Las infancias y el tiempo. Esteban Levin

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Las infancias y el tiempo - Esteban Levin Conjunciones

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incomparable, habita la aventura (como la de Peter Pan, Tamara, Ariel, Gaspar, Wendy, Lorena, Ramiro…), provoca deseos e inspira el vértigo de la plasticidad de otro acontecer todavía impensado. (2)

      Si bien no somos solo el tiempo, él nos pone en escena a través, del lenguaje, los gestos, la postura, el cuerpo. Los síntomas del tiempo conmueven, a tal punto que no se puede salir de ellos. Los pequeños, los chicos aprisionados fijados en una solitaria ecuación temporal, nos demandan en la demora el tiempo del deseo del otro, para existir donde no son sino en el movimiento de la ficción. Es en este territorio donde la memoria se historiza. ¿Podremos pensar, diagnosticar e intervenir en la subjetivación del tiempo?

      Los niños, sensiblemente, nos enseñan que el deseo implica lo temporal: no hay acto deseante sin tiempo. ¿Acaso podemos no querer a nuestros pacientes?

      Aprendemos a contabilizar segundos, minutos, horas, días, meses, años, décadas, siglos, milenios… Pero nadie nos enseña dónde está la experiencia del tiempo ni nos traduce el valor de la ocasión, del instante.

      1- Tal vez nos oriente el relato del creador de este personaje, James Barrie, al confesarnos: “El horror de mi infancia era que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería renunciar a mis juego; y eso me parecía intolerable… Entonces, resolví seguir jugando en secreto”. El país de Nunca Jamás es un lugar y/o un tiempo exótico, fantástico. Peter le comunica a Wendy dónde queda: “La segunda a la derecha y luego, todo seguido hasta mañana”. De este modo, actúa, dramatiza lo imposible; no sabe ni entiende por qué no puede o no quiere crecer, ni tampoco por qué nadie puede siquiera tocarlo. La dimensión trágica pone en escena el olvido sin posibilidad de memoria. “¿Quién es el Capitán Garfio? –preguntó con interés cuando ella habló del archienemigo–. –Pero. ¿no te acuerdas? –preguntó asombrada– de cuando lo mataste y nos salvaste a todos la vida? –Me olvido de ellos después de matarlos –replicó él, descuidadamente”. Retomemos el interrogante: Peter, ¿no quiere o no puede crecer? Entre el querer y el poder, lo posible y lo imposible, lo fantástico y la realidad, transcurre la niñez. Justamente por ello Peter Pan jamás podrá ser un síndrome (Barrie, 1965). Mientras él no puede retener ningún recuerdo para metamorfosearse en historicidad, Funes, el memorioso (protagonista del homónimo cuento de Borges) no consigue abstraer, restar un instante, dar lugar a la pérdida para poder pensar en otra cosa. Ambos sufren del tiempo y la reproducción de lo igual. Sin discontinuidad y alteridad, en ese exceso, la plasticidad estalla en sentido inverso (Borges, 1989).

      2- Sobre esta temática véanse Jullien (2005); Quinard (2006 y 2014); Deleuze (2008) y Braunstein (2012).

      Tic…

      Tac…

      Tic…

      Tac…

      Ya Carroll había escrito que el Unicornio reveló a Alicia el modus operandi correcto para servir el budín de pasas a los convidados: primero se reparte y luego se corta. La Reina Blanca da un grito brusco porque sabe que va a pincharse un dedo, que sangrará antes del pinchazo. Asimismo, describe con precisión los hechos de la semana que viene. El Mensajero está en la cárcel antes de ser juzgado por el delito que cometerá después de la sentencia del juez. Al tiempo reversible se agrega el tiempo detenido. En la casa del Sombrerero Loco siempre son las seis de la tarde, y se agotan y se colman las tazas.

      Jorge Luis Borges

      Las infancias son sensibles espejos del tiempo; cuando se reflejan en ellos, ya han pasado...

      Si el espacio es infinito, podemos estar en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito, podemos estar en cualquier punto del tiempo.

      Jorge Luis Borges, El libro de arena, 1975

       Cuando los papás de Tamara llaman para una consulta diagnóstica, la angustia desborda el teléfono. El tiempo se detiene como un relámpago, agota el espacio: “Esteban, te llamamos porque queremos que veas a nuestra hija, ella es muy chiquita, no habla, generalmente está sola, como que no necesita de otros… Lo que más nos preocupa es que se golpea la cabeza contra el piso, una puerta, la ventana o cualquier cosa que esté cerca, en especial cuando le decís que ‘no’ a algo que ella quiere. En ese momento reacciona violentamente, golpeándose la cabeza, la frente, la nuca; se da fuerte contra cualquier cosa”.

      Tamara no habla, la gestualidad entristecida enmarca la tensa postura. “En la consulta neurológica, la médica nos dijo que era un trastorno del espectro autista… Estamos preocupados, desesperados, por eso decidimos venir a verte, para que nos orientes. No sabemos en realidad qué tiene ni tampoco qué hacer, nunca nos pasó con nuestros otros hijos, sus dos hermanos. ¿Hay que hacer algo? ¿La dejamos? ¿La retamos?... ¡Tenemos miedo de hacerle mal!”.

      La sensación de perplejidad inunda lo que siento, es difícil desligarse del relato. El sufrimiento del otro nos sufre, entramos en él. ¿Acaso es posible no entrar en el tiempo? Si queremos humanizar los golpes, ¿es posible hacerlo si no nos duele? Sin conocerla todavía, me duele el golpe de Tamara… El tiempo actual parece fijarse en la dramática de la escena.

      La madre se quiebra, llora desesperadamente; desesperanzada, la angustia repercute en el aire, siento en el cuerpo la conmoción del silencio entrecortado en lágrimas… Sin pensarlo, pienso. ¿Qué es una lágrima, sino el dolor del otro encarnado en una gotita de agua? El vacío se llena de dolor, languidece la esperanza. Reacciono: “Marquemos un horario, me encantaría conocer a Tamara y ver si puedo ayudarla a ella y a ustedes en este momento. No voy a tomarle ninguna prueba ni hacer ningún test, solo quiero conocerla; para eso, voy a intentar relacionarme con ella, con lo que está pasando, a través de la experiencia que surja en el tiempo del encuentro”.

      ¿Cuándo termina el tiempo?

      Una vez había…

      James Barrie, el creador de Peter Pan, inventa un universo ficcional, una isla que cohabita con él. Todo niño, al jugar, crea mundos de verdad en la ficción del instante. A veces, adquieren tanta consistencia y volumen que cautivan el deseo de desear otra cosa. Refugiados en la propia isla fantástica, se defienden de cualquier cambio y no pueden dejar de estar ahí en ese tiempo que no pasa, no va para atrás ni para adelante, pero tampoco está quieto. Naufraga el sentido pleno de la realidad y entra en la fantasía, quiebra la incredulidad, conforma la creencia y potencia lo imposible.

      La fuerza de esta invención es de tal magnitud que perdura en la huella de los sueños como pequeños y únicos cristales subjetivos de tiempo. Cuando ellos adquieren consistencia, condensan, materializan el deseo,

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