De otro lado, la comunicación popular y las comunicaciones alternativas organizaron debates sobre las dimensiones culturales del mundo popular, sobre las posibilidades de construir una opinión pública en un contexto dictatorial, de reunirse y socializar, de “contarse” y “encontrarse” en espacios comunicativos y, por ende, en lugares políticos de enunciación donde se podía disputar la autonomía de los actores sociales. Las comunicaciones, como se indica en el capítulo respectivo, fueron expandiéndose a lo largo del siglo XX, con la prensa, la radio y la televisión. En los años cincuenta y sesenta, el Estado y las universidades jugaron roles más activos cuando la comunicación fue vista como un medio y un factor relevante en los procesos de integración social. Por supuesto, durante la Unidad Popular las comunicaciones fueron un campo permanente de disputa y de “construcción de realidad”, especialmente desde la oposición al gobierno de Salvador Allende. En dictadura, todo cambió cuando suprimido el estado de derecho y conculcadas las libertades públicas, se impusieron los medios “oficiales” y se silenció toda forma de comunicación que no fuera la aceptada por los militares en el poder. Parte de la planificación y la ejecución del golpe de Estado consistió en el control de la TV y el silenciamiento de las radios cercanas a la UP, cuyas antenas fueron destruidas; los medios escritos fueron inmediatamente prohibidos y sus instalaciones allanadas y expropiadas.
Para quienes se resistieron a la dictadura, la comunicación se transformó en un asunto crucial. Saber qué estaba ocurriendo, intercambiar noticias, evaluar los alcances del golpe, las formas y la magnitud de la represión, las noticias del exterior, eran todas necesidades de información fundamentales para comprender la nueva realidad. Entonces, no solo se imponía la reflexión, sino también ensayar nueva formas de comunicación, muchas de las cuales podían costar la detención e incluso la vida: un rayado en una micro, una muralla, en un banco en la escuela; editar y distribuir un panfleto; alzar la voz cuando se averiguaba sobre la suerte de un familiar detenido; hacer un “contacto” clandestino en la calle. Nuevas formas y nuevos códigos de comunicación eran inevitables: la “R” de la resistencia era un verdadero símbolo de que había oposición, que el régimen no las tenía todas consigo.
La emergencia de nuevas “formas de comunicación” en la sociedad y la necesidad de elaborar (poner labor en la comprensión) la nueva realidad se fueron imponiendo en los grupos organizados en las bases de la sociedad, así como entre los intelectuales vinculados a las comunicaciones.
Renato Dinamarca nos propone en su capítulo una periodización de este proceso entre los intelectuales chilenos: “En un primer período, 1977-1980, los investigadores del campo de la cultura y las comunicaciones buscaron desarrollar una labor de rescate de las expresiones de la cultura democrática que estaban siendo borradas de la memoria colectiva por parte de la dictadura, al tiempo que nacen las primeras experiencias de comunicación alternativa y popular en Chile. Luego, en el período 1980-1983, los intelectuales vinculados al campo comenzaron a analizar las modificaciones que la dictadura llevaba a cabo en el ámbito de las comunicaciones y, desde 1983, el problema al que buscan dar respuestas fue el de la democratización del sistema de comunicación, el que es abordado desde diversas perspectivas teóricas que contribuyeron al debate y al desarrollo de nuevas experiencias en el ámbito de las comunicaciones”.
En cada etapa concurrieron diversos actores, especialmente intelectuales agrupados en las ONG que se ocuparon de temas culturales y comunicacionales: Ceneca, ILET y ECO, especialmente. Estas organizaciones tejieron relaciones con el mundo popular y reelaboraron sus nociones y propuestas relativas a la comunicación vinculándolas al desarrollo de la propia cultura popular y sus modos de expresión (el teatro, la canción, los micromedios), al tiempo que se ocupaban del impacto que alcanzaba la televisión como el mayor medio masivo de comunicación. Junto con las diversas expresiones culturales, se gestaron también en dictadura medios propios de comunicación entre los sectores más organizados: los boletines populares, que hacia mediados de los años ochenta, con el apoyo de ECO, dieron vida a una red de prensa popular.
Junto con la gestación de nuevas formas de comunicación popular, se hizo necesario dar continuidad a los debates sobre las comunicaciones que precedieron al golpe de Estado y a los desafíos que se instalaban tanto para influir en las comunicaciones en el nivel nacional durante la dictadura como en una futura democracia. El capítulo de Dinamarca hace un seguimiento de estos procesos y de las elaboraciones que los acompañaron hasta la recuperación de la democracia.
Otro de los ejes innovadores fue el debate sobre y desde las mujeres y, en particular, acerca de las mujeres populares, lo que permitió una oleada feminista novedosa, cuyos sentidos políticos vinieron a cuestionar los contenidos sociales de una futura democracia. En ese plano, un feminismo asociado al activismo